Este
artículo recoge argumentos que cuestionan la pertinencia y rigor metodológico
de las clasificaciones jerarquizadas de universidades como instrumento para
valorar la calidad y contribuciones de las instituciones de educación superior
y como fuentes para definir políticas públicas.
Con
títulos sugestivos como “las mejores universidad del mundo” desde hace unos
años proliferan en prensa, televisión y redes sociales noticias sobre rankings
de universidades1. Los rankings universitarios (que existen desde hace más de
un siglo en EE.UU)2, gozan hoy de mayor popularidad y han ganado enorme
influencia en la sociedad, el mundo académico y los gobiernos.
En
Colombia por ejemplo, la algarabía mediática se repite con cada uno de los
muchos rankings existentes sin reparar en sus características y matices pues
solo interesa el resultado. La algarabía incluye el furor con el que algunos
egresados, estudiantes y profesores hacen manifestaciones de orgullo a partir
de la posición de su universidad. No obstante, las posiciones marginales de
todas nuestras universidades en los rankings más reconocidos a nivel mundial,
se celebra como conquista que tal universidad aparezca más arriba que tal otra
y además, da paso a una presión sobre las autoridades universitarias y
gubernamentales para que tomen medidas que conduzcan a mejorar la posición.
Pues
bien, más allá del entusiasmo clasificatorio y de la lectura superficial de los
rankings universitarios, este artículo recoge varios argumentos de una
discusión en crecimiento, que cuestiona los motivos, el rigor metodológico y
sobre todo la pertinencia de este tipo de mediciones para la definición de
políticas públicas y la valoración de las instituciones universitarias en
general y de nuestras instituciones universitarias en Colombia y la región.
Los
rankings ordenan en una lista jerárquica a las diferentes instituciones a
partir de un modelo determinado de calidad sustentado en una batería
seleccionada de indicadores. Sin embargo, tanto la definición conceptual del
modelo de calidad como la selección de los indicadores es de por sí arbitraria
y expresan una idea particular de universidad que privilegia una tradición
universitaria específica, la tradición de las universidades de investigación de
élite norteamericanas3. Ello deriva en un imperativo problemático: todas la
demás tradiciones universitarias deben acoplarse e imitar ese modelo de
universidad favorecido en los rankings, pero ¿esto es necesario, conveniente y
posible? La respuesta a estos interrogantes es no.
Los
rankings se centran en medir la investigación -un aspecto que aunque principal
no representa el conjunto del quehacer universitario-, pero no cualquier tipo
de investigación, sino aquella vinculada a ciertas áreas de investigación
básica aplicada que desarrolla patentes, tecnologías y valores para industrias
especializadas como la militar, farmacéutica, biotecnológica etc., y que
conducen al incremento del capital internacional (principalmente
norteamericano).
A pesar
de la razonabilidad en el propósito de alcanzar mayores niveles de investigación
científica y tecnológica básica y aplicada, la búsqueda de este propósito a
partir de los rankings desconoce la complejidad universitaria que va más allá
de la limitada gama de criterios que son tomados en cuenta para realizar las
clasificaciones4. Los rankings mayormente centrados en la productividad de la
investigación en las ciencias naturales y exactas dejan afuera “diversas
misiones, estructuras y culturas organizacionales que se asocian con
tradiciones y modelos característicos… enraizados en contextos nacionales,
identidades históricas y condiciones de posibilidad” (Margison-Ordorika.
2010:99).
Además,
los rankings estimulan una concepción de la educación superior como un
cuasi-mercado, forzando una reorientación vocacional de las universidades como
una empresa que persigue beneficios económicos en un ambiente competitivo5.
Las
universidades de la Europa continental, Asia y América Latina también responden
a otras vocaciones y necesidades locales. La universidad latinoamericana
especialmente ha jugado y sigue jugando un papel fundamental como constructora
de la nación e instrumento de inclusión y cohesión social; en los rankings
internacionales estas contribuciones son absolutamente ignoradas y por el
impacto mediático de los rankings empiezan a sufrir de una crisis de
legitimidad ante la sociedad y los gobiernos (véase, Margison-Ordorika. 2010).
