Juan
Gabriel Gómez Albarello*
Con
este acto desafiante e irrespetuoso de fumar un cigarrillo quiero llamar la
atención de ustedes acerca de un conjunto de hechos que es fundamental en lo
que concierne a nuestra presencia aquí, en este espacio público que es el
Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional:
Primero,
los espacios públicos son espacios reglados, son espacios con reglas;
Segundo,
las reglas de los espacios públicos no han existido siempre – tienen una
historia;
Tercero,
las reglas del espacio público responden a un interés público, a un interés
común.
Hubo
una época en la cual era permitido fumar en auditorios como éste. Pero eso
cambió. El acuerdo acerca de lo que era permitido en esos espacios públicos fue
modificado. ¿Por qué? Por el surgimiento de una nueva conciencia acerca de las
consecuencias negativas para la salud de todos los individuos de permanecer en
espacios contaminados con el humo de cigarrillo. Lo chévere, lo legal, lo chic
era fumar. Ya no lo es.
Nadie
en su sano juicio va a proponer que se permita fumar en el León de Greiff. No
fumamos en el León de Greiff porque así nos lo dice nuestro sentido de lo
público, el sentido que nos indica qué hacer cuando compartimos con otros un
espacio público, un compartir que realizamos sobre la base del mutuo respeto y
el mutuo reconocimiento.
Sin
embargo, tengo que decir que cuando entro al campus de la Universidad Nacional
siento que entro a un espacio cargado de humo o, para ponerlo en términos de
una metáfora auditiva, a un espacio donde muchos vecinos ponen su música a todo
volumen simplemente porque se les da la gana. Que algunos lo hagan motivados
por sus convicciones políticas y otros por su necesidad expresiva poco importa.
Al final, el resultado es el mismo. El espacio público en el campus de la
Universidad Nacional es un espacio con grandes volúmenes de contaminación
visual, un espacio con una sobrecarga continua de mensajes, resultado de un
proceso selectivo de apropiación particular, por lo tanto de expropiación, del
espacio público.
La
apropiación individualista o clánica, grupalista, según el caso, es a mi juicio
el resultado de una concepción abstracta y por lo tanto falsa del concepto de
libertad de expresión. Digo abstracta y falsa porque se niega lo público del
espacio en el cual esa libertad de expresión se ejerce. Esta apropiación
particularista es también el resultado de una construcción social de reglas del
espacio público que niegan el sentido mismo de lo público. Me explico.
Hay
reglas y principios que niegan la libertad, por ejemplo, el principio
totalitarista que afirma, "todo lo que no está prohibido es
obligatorio." Pero en otro extremo muy distinto del anterior encontramos
un principio no menos totalitario, uno que además se contradice a sí mismo,
"prohibido prohibir." Quienes abrazan este principio suponen
ingenuamente que toda regla con excepción de la anterior, niega la libertad.
Pero, ¿es esto verdad? ¿Puede haber libertad de expresión sin reglas de ninguna
clase?
Los
invito a realizar el siguiente ejercicio. Traten de expresar su pensamiento
haciendo caso omiso de la sintaxis de nuestra lengua. Olvídense por un momento
de las reglas gramáticales e intenten comunicarse con otros violando
sistemáticamente esas reglas. Y ¿qué consigue uno de estos desesperados
intentos de una libertad de expresión que no conoce ni respeta regla ninguna?
Nada o casi nada, excepto un balbuceo ininteligible que tiene la forma de una
colección de ruidos.
Quisiera presentarles aquí el resultado de
uno de estos ejercicios:
Traten
pensamiento de nuestra comunicarse sistemáticamente qué estos una que respeta o
un tiene una de haciendo la lengua momento gramáticales con esas consigue
desesperados libertad no regla casi balbuceo la colección expresar caso sintaxis
olvídense de e otros reglas uno intentos de conoce ninguna nada ininteligible
forma de su omiso de por las intenten violando y de de expresión ni nada
excepto que de ruidos
Como
pueden ver, como lo han podido oír, la idea de que toda regla es una
restricción de la libertad es una idea falsa. La libertad también necesita de
reglas. En el espacio público de nuestra lengua común nos comunicamos gracias a
esas reglas. En ejercicios lúdicos y poéticos podemos darnos el lujo de poner
esas reglas en cuestión con el objeto de explorar los confines de nuestra
percepción y nuestro pensamiento. Pero en el espacio común del habla cotidiana,
es imposible hacer caso omiso de ellas.
