martes, 10 de septiembre de 2013

Mataron a un estudiante




Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Lo mató la intolerancia. Lo mató esa manera absurda que tenemos de resolver diferencias. Ese modo hostil de no entender al otro y pretender colocar siempre por encima nuestros propios y absurdos intereses. Lo mató esa angustiosa forma de quienes ya se acostumbraron a resolver toda dificultad destruyendo la vida del otro en un país donde la impunidad cobija a los victimarios. De esa impunidad sacan partido los miserables, los perversos, los impostores, los farsantes, los mercenarios, los que amenazan una vez y logrado su propósito repiten, los que pasan su vida entre engaños buscando victimas para intimidarlas y un día porque ya solo les queda la sangre para saciar su apetito de los asesinos.
Mataron un estudiante de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Lo mató en síntesis, la síntesis de una sociedad enferma a la que sus dirigentes no cesan de llamar al odio, a la mentira, a la muerte, a la venganza y la que poco a poco han acostumbrado a ver la muerte con indiferencia. Mataron a un estudiante de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, justo en la misma ciudad que una semana atrás se llenó con las voces de la juventud reclamando derechos y derrochando solidaridades y allí estaba Jorge Enrique el estudiante asesinado por la intolerancia de un vigilante de taberna en mitad de una madrugada de júbilo.
Mataron a Jorge Enrique Gálvis Saavedra, un estudiante de octavo semestre de Psicopedagogía de la misma Universidad encargada de la formación del profesorado que atienda con compromiso formar en convivencia, lo que ahonda el dolor y la rabia colectiva. La intolerancia del vigilante, también otro joven y estudiante lo convirtió en asesino. Su brutalidad no tiene explicación, quizá falló la universidad que lo forma en Ingeniería de Sistemas, la empresa de vigilancia que lo instruye o sencillamente la conjugación de todas a las que se adicionan las secuelas de esta guerra que premia victimarios y conduce los presupuestos de la paz y la educación hacia la muerte y la destrucción.
La muerte asesina mató a Jorge Enrique, un rebelde en toda la extensión del concepto y la palabra, un desobediente, que con tan solo 21 años de edad supo comprometer lo mejor de sus acciones en luchas por la justicia, en actos políticos. Su paso por la Universidad estuvo marcado de compromisos por una Colombia más justa y soberana y también por una universidad pública más responsable y comprometida con las necesidades de sus gentes. No fue un estudiante más, fue un rebelde. Un estudiante de los que lleva la alegría en su corazón, en el mismo corazón que fue atravesado por el cuchillo del asesino que producto de la desigualdad tuvo la necesidad de vender la vigilia de sus noches a una empresa de seguridad privada para la que trabajaba.
Mataron un estudiante este sábado 7 de septiembre y eso ya es motivo suficiente para estar tristes, y entender que estamos fracasando como sociedad. Cuando se mata a un estudiante, las palabras se vuelven lágrimas y la universidad un charco de dolor y pena. La ciencia entra en luto, las aulas respiran rabia y los pasillos se cubren de incertidumbres. Mataron un estudiante y no es la hora de correr para llegar a tiempo a la hora de clase, es más bien hora para salir todos a abrigar con solidaridad a la familia de Jorge Enrique y para llenar de valor a sus amigos y compañeros que tendrán el encargo de mantener viva su memoria negándose a dejar de luchar por nuevas rebeldías y conquistas que aún faltan para que esta Colombia herida entienda algún día que nadie puede disponer de la vida de otro, bien para humillarla, someterla o matarla. La memoria de Jorge Enrique, será honrada con los mejores honores por la Universidad Colombiana y la UPTC florecerá con miles de vidas y miles de alegrías en su nombre y su memoria.


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