Mientras
algunas universidades privadas están en la mira, la situación en el sector
público amenaza con explotar.
Todos los actores de la educación pública concuerdan con que las reformas son urgentes, pues en las universidades campea la politiquería, la mediocridad académica y la falta crónica de presupuesto.
En los últimos meses ha habido varios movimientos estudiantiles. En la Francisco de Paula Santader de Cúcuta rechazaron la cuarta reelección del rector, mientras que en la UPTC de Tunja protestaron por los cambios de las reglas electorales.
En 2011 la movilización masiva de los estudiantes hundió la reforma de la Ley 30. Ahora la ministra de educación Gina Parody tiene que demostrar que es posible cambiar la Educación pública llegando a acuerdos con todos los sectores.
Mientras los colombianos no paran de sorprenderse con los escándalos producidos por los malos manejos de algunas instituciones educativas privadas del país, como la Universidad San Martín o la Rafael Núñez de Cartagena, en los últimos meses se ha acrecentado una crisis en la mayoría de las universidades públicas regionales que amenaza con estallar en cualquier momento.
Gran
parte de las 32 universidades públicas regionales tienen serios problemas que
van más allá de los financieros. Allí no solo se palpa la falta de calidad y
los enredos presupuestales, sino que surgen también enormes líos de
gobernabilidad. Huelgas, salones abarrotados y edificios decaídos; rectores
ultrapoderosos, nepotismo, pujas internas de poder y denuncias de corrupción y
politiquería son cada vez más frecuentes. Ese desgobierno es un cáncer que
nadie trató durante años y que ha hecho una metástasis tan peligrosa, que
requiere medidas urgentes.
Una
muestra de la falta de control y desgreño que se apoderó de las universidades
públicas medianas y pequeñas es la Universidad Distrital. Desde hace varios
años un grupo de exrectores, profesores y políticos se la tomó a través de la
elección amañada de los miembros del Consejo Superior y la rectoría, todo con
el fin de sacarle provecho personal a los recursos del Estado. Pensiones
millonarias exprés o ilegales, corrupción en la contratación y amiguismo son el
pan diario de cada día, sin que pase nada.
Para la
mayoría de los expertos consultados, todo comenzó con la Ley 30 de 1992 que si
bien les dio a las universidades presupuestos permanentes, autonomía para
autogobernarse y administrarse, terminó siendo un arma de doble filo. Entre
1993 y 2011 el número de alumnos matriculados de todas las universidades
estatales creció 232 por ciento, pero los recursos solo aumentaron 80 por
ciento. Para 2013, según un informe del Sistema de Universidades Estatales
(SUE), el déficit de la educación pública superior ya alcanzaba 11,2 billones
de pesos, un monto cercano al hueco que tiene el presupuesto del gobierno para
2015.
Así, al
tener presupuestos fijos, las universidades fueron quedando cada vez con menos
dinero, y el resultado es hoy por hoy una educación pública con los recursos de
1992 y las necesidades de 2014. Como escribió el economista Salomón Kalmanovitz
en el diario El Espectador: “Las universidades sufrieron una reducción de 40
por ciento en los recursos por estudiante. Este estrangulamiento forzó a las
universidades públicas a generar recursos propios, a vender consultoría y
extensión y, sobre todo, a aumentar matrículas”.
En
universidades como la Francisco de Paula Santander de Cúcuta, las matrículas se
duplicaron en los últimos años, pero esos recursos no se ven en las
instalaciones. Como le dijo a SEMANA un estudiante de esa institución, los
salones “viven llenos y sin ningún espacio”. En la Universidad Distrital,
algunas facultades reciben casi tres veces más estudiantes de lo que pueden, y
los millonarios recursos que reciben se esfuman en contrataciones y pagos de
servicios sin que se vean reflejados en la infraestructura. De hecho, el estado
de la mayoría de los campus universitarios es lamentable.
Y como
no hay para construir salones, ni contratar más y mejores profesores, mucho
menos dinero puede invertirse en investigación y calidad. Las cifras ya lo
demuestran. Solo 14 de las 32 universidades públicas tienen un reconocimiento
de alta calidad, y de los 4.942 programas que ofrecen apenas 420 son premium,
es decir, 8 por ciento.