Análogamente,
en el espacio público de libre pensamiento como el de la Universidad Nacional
es preciso que haya lugares en los cuales se manifieste públicamente el
pensamiento crítico y donde se exprese la lúdica y la poesía, pero que se haga
en el marco de reglas comúnmente aceptadas. A falta de ese acuerdo al que
podemos llegar y al que todavía no hemos llegado, ¿qué es lo que encuentro en
el campus? Un amplio conjunto de expresiones gráficas en el campus carece de
lúdica y de poética. Diría que son la manifestación solipsista, egoísta de una
expresión individual que tiene la forma de "yo estuve aquí y aquí
grafitié"; "yo estuve aquí y aquí putié"; "yo estuve aquí y
aquí ¿qué? ¿eyaculé?"
El
artista dadaísta Marcel Duchamp envió una vez un orinal a una exposición de
arte para épater le burgeois, para escandalizar a la burguesía. Aquí,
sin embargo, el escándalo se hace con cien años de retraso y en un contexto
enteramente distinto. Aquí lo que se logra es sobrecargar el espacio público
con una afirmación que se ha convertido en regla: "el espacio público no
es de nadie y, como no es de nadie, en él hago lo que se me da la gana."
Esta
sería, sin embargo, una descripción incompleta de la realidad del espacio
público de la Universidad Nacional. Aquí también parece haber otras dos reglas
un poco más políticas que la primera. Una de esas reglas dice, "el espacio
ocupado por una organización es de esa organización y de nadie más." En
otras palabras, ese espacio público era público hasta que se lo tomen porque,
después de tomado, nadie más puede hacer nada en él.
Parece
que hay otra regla que dice, "los íconos y mensajes que legitiman la lucha
armada son sagrados." Por lo tanto, cualquier intervención en esos íconos
o mensajes sería un acto de profanación. Así las cosas, la Universidad
Nacional, el hogar de un pensamiento crítico e iconoclasta, se ha convertido
también el hogar de un nuevo santoral: el de San Camilo, San Manuel, San
Alfonso, etcétera, etcétera.
Si de
verdad existiera una regla semejante, propondría que le cambiáramos de nombre a
la Universidad y que la llamaramos la Universidad Talibán de Colombia. Pero no
creo que sea ése el caso. No creo que entre nosotros haya talibanes. Talibanes
y fundamentalistas son los que mandan a matar a quienes hacen caricaturas del
profeta Mahoma. Asumo que las organizaciones clandestinas que hay en la
Universidad no son de ese tipo. Si estuviera equivocado, entonces apaguemos la
luz y vámonos.
Estamos
aquí en una Universidad que es hogar, lo repito, de un pensamiento crítico e
iconoclasta, donde personas como yo asumimos el papel de contradictores de las
organizaciones clandestinas que ocupan el espacio público con íconos y mensajes
que legitiman la lucha armada. Quienes forman parte de esas organizaciones son
miembros de la comunidad universitaria y es en tal carácter que yo los
interpelo. Yo soy su contradictor, no su enemigo.
Yo no
vengo a este espacio a pedir que los espíritus se apacigüen. Yo, como muchos de
ustedes, lucho contra un sistema. Yo también lucho por una forma de vida alternativa,
distinta de la que ustedes proponen. Y yo, como muchos en este campus, pongo en
cuestión una forma de lucha, la lucha armada, cuyo legado de destrucción y
estigmatización es patente en la Universidad Nacional.
Sobre
este punto, quisiera decir que en el discurso de las organizaciones
clandestinas encontré un registro de las causas de la actividad rebelde, pero
no he visto nunca una reflexión igual acerca de las consecuencias de esa
actividad. Por eso creo que, con mucha ligereza, esas organizaciones nos
imponen en el espacio público sus símbolos y sus consignas. Yo rechazo unos y
otros. Lo hago no a nombre de una paz tibia e insípida sino de una lucha más
unificada y vigorosa, sin violencia. Lo hago, también, a nombre de un espacio
público libre de tiranías comunicativas.
Muchas
veces que he hecho estos planteamientos me he encontrado con la respuesta,
"Así es la Universidad Nacional." Así es, digo yo también, pero
también digo que es así como la hemos construido y que la podemos continuar
construyendo de manera diferente: sin tener que cerrar la Biblioteca Central
los viernes porque hay gente que entra a orinarse en los ascensores, sin baños
con llave porque hay gente que se roba el papel higiénico, sin estigma, sin
estereotipo, con la fuerza de un pensamiento crítico y de una actividad
crítica, de una lucha crítica.
El gran
mérito que encuentro en el Proyecto del Señor Rayón es la puesta en cuestión de
las reglas que rigen hoy un espacio público desportillado, urgido de espacios
como éste de deliberación y de debate. Encuentro también un gran mérito en los
planteamientos de varias de las organizaciones aquí presentes que ponen en
cuestión unos medios universitarios oficiales impermeables a lo que sucede en
el campus, reacios a dar cuenta de un amplio descontento, un tema respecto del
cual también puedo dar el testimonio de mi propia experiencia.
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Profesor Asistente, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia
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