A la
memoria de Diomar Humberto Angarita, Diermides Palacios, Leonel Jácome y Edison
Franco, víctimas mortales del Terrorismo de Estado en el Catatumbo.
La
Universidad Nacional de Colombia es un reflejo de la sociedad colombiana y como
institución del Estado mediante la cual, junto con la escuela, los grandes
medios o la iglesia, la clase dominante construye hegemonía para mantener sus
privilegios, repite los esquemas de exclusión política y profunda
antidemocracia por falta de dos conceptos centrales que deberían regir para un
centro público de formación, los cuales son la autonomía y la democracia.
Tanto
la participación política como la libertad de expresión son propiedad exclusiva
de la clase dirigente del país la cual ha monopolizado tanto el poder político,
el económico, el financiero como los medios masivos de comunicación. Es diciente
que las personas más ricas del país manejan tanto el sistema financiero como
los grandes medios, llámense RCN, Caracol, City TV, El Tiempo o El Espectador
mientras que la televisión pública es prácticamente inexistente configurándose
como única excepción Canal Capital en el último periodo aunque aún con serias limitaciones
especialmente en lo que a difusión se refiere.
Y
mientras esto sucede en el país, en la Universidad Nacional se repite lo mismo
a menor escala. El rector es impuesto por el Consejo Superior Universitario que
es controlado por el gobierno nacional que a su vez es elegido gracias al poder
económico, financiero, mafioso y mediático. Y de ahí para abajo la situación es
la misma, las demás directivas son puestas a dedo y Unimedios, tanto en prensa escrita
como en la página de internet y en la emisora, habla de todo menos de las
crisis internas de la institución mientras obedece ciegamente a los mandatos de
la dirección de la universidad sin participación alguna del estudiantado como
si éste tuviera nada que decir o más bien como si fuera el enemigo interno que
hay que acallar.
La
antidemocracia en el gobierno de la universidad es total. Reformas inconsultas
a la comunidad académica, proceso de claustros y colegiaturas que sólo sirven
para aparentar participación porque no son tenidas en cuenta, consultas a
estudiantes, profesores y egresados que son sólo una pantomima, arbitrariedades
como el perverso nuevo examen de admisión en donde a la mayoría no se les
permite escoger carrera, en fin, una institución casi dictatorial cuyo régimen
no puede ser puesto en peligro y por eso su poder mediático, Unimedios, no
permite una sola voz disidente al régimen del quinto piso del edificio Uriel
Gutiérrez.
No se
permite un sólo comunicado enviado por la representación estudiantil al correo
masivo, una sola referencia en los medios oficiales de la Universidad a las
protestas, paros, marchas o problemas al interior del campus si no es para
condenarlos, eso sí, dejando limpia la imagen de las directivas, las cuales se
convierten mágicamente en víctimas. Unimedios sirve para expresar y analizar
los problemas del país pero jamás para discutir sobre sus propios problemas y
para qué si un “campus de talla mundial” tiene que esconder sus conflictos
debajo del sillón de plumas de ganso porque para el rector lo importante es
aparentar.
Mientras
los grandes medios de comunicación en Colombia mienten y ocultan cómplicemente
los crímenes del terrorismo de Estado, como actualmente ocurre en el Catatumbo,
de la misma manera Unimedios no permite nunca un debate sobre un paro
estudiantil o de trabajadores, mostrando sólo la versión oficial, la de las
directivas.
Pero
afortunadamente la Universidad es mucho más de lo que quiere el gobierno que la
desea poner en su bolsillo, eso sí, sin financiarla, o de su rector y
vicerrectores ilegítimos. La UN es su comunidad académica y le pertenece a la
sociedad en su conjunto, por eso no se queda callada ni se pone de rodillas
ante el poder ilegítimo.