Nuestras universidades corren el riesgo de perder su rol y pertinencia social
si se encaminan por la exclusiva ruta de exigencias que marcan estas mediciones
internacionales.
Pensemos
por ejemplo en la universidad que requiere la Colombia del posconflicto. Pues
bien, no es la universidad imitadora la que se requiere sino una que recupere
una vocación pública y democrática reconocida en su contexto social, que avance
en investigación básica, pero que cultive sus propias tradiciones de
conocimientos promoviendo “la inclusión, la justicia, la resolución pacífica de
conflictos, la protección del ambiente, el desarrollo económico y social, el
respeto por la diversidad y la promoción de los derechos humanos”6, entre
otros. Una universidad propia capaz de relacionarse internacionalmente con identidad
y pertinencia nacional.
Los
rankings promueven una americanización que, en todo caso, tampoco es posible ni
está planteada para ser completa por más esfuerzos de imitación que se hagan en
la periferia para ser copias exitosas. Actúan con ingenuidad quienes piensan
que con la estrategia de imitación gozarán del mismo éxito, olvidan que ese
modelo se explica “en las condiciones nacionales y globales que sostienen el
particular estilo estadounidense de capitalismo académico. Las políticas de
imitación que no presten suficiente atención al contexto local únicamente
confirman el dominio del prototipo estadounidense” (Margison-Ordorika.
2010:104). Perseguir esta imitación es ratificar una condición subordinada sin
visión estratégica.
No es
posible, además, por razones de economía política: las universidades de élite
de investigación norteamericana funcionan sobre la base de un enorme apoyo
financiero estatal y privado y están orgánicamente ligadas al funcionamiento
del capitalismo norteamericano y su liderazgo global. Por el contrario, para
nuestra educación superior se reserva un régimen de políticas cuya base es el
desfinanciamiento estatal de las universidades públicas que son las que pueden
llevar a cabo mayor investigación básica y aplicada, quedando ante la
encrucijada de la crisis financiera y la exigencia para aparecer en los
rankings. Hay un artificio en los imperativos globales que suscitan los
rankings y que responden más a una lógica sistémica que a la voluntad de los
centros o empresas que los publican. Una política de imitación no tendrá éxito
pues no cuestiona las bases sobre las que se construyen estos imperativos y no
favorece la superación del papel dependiente de nuestras economías y la
independencia política necesaria para relacionarse con ventajas en un mundo
globalizado.
De otra
parte, los rankings tienen serios fallos metodológicos. Año tras año muchas
universidades presentan bruscas fluctuaciones en su posición como si de un año
a otro tuvieran cambios de calidad significativos, lo que es un “claro indicio
de la falta de consistencia de los ordenamientos” (Martínez R. 2011:93).
Existiendo instituciones tan diferenciadas, el objeto a evaluar se vuelve
problemático y la comparación improcedente; aparte del concepto de calidad
arbitrario, la fiabilidad de la información y las fuentes son discutibles y con
altas dosis de subjetividad y endogamia institucional que solo expresan la
visibilidad, el prestigio y la adscripción personal frente a las instituciones.
Los criterios más objetivos se refieren a la dotación de recursos de las
instituciones o en otras palabras, a su riqueza pero no necesariamente a su
“calidad” y fortalezas reales. Finalmente, frente a la agregación de
indicadores de naturaleza diversa “no se conoce el margen de error que
inevitablemente tienen los resultados y, en consecuencia, es imposible valorar
el significado de las diferencias” (Martínez R. 2011:91).
En mayo
de 2012, se reunieron en México 63 rectores de instituciones universitarias
públicas y privadas de América Latina, 36 de ellos de instituciones mexicanas y
entre los 27 restantes los rectores de la Universidad Nacional de Colombia, Universidad
Javeriana, Universidad del Valle y Universidad Pedagógica Nacional7. La
declaración del encuentro “Las Universidades Latinoamericanas ante los Rankings
Internacionales: Impactos, Alcances y Límites”, discutió varias de estas
críticas y señaló que la utilidad de los rankings está sobredimensionada y que
la mayor fortaleza de los rankings pareciera estar en su popularidad, lo que
evidentemente no es una razón de peso para promover políticas públicas ni
reformas universitarias.
