Ian Camilo Cintrón Moya (UJS-MST)
"...entre sectores de la comunidad universitaria y fuera de la misma está muy arraigada la idea de que paralizar las labores académicas e interrumpir la normalidad universitaria como medidas de presión son ineficientes, contraproducentes a los intereses universitarios y anti-intelectuales."
Entre la comunidad universitaria de la UPR predominan los debates sobre cómo afrontar y qué hacer frente a la severa crisis que azota la Universidad. Múltiples son las voces implorando solución al conflicto. En cuanto a las exigencias y propuestas no suelen aflorar muchas diferencias: más fondos recurrentes para la UPR, estabilización fiscal del presupuesto universitario, eliminación o reducción de la cuota de $800, salida total y permanente de la policía y sobretodo diálogo, como mecanismo de resolución de conflictos. Lo que provoca intensos pulseos ideológicos y políticos entre estudiantes, profesores y empleados no docentes es en cómo entendemos se puede lograr que estos reclamos sean atendidos por las autoridades administrativas y gubernamentales.
En el movimiento estudiantil hemos sido consistentes a la hora de incurrir y adoptar diversos mecanismos para dar a conocer e impulsar nuestras reivindicaciones. Charlas, conversatorios, debates (dentro y fuera de los salones de clases), asambleas, mítines, cabildeo, conciertos, marchas, piquetes, expresiones artísticas, “sit-ins”, conferencias de prensa, pintatas, “walk-outs”, foros, actos de desobediencia civil, “performances”, paros de facultades, paros administrativos, interrupción de clases, han sido, con sus virtudes y defectos, la orden del día en la lucha estudiantil. Este gran arsenal nos ha permitido adelantar considerablemente nuestra causa y nos ha posicionado en ciertas instancias a arrancarle a las autoridades algunas de nuestras exigencias. Esto ha sido así particularmente cuando hemos interrumpido la normalidad y las labores de la Universidad.
Ahora bien, entre sectores de la comunidad universitaria y fuera de la misma está muy arraigada la idea de que paralizar las labores académicas e interrumpir la normalidad universitaria como medidas de presión son ineficientes, contraproducentes a los intereses universitarios y anti-intelectuales. A primera vista este razonamiento puede presentarse con una lógica sólida y convincente. Se piensa, “si se quiere defender la UPR de su cierre se tienen que seguir impartiendo y tomando clases”. ¿Insertarnos y propiciar la normalización de la Universidad es la mejor arma que tenemos los universitarios para resistir la apabullante ofensiva neoliberal gubernamental? Se entiende que si la función esencial de la actividad universitaria es pensar y producir conocimiento y saberes, ¿por qué detenerlas? A fin de cuentas, ¿eso no es precisamente por lo que se esta luchando con tanto ahínco, por la educación? Estos sectores concluyen que no se deben paralizar las clases porque desde ese espacio se puede cuestionar el orden establecido, retarlo y ejercer el pensamiento crítico.
Mucho se habla y se escribe sobre el pensamiento crítico y reflexivo que debe caracterizar el quehacer educativo en nuestra Universidad. ¿Para qué pensar críticamente? Pensar críticamente respecto a un fenómeno, un problema o un acontecimiento supone intentar comprenderlo lo más posible. Del proceso de pensar con rigurosidad y profundidad llegamos a conclusiones sobre el objeto en cuestión. Reconocer y pronunciarnos sobre lo incorrecto, deficiente o perjudicial de algún asunto o problema le corresponde a su vez una responsabilidad de impulsar las modificaciones necesarias para superar el mismo. En qué consiste el ejercicio de pensar sobre algo si no es para propiciar las transformaciones que amerite la cuestión en conflicto. Pensar, ¿para transformar o para contemplar? El pensamiento por el pensamiento mismo es un gran absurdo, incluso una gran contradicción.
Quienes sostienen que paralizar labores académicas es contraproducente menosprecian o ignoran que el proceso educativo crítico, analítico y reflexivo no se circunscribe a las cuatros paredes de un salón de clases o a la propia Universidad. ¿Por qué las autoridades universitarias y gubernamentales pegan un grito en el cielo cada vez que hay una huelga estudiantil? Porque se trascienden los parámetros y esquemas de lo permitido, porque se pasa del cuestionamiento del orden atosigado, a la transformación y rompimiento de lo cimientos del sistema establecido.
Las huelgas en la IUPI le ponen a temblar las rodillas a los gobiernos porque éstas cuestionan quiénes, cómo y para quiénes se toman las decisiones en la Universidad y el País. Les aterra que contagiemos a otros sectores del pueblo con nuestro espíritu de lucha y resistencia. Nuestras huelgas provocan que más gente empiece a cuestionarse el sistema opresor existente pero no solo a cuestionarlo sino a atreverse y a considerar lanzarse a las calles a cambiarlo.
Paralizar la UPR no implica detener la educación. Implica transformar los espacios educativos, trasladar el cuestionamiento y el pensamiento crítico al plano de la realidad concreta. No queremos poder expresarnos nada más, queremos tener poder decisional sobre los asuntos y problemáticas que nos afectan como universitarios. El derecho al pataleteo no nos interesa.
¿Qué se puede hacer cuando los llamados al diálogo permanecen en eso mismo, sólo llamados? ¿Cuándo los reclamos de toda una comunidad son ignorados? ¿Qué nos queda? Quedamos nosotras y nosotros, y sobretodo nuestras ganas de no conformarnos con la MIERDA.
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