Mientras
Unimedios calla, las paredes hablan, mientras el poder aparenta, la comunidad
debate sus problemas y como los medios institucionales no informan o muestran sólo
lo que les conviene, surgen escenarios de información contrahegemónica y de
contrainformación para hacer frente al cerco mediático, sin la capacidad
económica ni de difusión pero que se hacen escuchar. Y es, entones, éste un escenario
de debate ideológico donde se disputa la hegemonía. La maquinaria contra lo
alternativo, lo homogéneo contra lo diverso, David contra Goliat.
Por eso
mismo creemos que la intención de comunicar no debe ser coartada bajo el
estereotipo de la comunicación como un privilegio para instituciones
especializadas, con recursos y una estética definida; comunicar es un derecho
de todo ser humano, necesario para que se le tenga en cuenta, como él lo desee
hacer, obviamente bajo la premisa del respeto a las ideas del otro, con el
debate como único mecanismo de confrontación.
Como
medios alternativos, nuestro accionar no solo pasa por cubrir lo que sucede e
informarlo, sino ubicar de dónde provienen esas noticias, qué intereses hay en
el fondo, cuestionar el orden existente y hasta tomar posición sobre lo
acontecido; y en el caso específico de este debate sobre la libertad de expresión
y el uso de lo público hay mucha tela por cortar. Como en muchas publicaciones
hechas por nosotros, lo hemos mencionado, no es la primera vez que se pone en
la mesa y de manera parecida este debate en la universidad; claro que hay gente
que quiere las paredes blancas, claro que hay gente que está en desacuerdo con
las propuestas que provienen de los revolucionarios, aún más claro que existe mucha
gente en desacuerdo con el accionar clandestino, así como está claro que hay
muchos en desacuerdo con la sátira y el saboteo como único mecanismo para dar
los debates.
La
Universidad Nacional por su composición tan diversa –fruto del origen y las
múltiples experiencias que han vivido los individuos que hacen parte de la
misma - es un escenario de exposición de multiplicidad de posiciones y
propuestas, algunas que se complementan, otras que se contradicen. Sin embargo
desde hace mucho tiempo no se veía tan fuerte el renacer de variadas
iniciativas que influenciaran con tanta fuerza a la comunidad universitaria;
sólo para mencionar algunas, podemos hablar esté semestre de los compañeros que
se movilizaron en contra de la expropiación de los terrenos de la universidad,
todos los que se han expresado a favor de la renuncia de Mantilla, los que
exigen una constituyente universitaria, los que cuestionan las pintas en la
universidad y plantean redefinir el uso de lo público. Y aunque todas han
buscado sumar a los estudiantes con el único fin de mejorar la universidad, han
existido discordias entre unas y otras, aún más, se han conformado sectores
entre los que están de acuerdo con una u otra propuesta y los que no.
Pero
frente a esta situación, sería imposible no mencionar que la propia identidad
de la universidad se ha construido con las iniciativas de todos aquellos que se
han esmerado por cambiar los “paradigmas” frente a lo que debería ser la
universidad –tanto hacia adentro como hacia afuera-, ejemplo de esto la lucha
por que la plaza Che no se llamara plaza Santander como la institución lo
deseaba; por hacer pintas y murales en honor a nuestro pueblo campesino,
indígena, trabajador, que claramente no está presente en los intereses que dan
origen a la Educación superior; por hacer placas y bautizar edificios para no
dejar olvidar a todos aquellos que han muerto por un mundo distinto, ni las
ideas por las que murieron; por informar y dar a conocer de una manera diferente
nuestros pensamientos, iniciativas, inconformidades.
Esta
identidad se ha construido de manera plural y diversa, con el común denominador
de re apropiar el territorio, de darle contenido a las cosas no solo por su
función, sino por su historia, y esto no solo lo hacen los revolucionarios,
sino los estudiantes de artes, de diseño, que recrean los espacios existentes plasmando
sus ideas en distintos lugares; incluso hubo quien no se puso a blanquear las
paredes sino a pintar lo que quería, con una característica que nos incomodó a
muchos y es que para hacerlo se valió de las ideas ya existentes transformando
su contenido en vez de pintar sus propias propuestas.
