Siempre
he creído que la democracia es (o debería ser), más que un discurso, una
práctica cotidiana para la vida en común, y no puede reducirse, parafraseando
al sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, a una isla que flota en
medio de un océano de despotismos.
Partiendo
de esta premisa, podría iniciar una reflexión acerca de casi cualquier cosa
presente en el escenario social y político colombiano: las constantes
violaciones de DDHH por parte de miembros de la fuerza pública, las actitudes
fascistoides de algunas “honorables senadoras” frente al conflicto entre
terratenientes e indígenas en el Cauca,
la crítica situación que se vive en el departamento de La Guajira donde
cientos de niños wayuu se mueren de hambre frente a la aquiescencia del Estado,
y un largo etcétera que nos da cuenta del océano de despotismos en el que
vivimos y lo pequeña que es nuestra “Isla” si es que así puede llamarse al
escenario electoral, con todos los vicios que tiene.
En las
últimas semanas quienes hacemos parte de alguna universidad pública del país,
hemos vivido uno de esos tantos
despotismos que no aparecen en los medios de comunicación masivos: la falta de
democracia en la designación de rectores en estos centros educativos. Así, en
lo que va corrido del año se realizó se desarrolló este proceso en los dos
claustros más importantes del país: la Universidad Nacional y la de Antioquia,
desconociendo en ambos casos la voluntad de las comunidades académicas
expresada en las consultas- no vinculantes- que se realizan.
Estos
hechos suelen cargarme de muchas inquietudes y reflexiones que tienen que ver
sobre todo con la relación entre la educación y la democracia. No encuentro
mucho sentido en el hecho de que las instituciones educativas cumplan su misión
de formar ciudadanos íntegros (y esto incluye, educados en la democracia),
relegando la voluntad de estudiantes y profesores a meras cifras dentro de
estudios de opinión, dejando las decisiones acerca del destino de las
universidades, en manos de personas que, en su mayoría, nada tienen que ver con
cotidianidad de la vida académica.
Ante
esto, los discursos que se posicionan sobre todo desde las organizaciones
estudiantiles, tienden a culpabilizar al “modelo de educación neoliberal”, que
ve a las universidades como empresas y a sus rectores como gerentes, y en donde
evidentemente no tendrían mucha cabida los “menesteres democráticos”. Si bien
esto es en gran medida cierto, también lo es el hecho de que Colombia es uno de
los pocos países de América Latina donde el cogobierno universitario no ha sido
la regla.
Trayendo
a colación algunos hechos históricos, la Federación Universitaria de Córdoba
(Argentina) promulgó en 1918 un manifiesto en el que se recogían gran parte de
las reivindicaciones de los estudiantes de la época. Este documento, se
constituyó en la base para las reformas universitarias que se desarrollaron en
casi todos los países latinoamericanos durante la primera mitad del siglo XX,
las cuales estaban enfocadas a implantar un modelo liberal de universidad (laico,
cientifista, enfocado a la construcción de nación, y cuya dirección estaba dada
conjuntamente por quienes conformaban la comunidad académica, esto es,
estudiantes y profesores).
Todas
estas reformas llevaron a que en países como Argentina y Chile se implementara
el cogobierno universitario (con excepciones únicamente durante las dictaduras
militares). En el caso colombiano estas reformas solo se desarrollaron de
manera parcial sobre todo durante el período conocido como la República Liberal
(1930-1946) cuando se presentaron grandes avances en términos de la laicidad de
la educación y la autonomía de las universidades.
Sin
embargo, ni las reformas realizadas durante estos años, ni las que vinieron
después, avanzaron en términos del cogobierno universitario, el cual solo
existió de manera formal durante algunos meses de 1972 en las universidades de
Antioquia y del Valle, como ganancia por la fuerte movilización estudiantil que
se había vivido el año anterior.
Toda
esta reconstrucción histórica, tiene como única finalidad mostrar que si bien
se dice que Colombia es la “democracia más vieja de América Latina”, en este
modelo de “democracia” subyacen cientos de autoritarismos que determinan todos
los ámbitos de nuestras vidas. Uno de estos tantos autoritarismos, lo vemos no
solamente en las universidades sino en el modelo educativo en general en donde
a pesar de los discursos se nos educa para la reproducción de todos los vicios
de nuestra sociedad y no para formarnos como ciudadanos críticos y empoderados
de nuestras decisiones.
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