Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Lo mató
la intolerancia. Lo mató esa manera absurda que tenemos de resolver
diferencias. Ese modo hostil de no entender al otro y pretender colocar siempre
por encima nuestros propios y absurdos intereses. Lo mató esa angustiosa forma
de quienes ya se acostumbraron a resolver toda dificultad destruyendo la vida
del otro en un país donde la impunidad cobija a los victimarios. De esa
impunidad sacan partido los miserables, los perversos, los impostores, los
farsantes, los mercenarios, los que amenazan una vez y logrado su propósito
repiten, los que pasan su vida entre engaños buscando victimas para
intimidarlas y un día porque ya solo les queda la sangre para saciar su apetito
de los asesinos.
Mataron
un estudiante de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Lo mató
en síntesis, la síntesis de una sociedad enferma a la que sus dirigentes no
cesan de llamar al odio, a la mentira, a la muerte, a la venganza y la que poco
a poco han acostumbrado a ver la muerte con indiferencia. Mataron a un estudiante
de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, justo en la misma
ciudad que una semana atrás se llenó con las voces de la juventud reclamando
derechos y derrochando solidaridades y allí estaba Jorge Enrique el estudiante
asesinado por la intolerancia de un vigilante de taberna en mitad de una
madrugada de júbilo.
Mataron
a Jorge Enrique Gálvis Saavedra, un estudiante de octavo semestre de
Psicopedagogía de la misma Universidad encargada de la formación del
profesorado que atienda con compromiso formar en convivencia, lo que ahonda el
dolor y la rabia colectiva. La intolerancia del vigilante, también otro joven y
estudiante lo convirtió en asesino. Su brutalidad no tiene explicación, quizá
falló la universidad que lo forma en Ingeniería de Sistemas, la empresa de
vigilancia que lo instruye o sencillamente la conjugación de todas a las que se
adicionan las secuelas de esta guerra que premia victimarios y conduce los
presupuestos de la paz y la educación hacia la muerte y la destrucción.
La
muerte asesina mató a Jorge Enrique, un rebelde en toda la extensión del
concepto y la palabra, un desobediente, que con tan solo 21 años de edad supo
comprometer lo mejor de sus acciones en luchas por la justicia, en actos
políticos. Su paso por la Universidad estuvo marcado de compromisos por una
Colombia más justa y soberana y también por una universidad pública más
responsable y comprometida con las necesidades de sus gentes. No fue un
estudiante más, fue un rebelde. Un estudiante de los que lleva la alegría en su
corazón, en el mismo corazón que fue atravesado por el cuchillo del asesino que
producto de la desigualdad tuvo la necesidad de vender la vigilia de sus noches
a una empresa de seguridad privada para la que trabajaba.
Mataron
un estudiante este sábado 7 de septiembre y eso ya es motivo suficiente para
estar tristes, y entender que estamos fracasando como sociedad. Cuando se mata
a un estudiante, las palabras se vuelven lágrimas y la universidad un charco de
dolor y pena. La ciencia entra en luto, las aulas respiran rabia y los pasillos
se cubren de incertidumbres. Mataron un estudiante y no es la hora de correr
para llegar a tiempo a la hora de clase, es más bien hora para salir todos a
abrigar con solidaridad a la familia de Jorge Enrique y para llenar de valor a
sus amigos y compañeros que tendrán el encargo de mantener viva su memoria
negándose a dejar de luchar por nuevas rebeldías y conquistas que aún faltan
para que esta Colombia herida entienda algún día que nadie puede disponer de la
vida de otro, bien para humillarla, someterla o matarla. La memoria de Jorge
Enrique, será honrada con los mejores honores por la Universidad Colombiana y
la UPTC florecerá con miles de vidas y miles de alegrías en su nombre y su
memoria.
0 comentarios:
Publicar un comentario