Queridos
amigos y amigas, colegas, estudiantes y organizaciones defensoras de presos
políticos y derechos humanos e integrantes de los movimientos sociales en
general. Reciban un cálido y fraterno saludo, acompañado de mis mejores deseos
para que se consoliden caminos de paz y justicia social para nuestro pueblo.
Hoy, 3
de Septiembre cumplo un mes de estar recluido en estos muros de concreto,
privado de la luz del sol y azotado por los fríos vientos de Agosto que son
todavía más gélidos con la ausencia de mis seres queridos, cuyo contacto físico
he evitado para no someterlos a la indignidad de tener que atenderlos tendidos
en el piso sobre una cobija. Pues estas son las condiciones que nos obliga el
INPEC a recibir visitas conyugales y de niños.
Desde
mi confinamiento en este establecimiento reclusorio de orden Nacional, he sido
objeto de abusos sistemáticos pro parte del cuerpo de vigilancia y custodia de
esta penitenciaria.
Para
empezar, el mismo día de mi ingreso fui agredido física y verbalmente por un
guardia auxiliar bachiller, al momento de practicarme la requisa, por el simple
hecho de exigirles un trato digno y respetuoso. De otro lado, en varias
ocasiones se me ha impedido el ingreso a talleres por no rasurar mi barba,
violando de esta manera mi derecho al trabajo y al descuento de pena.
Y es
que la violencia física y simbolice constituye por excelencia el mecanismo
utilizado en las cárceles colombianas, no solo para silenciar a quienes hemos
ejercido el pensamiento crítico, ya sea desde la batalla de ideas, la lucha
social o el recurso legítimo de las armas, sino para hacer desaparecer –como en
un acto de prestidigitación- los problemas sociales que han profundizado la
aplicación de las políticas neoliberales.
Durante
este mes mis actividades cotidianas han quedado restringidas a una superficie
de 130 m2 que comparto con más de 200 presos. Ese es nuestro espacio vital para
la recreación, el deporte, ver noticias, hacer llamas telefónicas, sacar ropas,
realizar el culto religioso para quienes lo practican, la zona de estudio, de
peluquería, y el área de alimentación.
Como si
esto fuera poco, disponemos de solos seis duchas para toda la población
carcelaria del patio. Aunque en realidad, solo cuatro están disponibles ya que
las otras dos las utilizan para la recolección del agua, pues este es un bien
común escaso, que solo se administra dos horas y media de las 24 horas.
Pero si
bien con este confinamiento, el Estado, a través del INPEC y el aparato
judicial –que se ha convertido en otro aparato de guerra- constriñe nuestra
libertad física, no ha podido ni podrá silenciar el pensamiento crítico. Es por
ello que los presos y presas políticas seguimos luchando por la revisión y
trasformación de la actual política carcelaria y el fortalecimiento de nuevos
modelos de justicia basados NO en la represión (a partir del aumento de penas),
sino en la incorporación de figuras de justicia restaurativa; al mismo tiempo
que demandamos la proyección de espacios de discusión entre la población
reclusa y otros sectores de la sociedad que contribuyen con soluciones
democráticas a la grave problemática que hoy vive el sistema carcelario
colombiano.
Estas
son algunas de las reivindicaciones que de tiempo atrás vienen realizando los
colectivos de presos políticos; por eso no quisiera dejar pasar la oportunidad
para hacer un llamado a todos los y las estudiantes, profesores e integrantes
de la comunidad universitaria que hemos sido presentado como positivos
judiciales por defender la libertad de palabra y pensamiento, que nos sumemos a
esta justa lucha y que fortalezcamos los colectivos de presos políticos
independientemente del centro de reclusión que nos encontremos, haciendo dela
cárcel un lugar de combate por una sociedad más justa y equitativa, utilizando
las armas que hemos sabido esgrimir, esto es, la palabra y la escritura.
Porque
para un espíritu crítico no hay cadenas ni barrotes que puedan encarcelar
nuestras ideas libertarias. En mi caso personal he sido condenado a 8 años y 3
meses de prisión, es decir, un tiempo mayor al que están purgando aquello
militares que fueron cobijados por la impune política de “justicia y paz”
porque en Colombia es más peligroso pensar críticamente que realizar masacres,
o cometer asesinatos selectivos, infligir tratos crueles e inhumanos y despedazar
cuerpos con motosierra.
Con
razón nos recordaba el escrito Gustavo Alvares Gardezabal, que alguna vez
cuando “El Cóndor” uno de los paramilitares más reconocidos, llego a un pueblo
del Valle a abrir la cárcel y a liberar los presos, el alcalde municipal de
dijo que como iba a liberar personas vinculadas con graves delitos y crímenes
contra la sociedad, entonces “El Cóndor” le responde que se deje de pendejas
que el único delito que existe verdaderamente es estar en contra del gobierno.
Este es
mi delito y el de más de 10 mil presos y prisioneras políticas que hemos
cuestionado y denunciado el terrorismo de Estado en Colombia.
Agradezco
a todos los familiares, amigos y amigos así como a las organizaciones
solidarias todo el apoyo que me han brindado, y tengan la certeza que a pesar
de las difíciles circunstancias en que hoy me encuentro recluido, mantendré en
alto mi frente, defendiendo mi inocencia y luchando porque en Colombia el
pensamiento y la palabra puedan circular libremente, porque como decía el
escritor y premio nobel de literatura William Faulkner:
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“Hay
ciertas cosas que no deben nunca consentirse: la injusticia, la afrenta, la
deshonra, la ignominia. Ni por fuerza ni por el dinero; simplemente hay que
negarse a consentirlas”
Miguel
Ángel Beltrán
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