El 21
de marzo la motivación fue la convocatoria de la Mesa Amplia Nacional
Estudiantil (MANE), pero las razones reales no estaban en esa fecha. Son las de
siempre, las inocultables cuando aparece el tema de la educación en Colombia.
Aquel
jueves, algunos colombianos que están realizando posgrados en Brasil atendieron
la convocatoria para compartir visiones y experiencias, historias pequeñas y
personales, pero que pueden mostrar puntos importantes de los temas que están
sobre la mesa en la discusión por la nueva Ley de Educación Nacional.
Los
participantes fueron estudiantes de maestría y doctorado, en áreas de ciencia e
ingeniería. Prácticamente todos, antes del salir del país, pensaron en hacer su
posgrado en alguna universidad colombiana, pero simplemente no fue posible: las
matrículas serían impagables, las oportunidades de beca –además de parecer
inalcanzables– no resolvían las necesidades,
la necesidad de tener un empleo simultáneo al estudio perjudicaría sus objetivos,
las opciones en algunas áreas específicas eran demasiado limitadas y la
cantidad de cupos es muchísimo menor a la demandada. Sin desconocer la
importancia de una experiencia de estudio en el exterior, la falta de
oportunidades en Colombia hizo que para ellos salir del país no fuera una
alternativa sino la única opción para acceder a un posgrado.
Así,
estos profesionales de diferentes regiones del país llegaron a Brasil a
investigar en computación, física, materiales, ingeniería, química o
arquitectura. Llegaron a aprender, pero también a generar conocimiento en temas
que todos ellos reconocen como de gran importancia para Colombia o que,
incluso, están directamente relacionados con problemas colombianos, pero no
saben si esos desarrollos podrán ser transferidos y aplicados en el país. Las
ganas de regresar aparecen muchísimo más que las opciones para hacerlo.
Al
referirse específicamente a la idea de que la educación gratuita y de calidad,
ellos saben que es posible. Saben que, fuera del país, están aportando a un
sistema de educación con esas dos características y que en Colombia también
puede construirse. Para ellos, alcanzar esta meta importante para el país sería
posible si se diera la voluntad real de apoyar la educación, si los recursos
fueran destinados a lo realmente importante, si se adoptara seria y
honestamente una estrategia de desarrollo impulsada por el avance de la misma.
Esas
experiencias personales confirman los estudios que informan que más del 5% del
capital humano calificado colombiano es ‘exportado’, siendo el país un
‘exportador neto’ –el número de profesionales extranjeros que llegan es
muchísimo más bajo–.
Varios
elementos de la experiencia de estos profesionales desmienten falsas ideas que
han interferido la lucha por educación gratuita y de calidad en Colombia. Por
una parte, demuestran que, a pesar de los grandes problemas en educación desde
los primeros niveles, el potencial de los colombianos es grande: observamos que
trabajos de alto nivel, que son aprovechados por las grandes potencias, son
ejecutados por profesionales de países menos desarrollados, como Colombia, que
son ‘reclutados’ en instituciones de esas potencias donde la educación e
investigación son consideradas prioridades.
Adicionalmente,
sabemos que existen otros modelos de educación, planeados de acuerdo al modelo
de sociedad y de desarrollo de los países. Aunque esta última observación
parece obvia, no hace parte de la imaginación de muchos colombianos, para
quienes es utópico o hasta absurdo pensar en la gratuidad para algo que toda la
vida les han ofrecido como un servicio de lujo, aunque es, en realidad, un
derecho fundamental: la educación de calidad. En contraste, para quien creció
bajo modelos diferentes, es difícil pensar que los estudiantes necesiten pagar
por estar en la educación pública. Los modelos adoptados por diferentes países
son muy diversos y, claramente, no podríamos simplemente copiar ninguno de
ellos para Colombia, pero sí es importante reconocer que existen muchas
posibilidades y que hacen parte fundamental de un nuevo proyecto de país que se
pudiera construir a mediano y largo plazo. Es importante reconocer que una
educación superior diferente sí es posible y que hará parte de la construcción
de una Colombia diferente. Debemos atrevernos a soñarla y a construirla.
Por: María Mercedes Gamboa – junio 6 de 2013
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