El
drama no termina ahí. Para rematar hay una creciente ingobernabilidad en los
campus, en los que se viven feroces peleas por los cargos directivos o por el
control de los puestos y los contratos, pues en varios departamentos, el
presupuesto de la universidad equivale a los de las capitales. En Florencia
muchos dicen que el rector de la Universidad de la Amazonia es el segundo
hombre más poderoso de Caquetá después del gobernador. Otro caso es el de la
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), de Boyacá, que tiene
un presupuesto comparable al de Tunja. Pero un rector tiene menos control
mediático y de los órganos de vigilancia que un secretario de Obras o de
Educación.
El poder de los consejos
Para
tomarse el control de las universidades, los políticos, profesores o
contratistas luchan por tener el manejo de los Consejos Superiores
Universitarios, pues son los encargados de nombrar los rectores. En casi todas
las instituciones de educación superior, los consejos están conformados por
nueve delegados: uno del ministerio de Educación, uno del presidente de la
República, uno de la Gobernación, uno de las directivas académicas, uno de los
docentes, uno de los egresados, uno de los estudiantes, uno del sector
productivo y uno de los exrectores. En teoría, esa estructura debería asegurar
cierta pluralidad e independencia, pero la realidad es distinta: muchos
delegados terminan capturados por los gamonales y por quienes ya detentan el
poder.
El
método predominante para garantizar el control de la universidad es, además de
tomarse el Consejo, cambiar las reglas de juego antes de cada elección de
rector, amparado en la autonomía universitaria y en el poder casi absoluto del
consejo. Así se garantiza la permanencia de un rector o se asegura que un solo
candidato cumpla los requisitos de una elección. Un ejemplo es la UPTC. En
medio de protestas estudiantiles, el pasado noviembre el Consejo cambió un
artículo que permitió la reelección de Gustavo Orlando Álvarez. El delegado del
gobierno nacional terminó por abstenerse, pues dijo que de lo contrario habría
incurrido en un prevaricato.
La
Universidad Popular del Cesar también está en huelga desde hace un mes por ese
problema. El Consejo, de cara a las elecciones de 2015, decidió cambiar las
reglas de juego para favorecer a un solo candidato y acabar con las consultas
abiertas que se hacían con el estudiantado. En la última década, en 20 de las
32 universidades públicas ha habido reelecciones, y hoy hay 15 rectores en su
segundo, tercer, cuarto o hasta quinto periodo consecutivo.
Un caso
particular es la Universidad Tecnológica de Pereira, donde el rector Luis
Enrique Arango duró 15 años y fue reelegido varias veces sin tener en algunos
casos un contendor. Hace poco en su reemplazo fue nombrado Luis Fernando
Gaviria Trujillo. También está el caso del actual rector encargado de la
Universidad Distrital, Rafael Vergara, quien se ha mantenido en su puesto a
pesar de tener al alcalde Gustavo Petro y a la Nación en su contra.
Esa
falta de transparencia ha comprometido la independencia de los rectores,
quienes muchas veces cuentan con un fuerte respaldo político y terminan
pagándolo con puestos, becas y cupos. Los egresados de la Universidad de Sucre
eligieron esta semana a Juan Carlos Ríos como su nuevo representante en el
Consejo. Según una investigación de La Silla Vacía, Ríos es ficha del político
Yahír Acuña que tiene una estrategia para conquistar la universidad.
Por su
parte, la del Pacífico atraviesa ahora una terrible crisis de gobernabilidad.
Desde 2012 la rectoría de Florencio Candelo logró aumentar el presupuesto,
sanear las cuentas y aumentar los profesores de planta. Pero el dinero terminó
generando enfrentamientos con la mayoría del Consejo, que lo acusa de ser ficha
de un senador. Sus partidarios dicen que detrás de las denuncias está otro
poderoso político.
A este
panorama gris se suman algunos claros casos de corrupción. La falta de
controles en las universidades públicas permite abusos inimaginables. El más
reciente se dio en las Unidades Tecnológicas de Santander. El 20 de noviembre,
la Procuraduría suspendió al rector Óscar Orozco y a otros tres funcionarios
por aparentes irregularidades en una licitación de 20.000 millones de pesos.
