sábado, 3 de octubre de 2015

Miguel Ángel Beltrán escribe desde la Picota

Queridos amigos y amigas, colegas, estudiantes y organizaciones defensoras de presos políticos y derechos humanos e integrantes de los movimientos sociales en general. Reciban un cálido y fraterno saludo, acompañado de mis mejores deseos para que se consoliden caminos de paz y justicia social para nuestro pueblo.
Hoy, 3 de Septiembre cumplo un mes de estar recluido en estos muros de concreto, privado de la luz del sol y azotado por los fríos vientos de Agosto que son todavía más gélidos con la ausencia de mis seres queridos, cuyo contacto físico he evitado para no someterlos a la indignidad de tener que atenderlos tendidos en el piso sobre una cobija. Pues estas son las condiciones que nos obliga el INPEC a recibir visitas conyugales y de niños.
Desde mi confinamiento en este establecimiento reclusorio de orden Nacional, he sido objeto de abusos sistemáticos pro parte del cuerpo de vigilancia y custodia de esta penitenciaria.
Para empezar, el mismo día de mi ingreso fui agredido física y verbalmente por un guardia auxiliar bachiller, al momento de practicarme la requisa, por el simple hecho de exigirles un trato digno y respetuoso. De otro lado, en varias ocasiones se me ha impedido el ingreso a talleres por no rasurar mi barba, violando de esta manera mi derecho al trabajo y al descuento de pena.
Y es que la violencia física y simbolice constituye por excelencia el mecanismo utilizado en las cárceles colombianas, no solo para silenciar a quienes hemos ejercido el pensamiento crítico, ya sea desde la batalla de ideas, la lucha social o el recurso legítimo de las armas, sino para hacer desaparecer –como en un acto de prestidigitación- los problemas sociales que han profundizado la aplicación de las políticas neoliberales.
Durante este mes mis actividades cotidianas han quedado restringidas a una superficie de 130 m2 que comparto con más de 200 presos. Ese es nuestro espacio vital para la recreación, el deporte, ver noticias, hacer llamas telefónicas, sacar ropas, realizar el culto religioso para quienes lo practican, la zona de estudio, de peluquería, y el área de alimentación.
Como si esto fuera poco, disponemos de solos seis duchas para toda la población carcelaria del patio. Aunque en realidad, solo cuatro están disponibles ya que las otras dos las utilizan para la recolección del agua, pues este es un bien común escaso, que solo se administra dos horas y media de las 24 horas.
Pero si bien con este confinamiento, el Estado, a través del INPEC y el aparato judicial –que se ha convertido en otro aparato de guerra- constriñe nuestra libertad física, no ha podido ni podrá silenciar el pensamiento crítico. Es por ello que los presos y presas políticas seguimos luchando por la revisión y trasformación de la actual política carcelaria y el fortalecimiento de nuevos modelos de justicia basados NO en la represión (a partir del aumento de penas), sino en la incorporación de figuras de justicia restaurativa; al mismo tiempo que demandamos la proyección de espacios de discusión entre la población reclusa y otros sectores de la sociedad que contribuyen con soluciones democráticas a la grave problemática que hoy vive el sistema carcelario colombiano.
Estas son algunas de las reivindicaciones que de tiempo atrás vienen realizando los colectivos de presos políticos; por eso no quisiera dejar pasar la oportunidad para hacer un llamado a todos los y las estudiantes, profesores e integrantes de la comunidad universitaria que hemos sido presentado como positivos judiciales por defender la libertad de palabra y pensamiento, que nos sumemos a esta justa lucha y que fortalezcamos los colectivos de presos políticos independientemente del centro de reclusión que nos encontremos, haciendo dela cárcel un lugar de combate por una sociedad más justa y equitativa, utilizando las armas que hemos sabido esgrimir, esto es, la palabra y la escritura.
Porque para un espíritu crítico no hay cadenas ni barrotes que puedan encarcelar nuestras ideas libertarias. En mi caso personal he sido condenado a 8 años y 3 meses de prisión, es decir, un tiempo mayor al que están purgando aquello militares que fueron cobijados por la impune política de “justicia y paz” porque en Colombia es más peligroso pensar críticamente que realizar masacres, o cometer asesinatos selectivos, infligir tratos crueles e inhumanos y despedazar cuerpos con motosierra.
Con razón nos recordaba el escrito Gustavo Alvares Gardezabal, que alguna vez cuando “El Cóndor” uno de los paramilitares más reconocidos, llego a un pueblo del Valle a abrir la cárcel y a liberar los presos, el alcalde municipal de dijo que como iba a liberar personas vinculadas con graves delitos y crímenes contra la sociedad, entonces “El Cóndor” le responde que se deje de pendejas que el único delito que existe verdaderamente es estar en contra del gobierno.
Este es mi delito y el de más de 10 mil presos y prisioneras políticas que hemos cuestionado y denunciado el terrorismo de Estado en Colombia.
Agradezco a todos los familiares, amigos y amigos así como a las organizaciones solidarias todo el apoyo que me han brindado, y tengan la certeza que a pesar de las difíciles circunstancias en que hoy me encuentro recluido, mantendré en alto mi frente, defendiendo mi inocencia y luchando porque en Colombia el pensamiento y la palabra puedan circular libremente, porque como decía el escritor y premio nobel de literatura William Faulkner:
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“Hay ciertas cosas que no deben nunca consentirse: la injusticia, la afrenta, la deshonra, la ignominia. Ni por fuerza ni por el dinero; simplemente hay que negarse a consentirlas”


Miguel Ángel Beltrán

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