Este artículo pretende ser un repaso no muy
exhaustivo del movimiento estudiantil y de lo que puede estar ocurriendo con
dicho movimiento en los últimos meses, por parte de un estudiante universitario
corriente, es decir, no organizado. Termina advirtiendo que para nuestros días
el movimiento estudiantil enfrenta serios problemas.
Fernando
Forero Pineda
La
educación superior en Colombia se masificó en las últimas décadas: la cantidad
de gente que ha cursado o cursa estudios en este nivel se multiplicó, lo mismo
que la demanda de plazas de educación superior. Hasta la década del cincuenta
la enseñanza universitaria y los estudiantes que iban a las universidades
fueron tan poco corrientes que no significaban casi nada en términos
demográficos. Si en los cincuenta una veinteava parte del 1% de la población
colombiana estaba constituida por estudiantes universitarios, para principios
del 2.000 la población universitaria se contaban por cientos de miles y en la
Colombia de 2013, tal vez, por millones. Hay quienes estiman que para nuestros
días la población universitaria en Colombia rodea el 3.2%, y que el crecimiento
de la enseñanza superior requerirá en los próximos años a más de 100.000
profesores.
¿Cómo
se explica esto? Hemos visto cómo se repite la historia en los últimos
cincuenta años: cuando las familias pueden hacerlo, corren a vincular a sus
hijos en la enseñanza superior, a fin de garantizarles unos ingresos más
elevados y, sobre todo, un nivel social más alto. De los estudiantes
latinoamericanos entrevistados hace un par de años, entre un 79 y un 90%
estaban convencidos de que el estudio los situaría en una posición social más
alta; sólo entre un 20 y un 38% creían que mediante la enseñanza superior
conseguirían unos ingresos muy superiores a los de su familia. Es probable, sin
embargo, que aquellos que estudiaron tengan unos ingresos superiores a los de
los que no cursaron estudios universitarios. Además, para aquellos que se
mueven dentro de los hilos de la corrupción del Estado colombiano
–particularmente evidentes en las regiones del país–, el paso por la
universidad les puede ofrecer un puesto en la maquinaria burocrática y, con
ello, poder, influencia y prebendas económicas, que en su conjunto –así piensan
algunos de esos estudiantes con los que hablé– pueden constituir la clave de la
riqueza.
Por
supuesto, la mayoría de los estudiantes proceden de familias más acomodadas que
el término medio, de otro modo, ¿cómo podrían permitirse pagar unos cuantos
años de estudio, la mayoría de las veces en universidades privadas
descaradamente costosas, a jóvenes adultos en edad de trabajar? A menudo las
familias hacen auténticos sacrificios. El masivo ingreso de estudiantes a
Bogotá en los años sesenta y ochenta, por ejemplo, se apoyó en las vacas
vendidas por campesinos modestos para conseguir que sus hijos engrosaran las
honorables y privilegiadas filas de estudiantes. Conforme avanzaba el final de
siglo y empezaba el nuevo siglo, una proporción cada vez mayor de jóvenes fue
teniendo la oportunidad de estudiar. Ir a la universidad dejó de ser un
privilegio excepcional; lo que sigue siendo un privilegio en Colombia es ir a
buenas universidades.
Sea
como fuere, no cabe la menor duda de que para nuestros días los estudiantes
universitarios se han convertido en una fuerza social y política más importante
que nunca. Esta multitud de jóvenes con sus profesores que hoy se cuentan por
cientos de miles e incluso por millones, concentrados en “campus” o, como
sucede en pocas universidades de Colombia, en “ciudades universitarias”, son un
factor relativamente nuevo en la cultura y en la política. Tal y como lo
revelaron las movilizaciones de finales de 2011, que coincidieron con las de
los estudiantes chilenos, no sólo pueden ser explosivos, sino también eficaces
a la hora de dar expresión nacional e incluso internacional a su descontento
político y social. Tal vez desde los años setenta del siglo pasado hemos visto
a los movimientos estudiantiles actualizar su potencial para emprender acciones
políticas y forzar a los gobiernos de turno a tratarlos como un interlocutor
político serio.
