El
médico e historiador Mario Esteban Hernández ha presentado un programa audaz,
serio y novedoso para enfrentar la crisis
La
Universidad Nacional de Colombia fundada por el “liberalismo Radical” (1867)
como institución público-estatal, es el más alto símbolo del conocimiento
científico y de la reflexión sociopolítica y cultural, un referente académico
por el cual nuestro país –tradicionalmente asociado al fantasma de múltiples
violencias, miedos y miserias–, es reconocido y valorado en la comunidad
internacional de los saberes, merced al empeño dinámico de profesores,
estudiantes y trabajadores en la creación de un ambiente de apertura hacia
actividades que le confieren estándares de calificación internacional.
Por sus
campus han discurrido y egresado personalidades como Jorge Eliécer Gaitán y
Gabriel García Márquez, Germán Arciniegas y Francisco Posada Díaz, Luis Eduardo
Nieto Arteta y Antonio García Nossa, Virginia Gutiérrez de Pineda y Gerardo
Molina, Orlando Fals Borda y Jaime Jaramillo, Alfonso López Michelsen y
Estanislao Zuleta, por mencionar solo algunas de las que la historia ha acogido
como dignatarios de la inteligencia colombiana.
Científicos
eminentes como Julio Garavito y Emilio Yunis; escritores admirables como León
de Greiff y Luis Vidales han estado vinculados a la vida académica de la
universidad. Dos de los empresarios más poderosos del país: Carlos Ardila Lülle
y Luis Carlos Sarmiento Angulo se graduaron allí de ingenieros civiles.
Incluso, el presidente conservador Laureano Gómez alcanzó el mismo título en
1909; el sacerdote Camilo Torres fue cofundador de la facultad de Sociología y
después haría parte de la guerrilla del Eln. Guillermo León Sáenz, o ‘Alfonso
Cano’ (comandante de las Farc), cursó estudios de antropología. Artistas de
figuración mundial como Fernando Botero y Alejandro Obregón estudiaron en este
centro superior. Este mosaico confirma la pluralidad heterogénea presente en el
paisaje social de la universidad.
Siempre
acosada por fuerzas hostiles al pensamiento insumiso, su masa crítica de
investigadores, pensadores y estudiantes permanece en sintonía con las
corrientes contemporáneas del pensamiento y mantiene vivos el análisis y la
reflexión sobre las más sentidas urgencias nacionales. Sus contribuciones a la
formación de una cultura política democrática y sus iniciativas para
contrarrestar las profundas implicaciones de la ‘globonomía’ y la tecnología en
nuestros recursos naturales y la salud humana, entrañan un concepto avanzado de
participación de la sociedad. Sus maestros (¡mil doctores!) propician día a día
discusiones guiadas por principios comunes, en el marco de consensos para
intentar superar las enormes distancias sociales.
Un rico
acervo bibliográfico a la altura de la producción teórica y metodológica más
exigente permite comprender nuestra evolución histórica y política. Por
supuesto, no se contrae al campo de la filosofía y de las ciencias sociales,
sino que cubre la rica diversidad de las humanidades y la compleja especialidad
de las ciencias duras o naturales.
Sin
embargo, ese invaluable acumulado ético, este esfuerzo por producir
conocimiento en aras de modernizar el país y mejorar la calidad de su
democracia, se vio tristemente menoscabado por los severos impactos de la Ley
30 de 1992 del presidente César Gaviria y del senador Álvaro Uribe Vélez,
quienes –inspirados en los principios del “libre mercado”– decretaron la
conversión de los derechos sociales en mercancías transables, sometiendo a las
instituciones del sector a desigual competencia por el mercado, previo
encogimiento de sus recursos. Así, mientras las universidades públicas se
vieron obligadas a “vender” servicios, las privadas engordan sus arcas a través
del crédito educativo y la contratación estatal.
El
investigador Mario Esteban Hernández Álvarez –uno de los candidatos a la
rectoría– ha expresado con meridiana claridad que la Universidad Nacional está
en una encrucijada: “o continuamos buscando una adaptación a ultranza a algún
nicho de mercado para sobrevivir; o recuperamos nuestra naturaleza pública,
nacional y estatal para reorientar el lugar que ocupamos en el sistema de
educación superior, en el país y en la sociedad del capitalismo cognitivo”.
Este
prestigioso médico e historiador ha presentado un programa audaz, serio y
novedoso para enfrentar la crisis: “¡sí podemos: universidad pública, nacional
y estatal!” que le ha merecido la adhesión de sectores estudiantiles, docentes
y trabajadores. Además de ajustes institucionales para el logro de los
objetivos misionales y la estructuración de modernas políticas de bienestar
universitario, Hernández propone preparar la Universidad Nacional para apoyar
las tareas que garanticen el buen suceso del posconflicto:
“Frente
a este reto, la Universidad Nacional deberá tomar alguno de los muchos caminos
abiertos en el posacuerdo. Para ello, como universidad, y no como otra
“institución educativa” más, deberemos asumir a fondo nuestros propios
conflictos, para convertirnos en laboratorio vivo y paradigmático de
construcción de democracia, justicia y paz”.
Por: Alpher
Rojas
*Investigador
en Ciencias Sociales y Estudios Políticos.
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