En una célebre parábola –que es de amplio conocimiento por nuestras directivas universitarias- Saint-Simon invitó a suponer que en Francia, por una catástrofe, murieran súbitamente sus príncipes, duques, consejeros de Estado, ministros y arzobispos. Francia lloraría, porque tiene buen corazón, pero esta desgracia no causaría mal alguno para la sociedad. Pidió, en seguida, que se imaginaran que murieran sus mejores cincuenta físicos, sus mejores cincuenta químicos, sus mejores cincuenta ingenieros, sus mejores cincuenta hombres de letras. La desgracia, además de sentimental, sería una casi irreparable pérdida, que pondría a esta nación al borde de la barbarie. Este mundo al revés, figurado por Saint-Simon nos invita a nosotros a pensar qué sería una universal sin su Consejo Superior, si él cesara las actividades o de sus miembros dispusiera el Creador. A parte de algún vacío legal, la universidad seguiría su marcha regular. Mientras si sus profesores no fueran a la universidad, si los estudiantes no cumplieran con sus tareas, la comunidad universitaria realmente existe no se presentara a sus labores docentes e investigativas, por alguna razón, la universidad dejaría de existir. Con su desaparición la sociedad quedaría al borde de su barbarie.
Suponer o asimilar la universidad al rector o a sus directivas, es simplemente el mundo al revés, lo abajo arriba. Suponer que los profesores, por reclamar un derecho, desprestigian la institución, es suponer que el rector es la institución, y no corroborar que al disentir de la autoridad –cuando ella acusa signos de su fracaso o de desgate- es el deber de todo universitario. Pensar, imaginar, escribir es el pulmón de la universidad. Pensar, disentir, de arriba abajo –del profesor al rector- es no solo un derecho consagrado por la libertad de cátedra y enseñanza, es la respiración natural por la que el espíritu libre se expresa. El reproche a este derecho profesoral es un abuso de poder; es simplemente corroborar que para el Consejo universitario –nuestros príncipes y condesas- ellos y solo ell@s son la república universitaria. La república la componen, los profesores y los estudiantes; nosotros, en primer término. Sus directivas son delegados ad hoc de la verdadera marcha de la universidad, del demos en que a diario se práctica y cultiva y se da razón de ser y vida a la misión de la universidad.
Nada resulta más nocivo a la marcha de la universidad que sus directivas se arroguen el derecho a perpetuarse sin consideración. Por salud metal y psíquica el rector debe ser entendido como figura en transición. Hybris, el impulso irracional y ciego que desborda los límites de la razón, generaba para los antiguos la tragedia. El no saber escuchar la voz interior de “basta”, a tiempo, es fuente de mil calamidades. Solicitar formalmente, en un marco normativo consagrado, a que cese una línea de continuidad en la dirección de la universidad, no es desprestigiar sino todo lo contrario: dignificar la universidad. Advertir el impulso irracional y ciego de quedarse en el poder.
No es solo la figura del rector la que se pone en tela de juicio así mismo al no soltar la manija de la universidad. Es el Consejo superior que se desenmascara al no querer poner freno a esta hybris, moral y políticamente nociva. El profesor Alberto Uribe Correa debe dar un paso al lado. Es un bien que se hace a sí mismo, a las directivas, a la universidad, al Departamento, a la nación colombiana. El servicio que se hace, si se retira a tiempo, no será quizá valorado en su alcance democrático. Pero el clima de inconformismo que va a suscitar su perpetua reelección puede motivar una rebeldía en diversos grados y en un curso más temprano que tarde. El profesor Alberto Uribe Correa al desistir de volver a ser rector, como espera una parte grande de la comunidad universitaria –o lo espero yo, al menos, y esto me da el derecho de replicar a un Consejo universitario que actúa como acorralado en su propios prejuicios- despeja una situación deprimente; da paso a que se restablezcan, o al menos que se puedan sentar las bases de una nueva gobernabilidad, más necesaria que nunca ante los tiempos que se avecinan con los debates de la reforma a la Ley 30. El gobierno central haría muy bien en persuadir a este Consejo que desista en la pretensión reelecionista de Uribe Correa. La reelección de la reelección de la reelección, es simplemente dictadura. La reelección perpetua es tiranía; que un Consejo inamovible por décadas, con personajes además de sospechoso origen extraacadémico –movidos en realidad por intereses del Partido de la U y otras fuerzas menos sanas-, quiera seguir gobernado, como lo hace hace casi dos décadas, es algo que afecta profundamente el Alma mater. Así que por fuerza de las cosas, antes que desprestigiar a las directivas, le marcamos el rumbo; le sugerimos parar, para bien de todos.
Si, como escribiría Saint-Simon, a propósito de este espectáculo, desapareciera el Consejo superior… estaríamos felices. Estaríamos conformes, con que recuperaran el sentido común; invirtieran –esta vez, esta vez, esta única vez- el mundo al revés.
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