Desde
los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, el país le viene apostando con fuerza a la
promoción de la educación técnica. Ahora, Juan Manuel Santos y su ministra Gina
Parody siguen esta senda. Pero, ¿de verdad son tantas las maravillas que la educación
técnica le ofrece al país? ¿Se está implementando de la mejor manera?
Para
empezar, creo necesario advertir la principal razón por la que desconfío de
esta formación. Porque formaliza oficios existentes y los regular para su
inserción laboral. Eso no suena mal, pero quizás llevarlo a la caricatura
ofrezca el absurdo que significa:
Antes,
oficios como la peluquería o la barbería se ejercían sin necesidad de títulos.
Ahora, es necesario pasar por una academia de belleza para aprender los
intríngulis de los cortes capilares. Así mismo, la mayoría de operarios que
antes se formaban en el seno de la fábrica y podían mantener sus contratos y
prestaciones de por vida se transformaron en técnicos contratados a término
fijo, con menos horas nocturnas y, en muchos casos, por prestación de
servicios, es decir, sin prestaciones sociales.
Esta
formalización de los oficios juega a favor de las estadísticas de los
gobiernos: aumenta las cifras de cobertura en educación y, en consecuencia,
reduce las de desempleo. ¿Juegos de números, cifras para la gobernabilidad o
pantallas de humo? De todas maneras, supongamos que para tener una sociedad
moderna es necesaria esta formalización, pero aceptemos que relega del mercado
laboral a quienes ni siquiera acceden a ella.
La
educación en niveles técnicos hace parte de las medidas de ajuste que se le
“recomendaron” a América Latina desde la década de los ochenta, pensada con
características de calidad y pertinencia que se definen según las necesidades
del sector productivo más que de las demandas sociales de la población.
En
Colombia, la formación técnica está destinada a áreas específicas:
agropecuaria, comercio, finanzas, medio ambiente, minería, salud, etc, etc., “y
las demás que requiera el sector productivo y de servicios”, dice MinEducación.
Agrega que esta debe “incorporar, en su formación teórica y práctica, lo más
avanzado de la ciencia y de la técnica, para que el estudiante esté en
capacidad de adaptarse a las nuevas tecnologías y al avance de la ciencia”.
La
mala noticia es que, para que este sistema pueda funcionar así, la educación
profesional tendría que ser mejor, pues es la responsable directa de los
avances en ciencia y tecnología. Es decir, educación técnica y tecnológica
sí, pero con una mejor formación profesional que la sustente.
Hay
que invertir la pirámide que sugiere que lo técnico está en la base y lo
profesional en la punta. La formación de alto nivel es la base de la pirámide
y, no hay que olvidarlo, allí también se encuentran profesiones de difícil
tecnificación, como las artes, la filosofía y la mayoría de las ciencias
sociales.
Por
otro lado, la formación técnica adolece de una especificidad similar a la
que se le critica a la formación en posgrados. Por ejemplo, la idea de
pertinencia ligada a los territorios genera programas como “Producción de aceite
de palma”, en Villavicencio.
Sin
mencionar los conflictos ambientales y sociales que ha generado la industria
palmicultora en Colombia, una formación tan específica “amarra” a las personas
no solo al territorio sino al sector productivo para el que se formaron. Eso
estaría bien si nuestras regulaciones laborales fomentaran la estabilidad
laboral y no los contratos de tres meses. Entonces, si se acaba o reduce la
industria de la palma de aceite, ¿qué pasará con las personas que dedicaron su
vida y conocimientos sólo a ella? Así hay muchos ejemplos en todo el país, todo
en aras de la “pertinencia”.
Otras
no son tan específicas. En un artículo
de 2014, Gina Parody, entonces directora del Sena, mencionaba tres casos
exitosos en educación técnica. Tres jóvenes: un coordinador de calidad, un
administrador de obras civiles y una técnica en cocina, los dos primero
tecnólogos, la última, técnica. Para Parody, los tres son casos de éxito porque
trabajan en empresas importantes.
¿Qué
tantas opciones de ascenso tienen ellos al interior de esas empresas si no
concluyen ciclos propedéuticos? ¿Los contratan por la calidad de su
formación o porque resultan más baratos que un ingeniero industrial, un ingeniero
civil y una chef profesional? ¿Son ellos casos particulares o todos
nuestros técnicos y tecnólogos tienen un futuro tan aparentemente prometedor?
Es
que, detrás de todos los argumentos y eufemismos políticos que legitiman la
formación técnica y tecnológica lo que poco se dice es que, en vez de reducir
la brecha de desigualdad, la educación se convierte en una herramienta para
perpetuarla. El mensaje velado es: la educación técnica es para que los
pobres sobrevivan, los doctorados para que los ricos hagan más riqueza.
Vale
decir que formar para el empleo no es lo mismo que educar. Eso sería como
pensar que para educar un hijo es suficiente con darle ropa y comida. Y no es
que estigmatice o reniegue de la educación técnica per se, sino que,
como en la analogía de los padres, si estos no son medianamente buenos, es
difícil que sus hijos lo sean. Mejor dicho, sin una buena formación profesional
en el país, es difícil que los niveles técnicos y tecnológicos cumplan con su
objetivo.
Uno
de los modelos a nivel mundial para la formación técnica es la educación
dual en Alemania. Pero este modelo, primero, tomó fuerza por las
necesidades que imprimió la crisis económica a las sociedades europeas;
segundo, se sustenta en un sistema educativo complejo, riguroso y realmente
competitivo; tercero, se inserta en una economía con una infraestructura
industrial fuerte y boyante. Además, la mayoría del sistema educativo en este y
otros países de Europa es público.
En
estos países la cobertura es superior al 60 %. La nuestra no llega al 50 %
y, como si fuera poco, el 71 % de las instituciones acreditadas por
MinEducación en todos los niveles son de carácter privado y apenas un 29 % son
públicas.
Para
este año el presupuesto de educación del país asciende a 28,9 billones de pesos.
Por primera vez desde el 2007, según El
Tiempo, supera el monto destinado a defensa. Más dinero es una buena
noticia a medias, pues mientras no se modifique todo el sistema, desde la
educación básica hasta la profesional, es necesario decir e insistir: educación técnica sí, pero no así.
1 comentarios:
Este es un articulo de una persona que habla de lo que no conoce, su visión es muy global, el SENA va mucho mas halla que estadísticas y percepción sobre educación.
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