El
último de los estallidos del movimiento estudiantil en Colombia que pudimos
presenciar fue el que tuvo lugar a finales de 2011, cuando los estudiantes se
revelaron desde la Universidad del Atlántico hasta la Universidad del Cauca y
desde los estudiantes inscritos en programas técnicos y tecnológicos hasta los
registrados en programas de maestría y doctorado, contra la reforma a la ley 30
impulsada por el gobierno nacional en cabeza de la ministra de educación, María
Fernanda Ocampo. El movimiento estudiantil logró que el gobierno no sólo retirara
la reforma a la ley 30, sino también que se comprometiera a construir un
proyecto de ley de reestructuración de la educación superior en diálogo con el
movimiento. Frente a los que afirmaban que el movimiento estudiantil aún no
había aprendido a conseguir sus objetivos políticos, el estudiantado mostró una
efectividad política muy notable.
¿Cómo
fue esto posible? Los estudiantes, por numerosos y movilizables que sean, no
pueden conseguir solos sus objetivos; para ello necesitan ganar el apoyo o, por
lo menos, la aprobación de grupos sociales más amplios y más difíciles de
inflamar. En principio, al tratarse de una movilización urbana, que por ejemplo
paralizó en varias ocasiones parte de la ciudad de Bogotá, y protagonizada por
jóvenes de clase media con familias y profesores con alguna influencia en la
sociedad, en las movilización del 2011 los estudiantes no tardaron en llamar
atención, especialmente la de algunos medios de comunicación. En virtud de la
creatividad de las movilizaciones, ganaron la simpatía de la opinión pública y
de los mismos medios, de modo que el movimiento escaló rápidamente y ganó
eficacia. Además, se creó una suerte de confederación de organizaciones
estudiantiles denominada Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), que no sólo le
dio una estructura organizativa al movimiento sino que le ofreció una capacidad
de coordinación inédita.
El gran
éxito de la movilización estudiantil de 2011 fue que hizo ver a los estudiantes
y profesores tradicionalmente indiferentes a estas revueltas que la educación
superior no iba bien y que las cosas podían ser distintas. La gran mayoría de
estudiantes y profesores de las universidades no se sienten atraídos por el
radicalismo político. Esos estudiantes y profesores son más bien indiferentes
ante los asuntos “políticos” y prefieren concentrarse en rendir académicamente
para obtener un título, en el caso de unos, o en cumplir con sus actividades,
en el caso de otros. Estos estudiantes constituyen la mayoría de la población
universitaria, aunque son menos visibles que la minoría políticamente activa;
sobre todo porque la minoría activa aparece en los escenarios visibles de la
vida universitaria como son las representaciones estudiantiles o en
manifestaciones públicas que van desde las paredes llenas de pintas y carteles
hasta las asambleas, las manifestaciones y las “ollas comunitarias”. Sin
embargo, el éxito de la movilización radica en que se unan esos estudiantes y
profesores tradicionalmente indiferentes, a menudo procedentes de departamentos
y facultades en los que no se paga “servicio revolucionario”, al movimiento
estudiantil por razones, sin lugar a dudas, diversas. La movilización de 2011
logró llegar a estas gentes.
Sin
embargo, hoy parece que el ascenso del movimiento estudiantil de hace dos años
está llegando a su fin o, por lo menos, se encuentra en retirada. ¿Por qué en
este segundo semestre de 2013 el movimiento estudiantil no logró una
movilización tan amplia como se esperaba? Quisiera anotar un par de cosas. En
primer lugar, más allá de lo desgastante que en la Universidad Nacional de
Colombia haya sido el paro de los trabajadores, que terminó por minar la
posibilidad de que los estudiantes se movilizaran, se está fracturando la
relación entre los movimientos estudiantiles y las grandes mayorías de la
universidad. En segundo lugar, la MANE logró mantenerse articulada a finales de
2011 sobrepasando cualquier frontera ideológica o sectaria. Sin embargo, en los
últimos meses parece que el sectorialismo está empezando a resquebrajar esta
iniciativa; la coalición de organizaciones en torno a la MANE parece que puede
estallar en cualquier momento. Esto obedece a motivos ideológicos, pero también
a que hay muchas ilusiones de poder entre distintos grupos de estudiantes. En
las reuniones y asambleas en las que estuve pude advertir la agresividad de
algunos sectores y las tensiones existentes entre grupos organizados. Por
supuesto esto incrementa las fricciones entre los diversos grupos estudiantiles
y dificulta cualquier intento de movilización estudiantil.
Lo
único que quiero subrayar con estas anotaciones es que para nuestros días el
movimiento estudiantil enfrenta serios problemas; problemas a los que debe
mirar a la cara. No puede tratar de ocultar la realidad tras viejas consignas o
fórmulas fáciles. Por atractivo que ello resulte desde el punto de vista
emocional, no constituye ninguna opción política.
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