Muchas
son las hipótesis que se tienen alrededor de los nacientes diálogos de paz
entre la insurgencia de las FARC-EP y el Estado colombiano, ‘que serán un
fracaso más’, ‘que las FARC entregarán las armas’, ‘que todo se solucionará en
tan solo un año’, en fin, tantas aseveraciones que dejan de lado los temas
centrales de este proceso que por supuesto tienen que ver con los problemas que
dieron raíz a la existencia de un conflicto social y armado que tiene más de 5
décadas de antiguo.
Temas
radicales como el conflicto por la tierra en un país donde el 0,4% de los
propietarios concentran el 61,2% de ésta (Fuente: IGAC), concentración que se
ha hecho a punta de violencia, desplazamiento, amenaza y asesinatos de miles de
campesinos, temas como el narcotráfico en un país donde la guerra tanto del
lado insurgente como del lado estatal se sustentan en gran medida y de forma
diferenciada de este negocio que está –por debajo de cuerda- avalado por los
países consumidores de los alucinógenos, aspecto que no se pone en debate
cuando se habla del asunto, temas como la participación política y la
democracia, en esta patria que vio morir por balas del estado y de sus fuerzas
represivas tanto legales como ilegales, a más de 5.000 militantes de oposición
que siendo o no de las FARC, solo por el hecho de estar en la Unión Patriótica
haciendo política por las vías legales fueron acallados; temas como el de
victimas cuando se habla de cifras escalofriantes de muertos dejando de lado
que finalmente todo el pueblo colombiano ha sido víctima de este conflicto ya
que ha sufrido en carne propia las consecuencias del desempleo, del
empobrecimiento, de la desigualdad, de la falta de vivienda, de la
imposibilidad de acceder a la educación, de la falta de un seguro de salud,
entre muchos más situaciones que configuran lo que en su defecto conocemos como
causas que alimentan el conflicto social y armado colombiano.
Pero
además de las hipótesis planteadas y de los temas trascendentales que se irán a
tocar en estas mesas de conversaciones, quienes hacemos de la academia un
espacio de crítica y reflexión sobre el papel de ésta en la sociedad, nos
estamos preguntando ¿cuál es la posición tanto de la Universidad Nacional de
Colombia como de sus ilustres intelectuales, académicos e investigadores, así
como de sus sobresalientes estudiantes?, teniendo en cuenta que toda la
comunidad universitaria es prácticamente un grupo élite que debe tener una
posición –por esta misma condición de privilegio- y sobretodo mucho que decir
respecto, tanto al proceso en sí mismo como a los temas que se tocarán que son
del resorte de cientos de profesores y estudiantes que han desarrollado
exhaustivas investigaciones y propuestas concretas que pueden ser un aporte
importante en la búsqueda de soluciones viables y duraderas en este proceso que
irá mucho más allá de unos diálogos bilaterales, cuando de lo que se trata es
de temas que incumben el rumbo de nuestro país y que por ende involucran al grueso
de la población colombiana.
Surge
esta pregunta porque como Proceso de Organización Estudiantil –PROES-, al
interior de la Universidad Nacional de Colombia sede Palmira y en los
escenarios sociales y populares donde participamos, hemos tenido una posición
clara respecto a la exigencia que le hemos hecho, tanto a la institución como a
la comunidad universitaria, de tomar partida en pro de una solución política a
este conflicto, así como de asumir un compromiso activo tanto en el blindaje
que necesita este proceso de paz, como en direccionar muchos de sus esfuerzos
académicos, investigativos y de extensión en ayudar a construir caminos que nos
conlleven con pasos firmes, a la construcción de un país soberano, justo y
democrático en el que se abran las posibilidades reales para forjar nuestro
propio futuro en la vía de conquistar una segunda y definitiva independencia.
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