Por Nelson Camilo Sánchez*
OPINIÓN
Los retos de la movilización estudiantil frente al retiro del proyecto de ley sobre educación universitaria.
A juzgar por las expresiones más recientes y mayoritarias de la opinión pública, el estudiantado pasó el año. Lograron atravesársele al supuesto unanimismo de la Unidad Nacional, con lo cual demostraron que una mayoría parlamentaria no es suficiente para sepultar la divergencia.
También demostraron que la protesta social no es solo cosa de infiltrados de grupos armados, o exclusividad de papas y bombas molotov, como siempre se le ha estigmatizado. Nos dieron una prueba empírica – como dicen en la universidad - de que salir a la calle con indignación ciudadana a exigir rendición de cuentas por parte del poder político, puede ser una estrategia más poderosa que cualquier acto violento.
Además, con videos, actos simbólicos, discurso estructurado, análisis académico y propuestas concretas, masificadas a partir de trinos y carelibro, derrumbaron ese mito de que al estudiantado solo le alcanza para oponerse al “imperialismo neoliberal”, y para tirarle piedra a unos cuantos policías rasos, igual – o incluso – más pobres y jodidos que los que tiran piedra.
No hay duda. Cinco aclamado. Pero lo que preocupa ahora es qué hacer frente al cambio de estrategia del gobierno. Santos (el presidente, no el electrocutador) juega a más bandas que las de los billares que abundan en las cercanías de las universidades. El acto simbólico del retiro del proyecto puede darle un golpe de gracia o, para ponerlo en términos familiares, una serie de descargas eléctricas, a la renacida movilización estudiantil.
Primera descarga: la sobrecarga académica. No es fácil estructurar una reivindicación política que requiere energía y recursos cuando uno tiene pruebas de cálculo atrasadas, exámenes pendientes de bienes y títulos valores, o trabajos sobre economía política clásica vencidos. Lo más probable es que el semestre se extienda ahora hasta el límite navideño, lo cual hará que profesores y estudiantes salgan de la besatón y abrazatón a la maratón de clases y exámenes.
Segunda descarga: la dispersión de las vacaciones. Y no solo las del calendario académico, también las del Congreso. Con ello se dilata la cuestión y se le quita ímpetu a la protesta. En un país que produce más escándalos políticos que cupos universitarios, cuatro o seis meses pueden ser cruciales para languidecer una reivindicación. En marzo, cuando se pueda discutir de nuevo en el Congreso (¡si es que de hecho la cuestión se vuelve a discutir!), es probable que se haga a otro ritmo y la movilización universitaria se desvanezca como otros fenómenos sociales o políticos.
Tercera descarga: la confusión de la opinión pública. Para que un mensaje masivo sea entendido y despierte interés requiere de una consigna sencilla y clara. Hasta ahora, la consigna estudiantil más visible fue “No a la reforma”. Pero esta consigna lleva detrás una serie de presupuestos, como el hecho de que no es que se defienda la Ley 30 por ser una belleza, sino que se hace oposición a la reforma de ésta porque la propuesta es peor que el precario sistema actual. Pero cuando el gobierno retira la propuesta de reforma, en la opinión pública queda simplemente el mensaje de: si ya les dieron lo que querían, ¿Qué es lo que más pelean?
El reto de la movilización estudiantil es todavía muy grande. Algunas lecciones de otros movimientos y reivindicaciones podrían ayudar a enfrentar estas descargas. En primer lugar, la reivindicación debe mantenerse, pero el mensaje debería cambiarse de lo reactivo a lo positivo (cambiar el NO, por el YA., v.g. "educación accesible para todos ya"). En segundo lugar, sería bueno forjar alianzas más duraderas con otros movimientos sociales, y también buscar a los partidos con representación en el Congreso para asegurar apoyos. En un país con una tradición santanderista como este los trinos no cambian leyes.
* Investigador del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad – Dejusticia.
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