jueves, 22 de agosto de 2013

Argumentos claros, chocolate espeso




Desde hace algunas semanas uno de los principales temas  de debate en la facultad de Ciencias y Educación de la Universidad Distrital ha sido lo referente a la improvisada y autoritaria decisión con la que se trasladan los proyectos curriculares de Lengua Castellana y Pedagogía Infantil a un par de casas ubicadas en la localidad de Chapinero donde la administración asume ilusamente que pueden ver clases de manera digna más de 1.300 estudiantes y trabajadoras que aglutinan estas dos carreras

Para quienes desconocen aún la problemática, básicamente se trata de un traslado acordado a espaldas del estudiantado so pretexto de atender la difícil situación de hacinamiento que se vive desde hace bastantes años en la sede Macarena  a raíz de una pésima planeación donde se ha privilegiado aumentar la cobertura sin mirar en que condiciones se produce agudizando la precarización de la universidad. Además, es importante no perder de vista que este acontecimiento se da en el marco de la actual discusión sobre la reforma orgánica que necesita la universidad  y que amañadamente esta utilizando la administración de la misma  para justificar el cambio de la estructura de las facultades entre otras medidas bastante nocivas que se encuentran plenamente articuladas con todo lo que viene sucediendo hace décadas en torno a la pauperización de la educación pública en Colombia gracias a la implantación de programas de corte neoliberal.

Ante el atropello de este tipo de medidas el estudiantado ha respondido movilizándose en contra del autoritarismo que campea en la Distrital por parte de las administrativas que consideran que basta con unos cuartos “adecuados” como salones y unas sillas rimax para ejercer un proceso educativo de manera digna. En ese sentido, resultan bastante justas las reclamaciones que exigen no dividir la facultad  y a su vez condiciones optimas para estudiar, no obstante, uno de los argumentos esbozados para acompañar las demandas nos causa especial atención por su contenido e implicaciones. Según lo han manifestado varias compañeras uno de los motivos por los cuales rechazan el traslado es porque han sido ubicadas en una “zona de tolerancia” donde habitan frecuentemente lo que llaman “gamines”, “desechables”, entre otros sinónimos para referirse despectivamente a las habitantes de calleque según se ha dicho amenazan la seguridad de la comunidad universitaria.

Nos preocupa profundamente que este tipo de afirmaciones sean utilizadas como argumentos reivindicativos ya que reproducen una visión elitista que ubica a las universitarias  como representación de la “gente de bien” que se encuentra en situación de peligro ante esa “indigencia” (que se refiere a lo no-digno según su significación) que escarba en las basuras buscando algo que comer. Además, se refuerza el imaginario de una universidad encerrada en si misma que no tiene ningún contacto ni pertinencia con las realidades que se viven fuera de sus muros, en otras palabras, una universidad que le da la espalda a los problemas que aquejan a la sociedad.  La universidad pública antes que estar haciendo mala cara al tenerse que codear junto a las habitantes de calle al mejor estilo de la más rancia clase “dedi-parada” de la ciudad tendría que estarse cuestionando por las condiciones que permiten que la gente tenga que rebuscarse su subsistencia en los desechos que botamos a diario. Resulta bastante irónico que reneguemos de qué habitantes de calle deambulen alrededor de nuestros lugares de estudio cuando precisamente tenemos esta realidad en las periferias y barrios marginales donde habitamos gran parte de las estudiantes de la universidad pública. 

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