También el Consejo de Estado falló en junio contra del nombramiento de 40
docentes de la Uniamazonia. Estos se adelantaron mediante convocatorias
amañadas que dejaron al descubierto que varios de ellos ni siquiera eran
profesionales y que otros eran cercanos, según los sindicatos, al entonces
rector Luis Eduardo Torres.
¿Qué hacer?
El presidente
Juan Manuel Santos buscó resolver uno de los problemas más importantes de la
educación, la baja cobertura, a través de una reforma en 2011. Pero fracasó
luego de que su iniciativa chocó de frente contra los intereses de los
movimientos estudiantiles y desató protestas masivas.
Tanto
el sector académico, conformado por estudiantes y profesores, como el Estado
están de acuerdo con que la crisis de gobernabilidad de las universidades
públicas tocó fondo. En lo que no concuerdan es en la manera como se deben
solucionar los problemas. Por una parte profesores y estudiantes quieren
disminuir el poder de los CSU a través de una profundización de la democracia
directa en las universidades, es decir, que los rectores se escojan de manera
pública y abierta. El gobierno quiere fortalecer los mecanismos de control sin
afectar mucho la estructura organizativa de las universidades.
En este
sentido Amaury Nuñez, portavoz de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane)
dice que “el problema es de todo el sistema universitario del Estado. El
gobierno irrespeta la autonomía, direcciona las elecciones, nombran rectores
para pagar favores, por encima de las consultas de los estudiantes. Es un
sistema antidemocrático, donde la mayoría que controla la universidad es política”.
En 2013, la Mane presentó una iniciativa de reforma que busca darles más poder
a los estudiantes y los profesores mediante la creación de Asambleas Generales
y de un sufragio universal que les permite a ellos mismos elegir a sus
rectores.
La
senadora del partido Alianza Verde Claudia López, que sigue de cerca la
educación superior, dice que a “la autonomía universitaria hay que defenderla”,
pero sostiene que lo que hay que reformar con urgencia es la Ley 30. Propone un
presupuesto base per cápita para las universidades y un financiamiento
adicional para los programas de excelencia. E insiste en que hay que establecer
reglas comunes para elegir rectores y garantizar más democracia en la
universidad. Advierte, además, que si el gobierno no lidera los cambios, su
partido presentará un proyecto de ley en la próxima legislatura.
Entre
tanto, el gobierno ya presentó su Acuerdo por lo Superior 2034, una política
que busca la excelencia en ese sector, pero carece de propuestas concretas para
arreglar los problemas financieros, académicos y administrativos de las
instituciones de educación superior. Incluso, desde que estalló el escándalo de
la Universidad San Martín, la ministra de Educación, Gina Parody, decidió
presentar un proyecto de ley de control y vigilancia que le da dientes a su
cartera para prevenir los abusos. Pero muchos esperan que ahora vaya más allá y
se enfrente al chicharrón de las universidades públicas.
Sin
embargo buena parte de los profesores y estudiantes cree que las intenciones de
gobierno no van dirigidas a solucionar el problema sino que precisamente
pretenden utilizar la crisis de gobernabilidad para recortar la autonomía
universitaria. “Nosotros los profesores no estamos en contra de que los
funcionarios de las universidades sean vigilados por los entes de control, lo
que criticamos es que el gobierno no quiere llevar a cabo un verdadera reforma
que democratice las universidades y le quite el poder a los Consejos
Superiores. En cambio el gobierno quiere que el ministerio asuma funciones de
vigilancia que pueden lesionar la autonomía” afirma Gonzalo Arango, miembro de
la Federación de Profesores Universitarios.
La
situación parece agravarse cada vez más, y a pesar de que gobierno y sector
académico tienen en sus manos propuestas para remediar, la falta de diálogo y
confianza entre ambos no ha permitido que se avance. Mientras que no haya una
reforma estructural a la Ley 30 y a la educación superior pública, las
universidades seguirán en la olla.
1 comentarios:
Dejémonos de vainas y vamos a la CONVOCATORIA A LA INTELECTUALIDAD COLOMBIANA, en http://www.monografias.com/trabajos101/convocatoria-intelectualidad-colombiana/convocatoria-intelectualidad-colombiana.shtml
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