Juan Guillermo Tejeda
Al revés de todos los países desarrollados, Chile avanza solitario en un sistema que pretende mejorar la educación destruyendo a la educación pública. Los niñatos que dirigen hoy al país y a su educación se criaron casi todos ellos tomando leche tibia con chocolate en colegios privados y universidades católicas, fueron a hacer sus postgrados a los Estados Unidos, y prosperaron gracias a la dictadura. Desconocen, pues, las bondades de la educación pública. La temen. Sólo quieren que se degrade y desaparezca.
El maltrato que da el Estado a los colegios municipalizados se replica en las universidades públicas, y se hace especialmente insufrible cuando vemos cómo se hace lo que sea para entretanto amparar mañosamente a las universidades privadas, casi todas en manos de los ricos y poderosos. Una gran mayoría de éstas existe para hacer negocio, lo que está prohibido por la ley pero no se cumple, así por la cara, alegremente. Lo logran gracias a la vertiente inmobiliaria, y rebañan dinero del Estado, de un Estado al que odian. Muchas son simples institutos profesionales con buenos baños y mucha publicidad, profesores taxis y bajísimos o nulos índices de investigación, pero usan el rótulo de “universidades” para llevarse dinero público.
¿Por qué destinan todos los países desarrollados una cantidad que cubre entre el 50% y el 90% del gasto de sus universidades estatales? Porque de otro modo no se garantizan ni la equidad en el acceso, ni la investigación o la creación, ni la libertad de pensamiento.
¿Por qué aquí recibe del Estado la Universidad de Chile apenas el 12 o 14% de su presupuesto? Por miedo: miedo a la política, miedo a la igualdad de oportunidades, miedo a la libertad de cátedra, miedo a la existencia de centros avanzados de pensamiento, miedo al Chile real, miedo a no seguir controlando el país completo unos pocos con los apellidos de siempre, el dinero de siempre y la mediocridad de siempre.
Durante los años 60 y hasta 1973 la Universidad de Chile se politizó. Y eso ocurrió porque una universidad pública es espejo de la realidad social, y en ese entonces así estaban las cosas entre los chilenos, complicadas y politizadas. No se la puede culpar por eso. Se olvida que la Universidad de Chile ha sido la gran cuna cívica de nuestro desarrollo republicano, el semillero de la tolerancia, la discusión franca, la diversidad de creencias y de proyectos. Pero a esta gente le carga la política aunque se dedican mucho a la política: le carga en verdad que se dediquen los demás, la quisieran privatizar.
Tienen miedo a la igualdad de oportunidades porque, con el corazón hundido en el pesimismo y en el abuso, creen en una sociedad clasista, condescendiente y humillante. Jamás las universidades privadas, muchas de las cuales están ahí para hacer negocio o para difundir ideologías abusivas, se harán cargo de la equidad en el acceso a la educación. Es como encomendarle esa tarea a los bancos o a los supermercados. La Universidad de Chile y las demás universidades públicas tienen una gloriosa tradición al servicio de la equidad.
No les gusta a nuestros gobernantes pirulos ni la libertad de cátedra ni la libre expresión. Prefieren seguir el estilo de las universidades privadas que tienen a los profesores contratados por semestres para que nadie se ría en la fila. Se mofan así de la condición de los académicos, degradan la carrera docente, destruyen la libertad que es inherente al pensamiento. Las universidades públicas, en cambio, garantizan la tolerancia porque están hechas para eso, esa es su función, y no dependen de un patrón o de un dueño privado.
Prefieren estos postpinochetistas reciclados que Chile renuncie a tener centros avanzados de pensamiento: lo que sea con tal de destruir a las universidades estatales. Tienen miedo al Chile real, a la coexistencia en una sala de jóvenes de distintos grupos sociales o económicos. ¡Esa ha sido siempre la grandeza de la Universidad de Chile, que al entrar deja cada cual sus situaciones de privilegio en la puerta, y todos están llamados a tratarse como iguales! Esa es una escuela que marca para toda la vida. Parecen creer nuestros gobernantes en la segregación, en el apartheid por comunas, por segmentos sociales, por capacidad de pago, y esa es la mejor manera de crear países al interior de los países, donde al final nadie se conoce y todos se temen y se odian.
Los parlamentarios concertacionistas han sido casi siempre serviles al poder en los temas universitarios. Como administradores de fundo, como conserjes, no han osado jamás plantar cara a los patrones. Entre ellos y los más poderosos están negándole a la sociedad lo que la sociedad necesita para madurar y para desarrollarse: universidades de verdad, complejas y completas, bien financiadas, modernas, capaces de ir no en busca del dinero sino en busca de las necesidades, orientadas a colaborar más que a competir.
Pero nuestros jóvenes sí que plantan cara. Ellos están luchando por lo que saben que les pertenece. Y nosotros, académicos de la Universidad de Chile, aunque somos menos dinámicos y más tibios, estamos finalmente con ellos, con su esperanza, con sus valores, con sus manifestaciones, que incorporan a todos los actores de la educación pública.
Tener el Estado universidades y negarles los recursos es como tener un avión y no ponerle combustible. Contra esa ceguera vamos a luchar. Porque, como bien dicen los estudiantes, la educación no es una mercancía. La universidad pública no es un negocio. El país no es de unas cuantas familias ni de unas cuantas empresas sino de todos los chilenos y chilenas.
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