sábado, 3 de diciembre de 2011

Colombia en clave estudiantil

Andrea puede ser cualquiera, una vocera de la MANE o una estudiante universitaria. Así se defiende la educación pública en las calles.Crónica. 
Son las 9 de la mañana del jueves 24 de noviembre de 2011. Hoy los estudiantes de Latinoamérica saldrán a las calles a exigir algo que en un principio se pensó era utópico: la gratuidad de la educación superior. Mientras en Santiago de Chile ya hay gente marchando, como ha venido sucediendo durante más de seis meses, y los primeros disturbios entre carabineros y encapuchados se dejan conocer en los noticieros, Andrea se apresura para entrar al edificio “Francisco de Paula Santander” de la Universidad Nacional en Bogotá en donde debe dictar una clase como monitora de un seminario sobre Hume.
Andrea hace parte de la MANE (Mesa Amplia Nacional Estudiantil), la alianza que centralizó los esfuerzos de las diferentes organizaciones estudiantiles. Gracias a las labores de la MANE, los estudiantes colombianos lograron presionar el retiro del Proyecto de Ley que implementaba la Reforma a la Ley 30 de 1992. De los once voceros que tiene la MANE en el distrito, solo hay dos mujeres que forman parte de esa vocería. Laura Ligarreto y Paola Galindo, son la cuota femenina en una representación que por más que se intente evitar replica el modelo social machista que aún existe en Colombia.
Andrea entra al salón de clase y con una voz firme que se desborda y va tocando cada uno de los puntos relevantes de lo que fue y representa Hume para el empirismo y para el mundo, no puede evitar estar atenta a las consignas que se alcanzan a escuchar en el salón y que provienen de la Plaza Ché Guevara, lugar en el que se empiezan a concentrar los primeros manifestantes.
En la Plaza los disfraces, globos de colores, pancartas, banderas y la música anticipan una jornada llena de esperanza. Este optimismo lucha contra las condiciones climáticas que amenazan con anegar la jornada. Una gran nube negra se mueve sobre la zona central de la vasta capital de Colombia. Mientras algunas gotas rocían a los estudiantes y padres de familia que esperan el momento para salir a caminar la música, que sale de unos parlantes gigantes montados sobre una bicicleta, les recuerda a los asistentes que “América Latina es un pueblo sin piernas pero que camina”.
El tiempo pasa y la gente empieza a impacientarse, mientras tanto Andrea continúa con su clase, esperando que sus estudiantes, muchos de los cuales tienen su misma edad (21 años), no se distraigan o se vayan a marchar antes de que ella finalice a la 1 de la tarde. Tiene la mente dividida entre su vocación como filósofa en un país que gradualmente pierde interés en los científicos sociales y su papel político como vocera de la MANE. Para Andrea la decisión tomada hace una semana y en la que se suspendió el paro estudiantil a lo largo y ancho del país, exceptuando algunas universidades que todavía se encuentran militarizadas o custodiadas por civiles armados como la UIS o la Universidad Teconológica del Chocó, significó volver a sus labores académicas combinándolas con las labores de coordinación de la movilización estudiantil.
Andrea es enfática en afirmar que la movilización no es únicamente estar en paro o salir a marchar o a carnavalear por las calles de Bogotá, Cali o Medellín, entre otras ciudades; para Andrea, la movilización significa seguir construyendo un sueño en el que todos los estudiantes se pueden ver reflejados y pueden pensar en un futuro en el que la educación se vea como un derecho fundamental.
Un trueno distante presagia la tormenta que se avecina y que todos los servicios metereológicos han pronosticado. La lluvia se ha convertido en las últimas semanas en la compañera de los manifestantes que ya cumplen casi dos meses de manifestaciones en contra del planteamiento de la educación colombiana. Los jóvenes que se aprestan para salir hacia la Plaza de Bolívar de Bogotá, en donde se encontrarán con sus compañeros de las demás universidades públicas y privadas de la ciudad, no le ven mucho problema a la lluvia y sacan paraguas, plásticos y capas impermeables.
Cerca de las 12 del día, Jairo Rivera, vocero de la MANE, toma un micrófono y exhorta a los estudiantes a marchar en paz y con la alegría que sólo las ilusiones y la esperanza pueden darle a un jóven lleno de sueños de cambio.
Alrededor de 2 mil personas salen por la portería de la calle 26 y se encaminan hacia el centro de Bogotá para sumarse a las actividades que están por comenzar de manera coordinada con otras ciudades como Sao Paulo o Montevideo.
Para Andrea el tiempo se hace cada vez más largo; todavía falta algo más de una hora para que pueda terminar de dictar su clase y pueda sumarse a la que se considera la gran movilización latinoamericana por la educación pública. Cuando el aguacero deja caer cortinas de agua sobre el campus universitario, tal vez en secreto agradece no haber salido todavía a las calles a luchar por sus ideales.
