Por: Margarita Isaza Velásques
Periódico
De La Urbe No 66
Facultad
de Comunicaciones
Universidad
de Antioquia
Tenía
23 años. Era hincha fiel y resignado del Medellín. En los partidos entre amigos
jugaba de lateral derecho. Había viajado por Suramérica, a pie, en tren, en
bus, de frontera en frontera, hasta llegar a Argentina. De camino a Córdoba se
enteró del torneo Copa América Alternativa y le escribió al equipo Colonia
Caroya para que lo dejaran jugar. Un día, con un litro de cerveza en la mano,
así como puedo verlo en una fotografía, llegó al entrenamiento y se ganó el
corazón de los demás futbolistas. Lo vieron como a un niño sonriente, de pelo
largo, desaliñado, y dispuesto a compartir. Ese era el motivo de su viaje:
conocer a otros, entenderlos, aprender de ellos.
Bruno
escribió esa historia en el blog de Hinchas Críticos Libertarios, un colectivo
de muchachos que juegan fútbol y pertenecen a movimientos estudiantiles de toda
Latinoamérica. Fue lo único que pude encontrar sobre él, sobre su vida, no
sobre su muerte. El muchacho se llamaba Juan Camilo Agudelo Posada y era
estudiante de octavo semestre de Sociología en la Universidad de Antioquia. No
pude saber dónde vivía, cuál era su comida favorita o qué libros le gustaba
leer. Pero lo imagino. Puedo suponer que le apasionaban la política y los temas
sociales, puedo suponer que era un inconforme y que se enojaba cuando le
quitaban la razón. Lo veo caminando por los pasillos del bloque 9, y también
reunido en la Asamblea Estudiantil como uno más que interviene y vota. Lo veo
inquieto, aquí y allá, tratando de hacer algo para luchar por sus ideales. Pero
no sé cuáles eran sus ideales.
Él
murió el 30 de octubre, antes del mediodía. Dicen que una papa bomba se le
explotó entre las manos en la Universidad Nacional. Dicen que él la fabricaba.
Dicen que él era un encapuchado. Todo concuerda. Pero no era, como también
dicen, un terrorista, porque el mal de las papas bombas, pese a los accidentes,
no va dirigido contra la población civil. Juan Camilo, escribo su nombre y veo
—por fin— su rostro, era un resultado de la variable formación política que
obtenemos, no en aulas, cafés y debates, sino a fuerza de bombazos,
corrupciones y luchas armadas.
Las
papas bombas, los encapuchados, son la forma más tradicional de protesta en la
Universidad de Antioquia. En los últimos años, de esa herramienta no han
quedado más que muchachos muertos o mutilados. Las conquistas han sido pocas.
La palabra, que siempre dirime los conflictos, se recupera por momentos pero
vuelve a perderse cuando algunos, los bandos en que nos dividimos, recurren de
nuevo a los armados, sean de un lado los “capuchos” o, del otro, las fuerzas de
seguridad del Estado.
Juan
Camilo, a sus 23 años, en una búsqueda personal y colectiva, quedó atrapado en
medio del fuego. Era el hijo de alguien, el hermano de alguien, el sobrino
favorito de alguien, el novio de alguna muchacha que lo quería. Me duele su
muerte y me duele el silencio. Celebro que él haya tenido el valor para creer
en una idea y morir por ella; lamento que un arma le haya ganado la vida y nos
haya dejado a todos sin discutir lo que pasó. Esa cultura política en la que
nos hemos formado nos lleva a la ligereza de comentar que su muerte estaba bien
justificada, que ese muchacho era —como tantos otros— un problema irresoluble
para la universidad pública, que él era un potencial asesino, un bruto y, sencillamente,
no pensaba. Esa ligereza, multiplicada en medios de comunicación y redes
sociales, le puso candado al debate irregular de por qué hay gente armada en
las instituciones educativas, qué piden o qué quieren y qué significa que se
cubran el rostro.
¿Y
ahora qué sigue? Tal vez más jóvenes muertos, tal vez el Esmad como Pedro por
su casa, tal vez un paro que se resuelve, una protesta por nuevos motivos, unos
directivos universitarios que juegan a la sordera, una comunidad académica cada
día más callada y estéril... Lo que le pasó a Juan Camilo puede servir ahora
para llamar a la palabra, para que las voces hablen, con o sin capucha, y sean
escuchadas, para que volvamos a pensar en cómo discutimos y cuáles son nuestros
argumentos, para que las ideas ya no desaparezcan.
2 comentarios:
Es una lástima que en Colombia se reprima tanto a la oposición!
Un modelo de derecha que critica a la izquierda por, entre otras cosas, su totalitarismo, lo único que hace, huyéndole a ese temido enemigo común de los poderosos, es caer en un totalitarismo -creen ellos que invisible- violento , dañino a la sociedad y dañino al libre pensamiento, tan promovido desde sus ideales base. No va a haber un avance hasta que entren en la discusión las voces que hoy se callan; pero, les interesa a los poderosos el avance? el bienestar de quienes sustentan sus riquezas?
Lo dudo mucho.
Una lástima.
Qué viva la utopía
(Aclaro, no me ciño ni a izquierda ni a derecha, ni a arriba ni abajo; creo en el bienestar colectivo, creo en la bondad -reprimida- del ser humano. Ojalá se cree un ambiente político en mi país en los próximos años, así habrían menos papa bombas y más papas fritas! )
Saludos.
Un abrazo para el parcero donde quiera que esté,Juan Camilo vive !!
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