Nelson Camilo Sánchez*
Ese es el lema de una
lánguida pancarta que adorna la entrada del hoy día clausurado edificio 201 de
la Universidad Nacional de Colombia, sede de la Facultad de Derecho Ciencias
Políticas y Sociales.
El edificio fue evacuado por orden del Fondo de
Prevención y Atención de Emergencias del Distrito FOPAE el martes en la
madrugada, después de que el aguacero del día lunes hiciera venir abajo parte
de su techo. Como decían los estudiantes presentes, y lo repitió el decano de
la facultad en una reunión pública: “llovía más adentro que afuera; en el
campus había una tormenta, en la facultad era toda una catarata”.
El desplome del techo fue una tragedia anunciada. Desde hace
años estudiantes, profesores, funcionarios, visitantes (y hasta los evaluadores
que estuvieron la semana pasada en la visita de re-acreditación del programa de
derecho) hemos visto crecer las grietas y hemos esquivado las goteras del viejo
edificio. La queja de la facultad ante la rectoría ha sido permanente. Pero no ha encontrado respuesta efectiva.
Como no la encontraron en el pasado tantas otras
facultades de la emblemática “Ciudad Universitaria”. Son múltiples los
departamentos que han pasado por una situación similar sin que a nadie le haya
importado. Cientos de estudiantes se han visto desplazados de un lugar a otro
para aprovechar la “caridad” de otras facultades que abren sus puertas para
prestar sus pocos salones disponibles, o han recibido clase en construcciones a
punto de colapsar.
El tema general de la falta de financiación de la
Universidad pública, y crónico en la Universidad Nacional, en su más cruel
expresión. Hoy en día agudizado por el evidente cortocircuito entre las
autoridades del nivel central de la universidad y las facultades. Cómo no tener desconfianza cuando en un
comunicado público, emitido 2 días antes del incidente, el Vicerrector de Sede
anunciaba con la arrogancia propia del constructor del Titanic que la “U.N no
está en crisis” y que todo era cuestión de “algunos medios de comunicación” que
procuraban “el desprestigio de la Universidad Nacional… proyectando una imagen
de ruina de sus instalaciones físicas”.
No se hizo necesario un iceberg. Apenas un aguacerito
bastó para castigarle la lengua.
Un día después de clausurado el edificio, un nuevo
comunicado - que nos recordó a muchos las respuestas de los constructores del
edificio Space de Medellín - anunció que “no existe riesgo inminente de colapso
de la estructura”, que se reemplazará el cielorraso existente por “superboard o
drywall”, y que el edificio estará listo para retomar las clases el martes 5 de
noviembre.
Ni Decano, ni estudiantes, ni profesores confían en este
anuncio. “Me opongo a soluciones cosméticas”, expresó enérgicamente el decano
en una multitudinaria reunión de facultad. Es tanta la desconfianza, que la
facultad ha decidido contratar un interventor privado para evaluar si lo que
dice la Vicerrectoría es o no sensato. Algunas versiones sostienen que una
intervención de fondo tardaría entre dos o cuatro meses sin que sea posible
utilizar el edificio.
Ahora se debate en la facultad si acceder a la caridad de
otras facultades que han ofrecido salones (aun sin tenerlos ellas mismas, como
es el caso de la facultad de enfermería) o de paralizar actividades mientras no
se aclara de manera definitiva la situación. En eso estamos: entre la parálisis
o las jornadas itinerantes del derecho.
Mientras las autoridades de la universidad - literalmente
– hacen agua, y los estudiantes reciben clase frente al Ministerio de
Educación, los desarrolladores urbanos
se frotan las manos viendo el colapso de los edificios. Si logran su objetivo
de hacerse al estratégicamente situado terreno de la Ciudad Universitaria ya no
tendrán ni siquiera que derruir los edificios. Les vamos a terminar entregando
los puros escombros.
Tristeza. Mucha tristeza da ver como en la Universidad
Nacional llueve sobre mojado.
* Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Colombia



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