Desde
el pasado miércoles 20 de febrero el gremio de los trabajadores en la
Universidad Nacional de Colombia se declararon en asamblea permanente. Esta es
la historia de una de tantas mujeres que con valor han decido asumir esta tarea
pensando en el futuro de su familia y de los nuevos trabajadores.
Una
gran carpa roja, ubicada sobre el anillo vial a la altura de la entrada por la
calle 26, es el punto de encuentro para los cientos de trabajadores que
decidieron cesar sus actividades laborales y bloquear los edificios de la más
importante universidad del país. Allí se guardan los equipos de sonido, el
mercado, el material para hacer propaganda y algunos sillones en los que se
turnan para descansar. Cada facultad de la universidad, o dos en caso de que
sean pocos los trabajadores, se encarga de asumir la administración de estos
elementos por turnos de 24 horas a partir de las 6:00 a.m.
Desde
la revisión de las porterías, los ingresos a los lugares en donde hay material
vivo, las comidas, el tinto, los carteles... Todas estas actividades se
reparten indiscriminadamente entre hombres y mujeres que han decidido hacer un
alto en sus vidas familiares y personales para hacer sentir su voz de protesta
ante los inequitativos salarios y la violación sistemática a sus derechos
laborales.
Ana
Rita Rodríguez, una programadora de sistemas, madre de 3 hijos y vinculada como
trabajadora desde hace 28 años a la universidad, ha pasado varias noches en
vela en la carpa roja rodeada de sus compañeros sindicalizados como último
mecanismo para exigir una mejora salarial así como en 1996 cuando se realizó la
última protesta de los trabajadores y que duró más de 40 días.
La
mañana transcurre lentamente. Algunos trabajadores, unos cuantos estudiantes y
un incauto celador se acercan al lado de la carpa en donde está el fogón en
busca de una taza de tinto o aromática mientras el sol se abre paso por el frío
cielo capitalino. Por fin cerca de las 9:00 de la mañana, las inmediaciones de
la carpa se van llenando de trabajadores para dar inicio a la asamblea diaria.
Se presentan saludos de otros sindicatos nacionales e internacionales, se
informa sobre la situación en otras sedes de la institución y se hace el
listado de las actividades del día. Mientras algunos comienzan a organizar lo
que será un almuerzo para 400 personas; otros dan vía libre a los juegos de
mesa, entre ajedrez, parques y juegos de cartas, la mañana se acaba.
Son
muchos los que se ven beneficiados de la olla comunitaria: estudiantes que
conociendo o no del paro deciden pegarse una pasadita por el lugar a ver en qué
va la situación y trabajadores de otras dependencias que posiblemente ante la
lejanía de su lugar de residencia no están dispuestos a desaprovechar un
almuerzo gratis. Lo cierto es que poco a poco las enormes ollas van quedando
vacías mientras las filas para lavar los platos van creciendo.
Las
tardes se dedican a realizar actividades culturales. Entre conciertos, clases o
demostraciones deportivas, charlas académicas, marchas o mítines, se pasan las
horas mientras el sol se pierde de vista en el horizonte y las estrellas
comienzan a iluminar el cielo de la capital.
La
noche requiere de mucha más organización. Se realiza una breve reunión en la
que se consigna un listado con las personas que pasarán la noche en la carpa.
Lentamente la lucha ha trascendido las reivindicaciones laborales y algunos
estudiantes se han unido también a la causa. Por lo tanto otras carpas más
pequeñas rodean a la principal. Aclaradas las normas básicas como la
prohibición de sustancias alcohólicas o drogas, se nombran los grupos que
realizarán rondas periódicas por toda la universidad para evitar que personas ajenas
a la misma se encuentren dentro de las instalaciones después de la hora de
cierre.
En
la noche, cuando el cansancio comienza a hacer de las suyas, entre un tinto y
las canciones sociales de fondo, Ana Rita puede al fin sentarse un rato y
contar las historias de su familia. Los recuerdos que se le vienen a la mente
de su infancia en compañía de su padre sindicalista. Los mensajes de apoyo de
sus hijos, que por estar ya mayores pueden prescindir unas horas de su madre
respetando y valorando la lucha de ella y de sus compañeros. Las ideas que
tienen para articular la protesta con la que vienen dando los estudiantes a
través de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil. Las aspiraciones personales en
cuanto a los resultados que pueda traer el paro y las miles de historias que
quienes deben hacer casi que magia para sobrevivir con poco más de un mínimo
cada mes. Estos son los temas de conversación con los que se pasan las horas y
el frío de la madrugada.
Las
rondas a esas alturas de la noche, ya próximas a la salida del sol, deben
hacerse con una buena ruana o una cobija y por supuesto un buen pocillo de
tinto. Es el momento justo para hablar sobre las reivindicaciones de luchas
pasadas y de la actual coyuntura: la nivelación salarial y el régimen
disciplinario propio, la posibilidad de la carrera administrativa, el estatuto
general de los trabajadores, la tercerización laboral, los regímenes especiales
de contratación, entre otros atropellos que se vienen cometiendo en contra de
uno de los sectores más importantes y quienes mantienen en pie la universidad.
Es
hora de ir haciendo inventario y aseo general para entregar la carpa en las
mismas condiciones que se recibió el día anterior. Y aunque en un principio se
podría pensar que son los hombres quienes más involucrados se ven en la lucha
sindical, Ana Rita aclara con sus propias palabras: “Hay algo muy curioso y es
que las mujeres tenemos más compromisos en los hogares, pero las mujeres somos
las que más abiertamente asumimos los compromisos de la carpa, más directamente
para la quedada”.
Ya
van a ser las 6:00 de la mañana y mientras comienza a llegar el nuevo grupo que
asumirá la responsabilidad de la carpa, Ana Rita recoge sus pertenencias y se
dispone a marcharse para pasar unas cuantas horas de descanso en su casa para
volver a la universidad a continuar con la rutina una vez más.
Cindy
Lopera
Prensa
Universidad
desde
las aulas hacia Colombia
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