El Mico de Alviar: La reestructuración de la Universidad de Antioquia
Carlos
Enrique Restrepo
Prof.
Instituto de Filosofía, UdeA.
enrique.restrepo@udea.edu.co
El 28
de octubre de 2015, el mismo día en que ordenó el cierre del campus y la
instalación del sitio policial encargado de custodiar la imposición de las
reformas al examen de admisión, el rector de la Universidad de Antioquia,
Mauricio Alviar, hizo público, a través del portal universitario, el Plan de
Acción Institucional 2015-2018 que orientará su rectoría. El documento, un
amasijo más bien incoherente de generalidades (calidad, innovación,
posconflicto), solapado en el poético prólogo orwelliano de un abecedario de
neolengua (p. 5-10) y en las infaltables tablas de indicadores, destaca por su
retahíla de falacias en las que son deformadas las realidades universitarias,
presentadas bajo el presunto “clima natural” de concertación, participación y
diálogo del que hace alarde la actual administración. Desde la primera página
se pretende hacer pasar que “el presente Plan de Acción es el resultado del
diálogo constante y abierto con la comunidad universitaria” (p. 3), cuando lo
cierto es que las reformas se abren paso a como dé lugar, desoyendo
sistemáticamente las expresiones de desacuerdo de profesores, estudiantes y
empleados a quienes parece querer negárseles su legítima condición de
estamentos.
Si bien
el Plan de Acción hace su propia apología al sostener que “la Universidad no es
arrogante, ni pretende imponer su voz a sus interlocutores” (p. 36), nada hay
en él que pueda decirse producto de una amplia participación. Sin embargo,
según el documento, tal participación se ha dado ya en la serie de reuniones llamadas
“Diálogos con el Rector”, sostenidas por Alviar con los estamentos y
dependencias durante los primeros meses de su rectoría, e integradas ahora a la
metodología de “Análisis Situacional” que presuntamente dota al Plan de Acción
de una amplia base de legitimación democrática. En la lógica del documento, la
deuda con la democracia universitaria está ya saldada, al poner las mentadas
reuniones en función de su estrategia metodológica y al verterlas falazmente
como mecanismo suficiente de legitimación.
En los
demás aspectos, el Plan de Acción tiene todas las características de la
acostumbrada retórica institucional: obvia los problemas universitarios más
acuciantes tratándolos deliberadamente de forma indirecta; insiste en sus
obsesiones como es el caso del monotema de la deserción; presenta objetivos
grandilocuentes, como si se tratase de un relato de ciencia ficción. Así, el
tema urgente del profesorado por horas cátedra no amerita más que un lánguido
párrafo (p. 27); la insistencia en impulsar la regionalización en las
seccionales de Urabá y Caucasia (p. 34 y 46) deja en la incertidumbre los
rumores del cierre de otras seccionales cuyos ecos lejanos llegan desde Yarumal
y Segovia hasta Medellín; la deserción en cuyo nombre se ha justificado la reforma
del examen de admisión sigue siendo para la administración una catástrofe,
respecto a la cual se hacen toda clase de análisis (p. 23), menos el de
cotejarla con el indicador más obvio: el del aumento de cobertura; en
internacionalización se mantienen las directrices del Plan Bolonia concebido
para las universidades europeas, que ha puesto de moda la política de “doble
titulación” (p.18); en investigación e innovación, el Plan de Acción garantiza
que la Universidad siga siendo “lo último en guaracha”, al poner la
transferencia de conocimiento al servicio de los sueños (fajardistas) de la
construcción de ochenta parques educativos, y de megaproyectos macondianos como
el mitológico Puerto de Urabá, la interconexión eléctrica con Panamá y la
navegabilidad del Río Magdalena… (p. 33).
Pero
más allá de estos ensueños futuristas, en lo que atañe directamente al presente
y a la realidad misma de la Universidad, el quid del Plan de Acción, en lugar
de ameritar un tratamiento de primer orden y una amplia exposición, es pasado
como de soslayo solamente en las últimas páginas, al mejor estilo de los micos
del Congreso de la República: “el reto de emprender reformas para modernizar la
organización académico administrativa (…), la revisión del Estatuto General, el
Estatuto Profesoral, el Estatuto del Profesor de Cátedra y Ocasional, el
Reglamento Estudiantil de Pregrado y el Estatuto de Contratación” (p. 43-44).
El mico de Alviar, más que una serie de “reformas”, lo que anuncia con toda
propiedad en estas líneas es una reestructuración general de la Universidad de
Antioquia, pues donde quiera que se pretenda reformar el corpus de los textos
constituyentes de la institución se tratará, en efecto, de una
reestructuración. Pretextando “consolidar prácticas de buen gobierno universitario”,
el Plan de Acción de Alviar confirma esta política de reestructuración como su
objetivo principal, el cual sólo podrá cumplirse en medio de impredecibles
tensiones, momentos críticos, parálisis, movilizaciones, luchas y resistencias
políticas. De ello son apenas una muestra las medidas de cierre y de sitio
policial que acompañaron el nuevo examen de admisión, con las que la rectoría
pasó de actuar como una autoridad académica para cumplir funciones de “orden
público”, y con las que el rector Alviar dejó claro su estilo de gobernar,
dando un inconfundible mensaje de autoritarismo a la comunidad universitaria
sobre el modo como habrán de llevarse a cabo las “reformas” venideras impulsadas
por su administración.
En
último término, por más que venga ataviada con el bálsamo de la poesía, vuelta
prosa oficial, la reingeniería administrativa de la Universidad de Antioquia
emprendida por Mauricio Alviar puede desencadenar los tiempos más sombríos que
haya vivido la institución en las últimas décadas. No será, pues, su política
la que mesiánicamente venga a solucionar los males de la Universidad, sino la
que puede arrastrarnos a la más honda de sus crisis. En este aspecto, la
administración universitaria tiene que entender, a su pesar, que la Universidad
pública tiene una naturaleza distinta a la de otras organizaciones, que en ella
procesos como estos no pueden ser unilaterales. Ante la inminencia de la
reestructuración, es del caso aguardar una gran movilización de los estamentos
universitarios, a medida que las tensiones engendradas por el mico rectoral se
radicalicen. Por eso, para contrarrestar los efectos de una reestructuración
unilateral, a discreción de instancias como la Rectoría o el Consejo Superior,
hay que invocar prácticas y escenarios de una verdadera democracia
universitaria, que reconozca a los universitarios en su potencia constituyente,
congregándolos en formas asamblearias y espacios deliberativos disensuales, que
garanticen que la “actualización normativa” de las constituciones de la institución
sea la expresión de una visión pluralista y el resultado de una auténtica
participación de los estamentos.
Que “la Universidad es de todos” (p. 7) no
puede ser mera demagogia ni un manido slogan puesto a relucir por los
escribientes oficiales de la rectoría. La reestructuración de la Universidad
exige un reto aún mayor que los consignados y solapados en el Plan de Acción
Institucional, y respecto al cual cabe preguntar si está dispuesto a asumirlo
el rector Alviar: el reto de la democracia directa. Un proceso inconsulto,
falaz, antidemocrático como el actual predestina a la Universidad a la
violencia, no sólo revolucionaria, sino también a la violencia institucional
enarbolada desde los lugares de poder de las directivas. Por su parte, al rector
Alviar le queda todavía la oportunidad de este inmenso reto de la democracia
universitaria, si quiere aspirar a alguna legitimidad en lo que sigue de su
reciente pero ya impopular y desacreditada rectoría.
Noviembre
3 de 2015
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