Para esta estudiante de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, sus padres han sido un gran apoyo durante el pulso que los universitarios le ganaron al Presidente Juan Manuel Santos y que los ha llenado de más fuerza para empezar a pensar en un plan más ambiocioso, proponiendo un nuevo modelo educativo que se articule con todos los sectores sociales. Esto último le ha parecido ambicioso a gran parte de la opinión pública, pero para estos hombres y mujeres que no pasan de los 25 años hay que soñar con lo imposible para lograr lo inalcanzable.
Lo único que puede angustiarla en este momento es no llegar a tiempo para compartir con sus amigos y compañeros y que tal vez no esté lo suficientemente abrigada para lidiar con el frío inclemente que por estos días azota a Bogotá. Del resto se encargan las condiciones sociales y el momento histórico que el movimiento estudiantil está viviendo. El semestre está llegando a su fin y las vacaciones les van a permitir descansar y llegar renovados el próximo año para sentarse con el Gobierno a concertar una Reforma educativa como lo ofreció el Presidente y para proponer una nueva idea de Universidad y de educación como lo han establecido los estudiantes en más de seis meses de discusiones y asambleas en todo el país.
Pasada la 1 de la tarde Andrea termina su clase y se despide con algo de afán de quienes le hacen algunas preguntas que no hicieron en el momento oportuno. Sale a la carrera por la calle 26 y toma un bus hacia la carrera Séptima, al oriente a los pies de los cerros tutelares de esta Bogotá que está al borde del colapso por las lluvias que no cesan.
Se baja del automóvil en la calle 19 y se encuentra con algunos grupos dispersos de estudiantes de la Universidad Pedagógica que no pueden dejar de ocultar la rabia. Muchos vienen moqueando y con los ojos anegados en lágrimas por la irritación que les causaron los gases lacrimógenos que la Policía disparó en contra de algunos estudiantes, luego de que unos encapuchados, posiblemente infiltrados para acabar con la manifestación, lanzaran pelotas llenas de pintura en contra de la policía y destruyeran los vidrios de los frentes de algunos bancos y establcimientos de comercio.
Andrea apura el paso y dice que no sabe si el problema real es que los violentos hagan acabar una marcha pacífica o si esos disturbios van a enlodar la imagen de un movimiento estudiantil que es en esencia pacífico.
A la altura de la calle Jiménnez con carrera Séptima ya se encuentra con la cola de la marcha y empieza a contagiarse de la alegría de una multitud empapada y calda hasta los huesos pero que no deja de gritar que los estudiantes llevan la batuta y no el gobierno. La emoción va en aumento y al entrar a la Plaza de Bolívar los acordes de la música de reggae invaden cada rincón del sitio que ha sido mudo testigo de la historia violenta de este país y que en este día acoje al futuro de Colombia mientras danza y canta.
Por el momento los estudiantes han sido favorecidos con un agujero en medio de la masa oscura de nubes y el sol hace su aparición para calentar solo sus cuerpos porque sus espíritus se encuentran inflamados con la emoción que genera el sentirse acompañado en la persecución de un sueño.
Con el Capitolio de la República a la espalda, las diferentes bandas musicales les dan su apoyo. Sonidos caribeños y algo de rock hacen que Andrea se mueva en su sitio como si nunca hubiera estado en un concierto y que abrace a sus amigos y salte feliz. De un momento a otro un grupo de músicos enruanados se sube al escenario y las casi diez mil personas que llenan la Plaza de Bolívar gritan “Velosa” al unísono. En el escenario están Jorge Velosa y los Carrangueros. El músico es fruto de la educación pública colombiana, como lo manifiesta orgulloso mientras los aplausos lo hacen enmudecer.
Velosa suelta coplas folclóricas de la región de Boyacá y comienza su concierto animando a los estudiantes y pidiéndoles que no dejen de luchar por lo que es de todos. La música tradicional conocida como “carranaga” se lanza sobre los espectadores y de un momento a otro lo que era un frenético concierto de rock se convierte en una fiesta campesina acompañada por los voladores que estallan en el cielo. Andrea baila como siempre lo han hecho los habitantes del altiplano cundiboyacense; levantando levemente los pies mientras se balancea de lado a lado en saltitos muy cortos y mientras un jóven rapero la toma de gancho y la acompaña en el baile.
 Para Andrea este es el tipo de situaciones en las que de verdad siente que este movimiento es diferente a los que existieron antes. Para estos nuevos actores sociales y políticos tiene más peso el apoyo de los músicos, artistas o ciudadanos comunes y corrientes que el de los políticos de oficio. Andrea se despide y dice que va a tomarse unas cervezas con sus amigos y luego se irá a descansar después de un día largo y muy movido. Comienza a caminar pero escucha la última pregunta:
¿Cuándo van a parar ustedes con estas movilizaciones?
Gira un poco la cabeza y sobre la fuerte música que todavía se escucha alcanza a decir: Cuando la educación sea gratuita.
La llovizna empieza a caer mientras los estudiantes continúan bailando y saltando sin que importe mojarse, sin que importe el cansancio, sin que importe nada más que su juventud y su fuerza interior.

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