De
cualquier manera, el problema de estos rankings universitarios no radica en la
corrección de sus metodologías o el ajuste de sus indicadores, no es en lo
fundamental una discusión técnica; tampoco se trata de un rechazo a la cultura
de la evaluación o de la necesidad de profundizar los esfuerzos en
investigación científica de punta; por el contrario, se trata de reconocer
todas las dimensiones de la complejidad universitaria y de realizar balances a
profundidad de las fortalezas y debilidades de las diferentes tradiciones universitarias,
no solamente basados en los rankings universitarios con pretensiones universalistas
que están de moda.
REFERENCIAS
Krüger,
K. Molas, A. (2010). Rankings mundiales de universidades: objetivos y calidad.
Revista electrónica de recursos en internet sobre geografía y ciencias
sociales. No. 129. Universidad de Barcelona.
Margison,
Simon. Ordorika, Imanol. (2010). Hegemonía en la era del conocimiento:
competencia global en la educación superior y la investigación científica.
Universidad Nacional Autónoma de México. México D.F.
Martínez
Rizo, Felipe. (2011). Los rankings de universidades: una visión crítica.
Revista de la Educación Superior. Vol. XL (I). No. 157. Enero-marzo 2011.
Páginas 77-97. México
Ordorika,
Imanol. (2007). Universidades y globalización: tendencias hegemónicas y
construcción de alternativas. Educación superior y sociedad-Nueva Época. Vol. I
No. 1.
Declaración
final del Encuentro Internacional “Las Universidades Latinoamericanas ante los
Rankings Internacionales: Impactos, Alcances y Límites”. México D.F. Mayo de
2012.
***
1. Los
rankings más destacados a nivel mundial son el Academic Ranking of World Universities
de la Universidad Jiao Tong de Shangai (Ranking Shangai); el Ranking Times
Higher Education, el QS University Rankings y; en menor medida, el ranking
SCImago y el Webometrics. Entre otros.
2. En
Estados Unidos existen antecedentes desde 1910. En 1925 se publicó un ranking
“basado en opiniones de un grupo de expertos… La ten¬dencia se consolidó a
partir de 1959 y, sobre todo, de la década de 1980, extendiéndose al nivel de
pregrado. La primera edición de la guía America’s Best Colleges, que publica la
revista US News and World Report, aparece anual¬mente desde 1983”. (Martínez R.
2011:80)
3. El
investigador mexicano Imanol Ordorika ha enfatizado este aspecto, lo que él
llama la Hegemonía del modelo de la universidad de investigación de élite
norteamericana. Ordorika también da un marco teórico crítico para interpretar
este fenómeno y en general el de la educación superior en el mundo globalizado.
Véase, Ordorika (2007). Margison y Odorika (2010).
4.En
general, los criterios combinan algunos de carácter objetivo (insumos o
recursos) con opiniones muy subjetivas relacionadas con la reputación, el
prestigio o el posicionamiento relacional de las instituciones. Para una
explicación de los diferentes rankings y sus criterios de selección véase,
Krüger y Molas (2010), disponible en, http://www.ub.edu/geocrit/aracne/aracne-129.htm
5.Krüger
y Molas (2010), enfatizan: “las universidades están orientadas a beneficios,
pero no (sólo) a beneficios económicos, sino más a beneficios científicos y
educativos. En este sentido, el problema del enfoque de los rankings no es que
suponga una competición entre instituciones y sistemas, sino que perciben esta
competición bajo el prisma economista (sic).”
6. De
esta forma se refería la declaración final del encuentro Las Universidades
Latinoamericanas ante los Rankings Internacionales: Impactos, Alcances y
Límites (2012), a parte de las características de las universidades
latinoamericanas.
7. Para
las memorias del evento, véase http://www.encuentro-rankings.unam.mx/
1 comentarios:
Sería muy interesante debatir las ideas y propuestas aquí presentadas (tesis), con las descritas en el blog http://www.losplanosdelapatriaanhelada.org/ (antítesis), pues la síntesis de estos dos términos dialécticos sería muy provechosa para la educación y el país en general.
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