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Escuché
alguna una vez una fábula popular que más o menos decía así:
Alguna
vez un tigre muerto de hambre deambulando por el bosque se vio atraído por un
olor agradable, el olor a carne asada
que venía de un filete aun sobre las brasas. Sin titular a la vista el
tigre se dispuso a comerlo, sin embargo no quería quemarse en su empresa, en
ese momento vio un monito también muerto de hambre que se encontraba en una
rama y le invitó a bajar con la promesa de compartir con él el filete, el
monito famélico se hecho a los brazos del tigre quien sosteniéndole y
amenazándolo de muerte le obligo a quemar sus manos en la braza para
proporcionarle el filete, así el tigre quedó satisfecho , pues comió monito y
filete.
Ahora
el tigre hecho ministerio con ley de facultades exorbitantes para inspección,
vigilancia y control, incluso cuando no lo quieran nombrar como control, ha
satisfecho su plan de conformidad con el esbozado en el acuerdo 2034 –
presentado tres meses antes que estallara mediáticamente la crisis de la san
Martin-, empleándola como detonante para presionar al congreso a otorgarles
facultades que anhelaba a sabiendas de que estas no solucionarían el problema
para los 20.000 estudiantes del claustro, quienes movidos por la necesidad de
preservar sus sueños y proyectos de vida revistieron de legitimidad el mensaje
de urgencia que el gobierno lanzaba sobre el proyecto de ley.
Hoy las
declaraciones del ministerio apuntan a lo insalvable de la condición de la San
Martin, a las muchas causas internas, a las culpas particulares e incluso se
pronuncia sobre responsabilidades penales.
Ahora se le cierran las puertas del claustro a los estudiantes que
otrora invitaran la ministra a pasar al congreso. Es cierto que hay muchas
causas de la crisis pero estas no son sobrevinientes, estas existían desde
antes, antes de que el gobierno pidiera facultades extraordinarias, antes de
que se produjera el mensaje de urgencia,
antes de salir a culpar particulares sobre sus consabidos delitos, ahora
hay facultades pero no soluciones, hay un show mediático de lo mucho que se
hace pero las dependencias académicas siguen cerradas, los jóvenes en el limbo
y la matrícula aún no se ve siquiera en el horizonte.
La
buena fe se presume pero la suspicacia presiona más preguntas, y es que ¿la
actitud actual cuestiona si el
ministerio les hubiere atendido igual si no requiriera de las facultades? ¿Si
hubiese abierto las puertas sin recibir beneficios? ¿si su interés era prístino
por qué incluir en la misma ley universidades estatales que tan lejos se
encontraban de la discusión de la San Martin?.
En esta fábula aún no hay moraleja, queda una súplica, una advertencia ,
una fetua si así se quiere desde la opinión pública; el ministerio habrá de
salvar la San Martin para salvar el nombre del ministerio, de lo contrario
confirmaría la mezquindad de sus acciones al beneficiarse de la confianza, la
necesidad y el sufrimiento que él mismo exacerbó con el fin de que el congreso
hallara mérito para legislar en desmedro de la autonomía universitaria,
haciendo pender la ley como la espada de Damocles sobre todo el sistema de
educación superior.
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