Imagen tomada del Observatorio Óscar Salas
La
masacre perpetrada por el Estado Colombiano el 16 de Mayo de 1984
Quien
escribe estas palabras, hace tan solo dos años y medio estaba dando el discurso
en la ceremonia de graduación de la décima promoción de bachilleres de Liceo
Antioqueño de Bello, en éste desahogaba mi rabia porque me estrelle con una
realidad atroz, la universidad y el conocimiento en mi país no es para toda su
población sino para unos cuantos que pueden costear una institución privada o
enfrentarse a la competencia excluyente y mezquina que ofrece la educación
pública a una sociedad ya de por sí fracturada, y atropellada, una sociedad que
para extranjeros del “primer mundo” resulta aún hoy sorprendente la desigualdad
y la concentración de la tierra que se ha vivido y se vive en Colombia, la
franja amarilla recuerda como la sociedad en la que apenas tenía 3 o 4 años de
haber llegado, era y es una tierra en donde los tan mencionados derechos
humanos y la tan “progresista” y “avanzada” Constitución de 1.991 sólo eran una
palabras que conocía el “país político” mientras el “país nacional” -diferenciación acuñada Jorge Eliécer Gaitán
Ayala - solo sufría la brutal represión
que de los gobiernos emanaba para quienes se atrevieran a proponer otros
modelos de sociedad, en que todos y todas pudiésemos expresar nuestra opinión
sin ser amenazados, masacrados o descuartizados.
Eso lo
supe en gran parte gracias a mis maestros de economía, política, filosofía ,
ciencias sociales y, en el último grado el de Física, pero en especial gracias
a Marco Aurelio Fonnegra un veterano profesor sindicalista que no imponía el conocimiento,
lo ofrecía y brindaba con el amor que solo puede hacerlo un pedagogo, serían
éstos profes quienes sin tapujos ni miedos pero sí con mucha rigurosidad y
profunda formación me mostraban que en el continente existieron dictaduras
feroces que arrasaron con pueblos originarios y que estrangularon y
electrocutaron a valiosos seres humanos que no solo gritaban la ignominia sino
que la retaban a la democracia, al debate y en algunos casos la confrontaban.
Lo
verdaderamente determinante de la enseñanza de estos profes no fue que se
limitaran a un currículo o a un plan de estudio, lo verdaderamente
trascendental y revolucionario de éstos es que me enseñaran a indagar no solo
por la historia de otros pueblos sino también por la historia de mi propio pueblo,
la historia sobre todo más reciente de la tan “antigua y estable” democracia
que mata a sus maestros, que masacra a sus campesinos, que bombardea la
dignidad y la resistencia y que perfuma todos sus discursos con la paz “cuando
de ella nos privan en realidad” “que
pregona tranquilidad mientras nos atormenta la autoridad” como cantara Violeta
esas bellas notas.
Finalmente
estás palabras tenían la urgencia del sinsabor por parar, hacer un alto en el
camino, porque no soporto que mientras los estudiantes colombianos soñamos con
mejores futuros para nuestras familias, mientras construimos para una sociedad
en paz, para una sociedad que pueda volver a soñar y de abrogar esa libertad en
el doble sentido que nos ofrece el capitalismo, la de resignarnos o de morirnos
de hambre debajo de un puente (Heinrich, 2008: 34), como perfectamente podemos
ver sucede en nuestras calles de Medellín, porque en la ¡Universidad Nacional
hubo una matanza!, una matanza a los sueños de liberación, de justicia social
de una generación, porque el 16 de mayo de 1986 los estudiantes pobres de todos
los rincones de Colombia recibían un mensaje distinto al emanado del presidente
Belisario Betancur en su posesión el 7 de Agosto de 1982, donde afirmó
descaradamente “Que no se derrame ni una
gota más de sangre de ningún colombiano”, hoy todavía se desconoce la sangre de
cuantos colombianos soñadores, valientes y el crimen de lesa humanidad que
significa matar el sueño revolucionario de los estudiantes universitarios por
querer entregar a las siguientes generaciones una Colombia digna y con justicia
social. Porque lo que ocurrió ese día no fue solo la masacre al estudiantado
colombiano, sino también el sufrimiento de cientos de madres que no sólo no
veían un futuro digno sino que además habían sido asesinados, desaparecidos
muchos de sus hijos, para otras familias la situación precaria del campo o de
la costosa y excluyente ciudad no hubo forma alguna de ayudar a sus hijos a
cumplir con el sueño de una Colombia en paz.
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