A principios del siglo XX en la Universidad Nacional de Córdoba se inició el movimiento que desencadenaría la modernización de la educación en el subcontinente. Más tarde, el descontento contra el modelo de la universidad tradicional llegó a Europa, y la historia terminó contando que allá empezó la revolución. Pero lo cierto es que fue en Argentina donde inició, y como pólvora, se regó y estalló por los demás países de Suramérica y Centroamérica, medio siglo antes del Mayo Francés.
Desde la Reforma de 1918, en Argentina, las universidades han querido ser alérgicas al status quo y a las desigualdades aberrantes, a la pobreza extrema y a la violencia sin control que define a nuestras sociedades; han logrado ser el componente incómodo y disonante, centros de estudio pero también de acción frente al replanteamiento de lo público. De ahí que siempre estén en crisis. Su tarea siempre genera desconfianza y a veces incluso ataques de la sociedad que no comprende su mensaje.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre la universidad que incomoda por la contundencia de su crítica, y de esta forma se convierte en una voz indeseable, y la universidad que molesta porque ha perdido legitimidad ante la comunidad de la cual hace parte. En este último caso, la capacidad de comunicación de la universidad con la sociedad se pierde de forma posterior a sus espacios de diálogo interno, a su gobernabilidad, al intercambio basado en una racionalidad política inclinada por la predominancia de la justicia y la equidad.
En Latinoamérica han ocurrido ambas cosas, y cada caso se ha resuelto por distintos caminos. Por ejemplo, la Universidad Nacional de México ha colapsado en diversas oportunidades a causa del crimen dentro de sus instalaciones y la dispersión de sus integrantes. Pero ha logrado salir avante gracias a su apuesta por la recuperación de la institución “mediante actitudes incluyentes”, tal y como lo explica Juan Ramón De La Fuente, ex rector de la UNAM:
“Tuvimos casi 90 diálogos públicos. Alguien decía: es que no estás llegando a ningún lado, y en realidad sí llegamos a muchos lados porque eso permitió la reconstitución de un tejido social que estaba totalmente fragmentado, y en el que se fueron generando mecanismos de participación y eventualmente se llegó no solo a la resolución del conflicto, sino a generar en la Universidad un gran entusiasmo colectivo”.
También hay ejemplos menos exitosos. Y quizás uno de ellos sea la situación que afronta la Universidad de Antioquia actualmente. Lo esperanzador es que otras universidades públicas de la región han resuelto dificultades parecidas y sus procesos pueden ayudar a comprender la crisis local y solucionarla. Por eso De La Urbe presenta este informe sobre los movimientos generados en otras latitudes, para generar análisis y propuestas en torno a la situación actual.
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