Los
juegos, las rondas, los partidos de fútbol y la alegría en los salones de clase
de las niñas y niños que estudian en las escuelas del Catatumbo, en Norte de
Santander, son interrumpidos por el retumbar de las bombas, el sonido de los
helicópteros y el estruendo de los artefactos de la guerra en esta zona del
país.
Llega
el invierno y con él se agranda la pesadilla en las escuelas más lejanas de las
zonas rurales del país, pues tienen que ingeniarse la forma de pasar los
arroyos, quebradas y ríos exponiendo su vida. Por estos lugares parece no
llegar la mirada ni la inversión del Estado para construir puentes, aulas de
clase, centros de atención en salud, espacios de recreación y dotación de
elementos necesarios para brindar una educación de calidad.
Por
estos parajes hay presencia de compañías petroleras que extraen el oro negro
desde hace más de 80 años. También empresas extractoras de carbón, cuyas
ganancias no se ven reflejadas en los habitantes de la región. Por el
contrario, exponen a los pequeños y pequeñas a ser víctimas de la guerra como
sucede en la escuela Motilandia, ubicada a las afueras del municipio del Tarra.
En esta
escuela los niños reciben clases bajo un techo sin paredes y tiene por comedor
una choza vieja, en piso de tierra, donde se han instalado un par de tablas
para que los estudiantes puedan recibir los alimentos. Lo hacen en medio de la
zozobra de escuchar “un bombazo” como dicen ellos, o sentir los helicópteros que
sobrevuelan el espacio y el sonido de cualquier artefacto del oleoducto Caño
limón Coveñas que pasa rozando sus instalaciones. Lejos de generar un bienestar
para los habitantes, este oleoducto los pone en peligro: a pocos metros está
ubicada una base militar que pone en riesgo a la población civil, desacatando
prescripciones muy concretas y explícitas del Derecho Internacional Humanitario
(DIH) y de la Corte Constitucional.
Hace un
año el niño Brayan encontró la muerte al manipular un artefacto en la escuela
Bellavisa del municipio del Tarra. La trajedia dejó secuelas físicas y
psicológicas en su madre y hermana Keyla. También en los y las estudiantes de
la escuela La 90 Bajo en el municipio del Tarra, que tuvieron que trasladarse a
la casa de una madre de familia a recibir clases porque alrededor de la escuela
se habían encontrado explosivos. Éstas son las huellas que ha marcado la guerra
en los pequeños de este territorio.
Sin
embargo no son sólo estas situaciones las que aquejan la comunidad estudiantil
y educativa de los y las habitantes del área rural del Catatumbo. En esta época
de invierno, en las escuelas de la región sólo se siente el eco de sus niños
porque la mayoría de ellos no puede llegar a clase, ya que en los ríos no hay
puentes y sus caudalosas y tormentosas aguas van corriendo como si quisieran
repudiar las mil y una historias de violencia que ha marcado esta rica pero
violenta zona del país. Pese a que el Catatumbo es una región rica en agua, en
escuelas como la Serpentina, Kilómetro 15 y alrededor de 10 escuelas más deben
extraer el agua de pozos, sin tener ningún tratamiento para el consumo. O como
dicen los niños, “agua del tubo de Ecopetrol”.
“Cuándo
será que termine esta violencia y que los niños tengan refugio seguro, porque
el futuro de Colombia está en la puerta esperando la justicia que la interponen
los duros… Por qué será que a mi Colombia siempre la persigue la violencia, tal
vez será que los conflictos ya marcaron la existencia… La educación es la base
y la raíz que todos los Colombianos tenemos que fomentar”,son apartes de las
composiciones musicales del profesor Oscar y de quienes sueñan con encontrar la
fórmula que les permita erradicar de fondo las causas de los conflictos de los
que han sido víctimas. San Juan, El Milagro, Espíritu Santo, San Martín, Divino
Niño, La Libertad, La Paz, son nombres que los habitantes del Catatumbo han
dado a las escuelas, como si pretendieran invocar a la divina providencia para
que interceda por ellos y los libre de la guerra y de la indiferencia de
quienes ostentan el poder.
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