Para
nosotros está muy lejos de nuestras intenciones una universidad sin colores,
sin ideas, neutra como la desean algunos desde el poder como el vicerrector de
sede. Creemos que la pinta y el mural es una forma de comunicación y que la
comunicación es una necesidad en la actualidad, sobre todo cuando la institucionalidad
y los medios masivos informan solo que les conviene y desconocen las
alternativas que el pueblo plantea.
Consideramos
que la disputa por los papeles pared de la UN debe hacerse en el ámbito de la creatividad,
en el ámbito del color, de la escritura, en las arenas de lo creativo y de lo
expresivo. Es sorprendente cómo algunos alzan banderas para borrar con blanco
las libertades que desde antes que todos naciéramos nuestros ya maduros
compañeros conquistaron. El discurso de la neutralidad de un color no se
sostiene cuando este color se impone sobre lo que otros han hecho con amor, a
lo que otros le otorgan significado. La libertad de la que aun gozamos no es
retórica, es factual: pocos son los espacios en Colombia en que puede plasmarse
materialmente lo que se piensa sin ser condenado, sin ser criminalizado y sin
que se le encarcele o dispare. La UN aún sigue siendo un espacio abierto para que
jóvenes como Diego Felipe Becerra vengan y hagan su arte y no sean asesinados
en las calles o sean encarcelados, maltratados, forzados a lavar estaciones y
baños de policías.
El
blanco no nos representa a todos, los colores no solo se viven en la óptica,
sino también en la subjetividad: para nosotros el blanco es el color de la
Colonia, el color en que se pintan decenas de edificaciones en Cartagena,
Mompox y Popayán que nos recuerdan la cuadrícula arquitectónica española, el
sometimiento, la imposición, la aniquilación de la expresión. Por eso hemos
hecho del blanco el color del papel, el color en que se escriben las ideas de
libertad. Nuestro puño tiembla eufórico cuando la retina descubre la
uniformidad incólume, la frialdad expresiva, la sobriedad desabrida de este
color. Blanquear las paredes de la UN equivale para nosotros a quitar las
palabras de un libro abierto desde décadas, un libro ganado a pulso por los compañeros
que nos precedieron, un libro al alcance de nuestras manos que no necesita de
autorizaciones, erratas, consejos editoriales, ni de inquisiciones para ser
escrito. Son cientos de páginas que esperan por ser llenadas con palabras y dibujos,
están disponibles a todas las edades, a todos los colores de piel, a todos los
géneros, a todas las nacionalidades y también disponible para ser escritas por
ustedes.
El
llamado que hacemos es a que todas las expresiones religiosas, deportivas,
políticas, filosóficas, etc. se apropien de una pared en la universidad, si
necesitan una de las que hemos pintado, están autorizados a tomarla, tenemos
pintura suficiente para pintar junto a las de ustedes muchas más. Estamos
convencidos de que la crítica al supuesto “monopolio” de las paredes, también
puede hacerse creando y no señalando la congestión de discursos gráficos con la
misma mano que daña el trabajo de compañeros, la mano que destruye, que vulnera
lo que otros consideran respetable y que acepta el reto de crear. La censura y
la prohibición sobre la libertad de expresión no han sido impuestas por nadie
en la UN, creemos que no debe ser tolerada en este tablado de discusión de
ideas y confrontación pacífica y constructiva de subjetividades. Cuando se
pretende poner fuera del lugar de visibilidad y escucha a un discurso se
censura, eso no los enseña en su Orden del Discurso Michele Foucault.
La
politización de la Universidad Nacional de Colombia que se hace patente en
muchas de los escritos en sus papeles pared no debe asumirse como impuesta,
establecida por alguien. Entenderán todos los presentes que no existe en la universidad
un monstruo comunista, de piel roja y dos metros de altura armado de martillo y
de una hoz, dispuesto eliminar quien ose vulnerar las marcas de su territorio.
Creemos
que la UN es un escenario donde numerosas líneas de fuerza, matices discursivos
y políticos surcan el espacio científico e intelectual. Las asimetrías que
tanto son vociferadas deben entonces excitar el trabajo y la creación en este
espacio de ideas y pensamientos. Estamos seguros de que este desafío está muy a
la altura de la dignidad de nuestros detractores y que no escasean en ellos capacidades
e ingenio para llevar un poco más acá de la creatividad y la expresión algunas
de las “prácticas de libertad” que usan el color blanco para superponerse
invisibilizando discursos de los otros.
La
tarea de modificar las asimetrías políticas en el discurso que se expresa en
ideas, en acciones de confrontación y en pinturas en la paredes, esas mismas
asimetrías internas que rejas afuera han configurado un estereotipo de
universidad en la mayoría de los habitantes de la ciudad y del país, implica
desarrollar una nueva manera de hacer las cosas, una manera pacífica y
respetuosa de buscar los mismos o diferentes objetivos a partir de un nuevo
crear, de un nuevo cómo, de un nuevo para qué, de un collage de nuevos verbos y
nuevos adjetivos que no son blanquecinos ni homogéneos. Esta labor es sana y
significa que se está en buen estado el espíritu de la universidad, pero
insistimos en que no se encuentra a la medida de brochazos blancos y de
actitudes de confrontación, de choque y de actuaciones que algunos consideran
como irrespeto hacia sus ideas, historia y organizaciones. Consideramos que
nuestras actuaciones sociales deben atenuarse, ponderarse y encausarse, en
parte, por lo que el otro considera que lo vulnera o lo agrede, este es uno de
los pilares de nuestro concepto de convivencia.
Hacemos
un llamado a que el debate se extienda, se densifique y precipite en
modificaciones y acuerdos que impliquen el respeto mutuo entre compañeros que
divergen en sus apreciaciones respecto a las “prácticas de libertad” en el seno
de la universidad. Para ello consideramos que debe remitirse toda confrontación
a las arenas del diálogo y del pensamiento, y que pueden ocasionarse fricciones
si se siguen lastimando gráficamente las expresiones a las que compañeros
otorgan significado histórico, político y afectivo, siendo calificadas
estéticamente cómo prosáicas y políticamente inaceptables, siendo alteradas y
destruidas en su materialidad significante por quienes esperamos asuman el
desafío de crear sus propios murales y de hacer política más allá del color
blanco, de la invisibilización y de una neutralidad discursiva que no debe
imponerse al estudiantado, ni que es sano para el flujo y la dialéctica de las
ideas que imprime su sello particular a la academia. No es apropiado seguir
insistiendo en que las paredes exhiban ese mismo color de la ceguera de
Saramago, el mismo color que hizo surgir en aquella ciudad lo más detestable,
lo más horroso, lo más egoísta del espíritu de aquellos hombres.
Nosotros
nos resistimos a seguir viendo en color. Seguimos reivindicando el amor entre
el estudiante y su papel pared de la UN en que pueda plasmar espontáneamente y
sin restricciones el precipitado sagrado de su subjetividad.
También
hacemos un llamado a democratizar el monopolio rígido de los medios de
comunicación de la Universidad Nacional. La comunidad académica, en especial el
estudiantado, no tiene esa minoría de edad kantiana ni es ese enemigo interno
que el poder hegemónico de la institución cree de forma paranóica, creencia
basada en la ilegitimidad del rector que no representa a su comunidad sino a
quien lo puso en ese puesto, el gobierno nacional.
La
Universidad Nacional no puede seguir repitiendo los esquemas antidemocráticos
según los cuales quienes tienen el poder deciden qué se comunica y que se
acalla, sea en una pared, en una instancia de decisión o en la prensa.
¡Que
venga Colombia y que pinte sin temor su universidad multicolor!
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