Publicado
en Mayo de 2009
Aunque los hechos ocurridos el 16 de mayo de 1984 en la Universidad
Nacional sede Bogotá aún sean un mito, sin duda alguna significan el punto de
quiebre del movimiento estudiantil, y la inicial implementación de reformas
para este centro de estudios y para el conjunto de la educación pública
colombiana.
Corrían
los 80, época turbulenta. Los movimientos insurgentes estaban en su apogeo. El
Gobierno lo sabe y endurece la respuesta: el país se militariza, surge el MAS,
los narcotraficantes ganan espacio, el paramilitarismo muestra sus primeros
rostros, la tortura y las desapariciones son norma cotidiana
La
Universidad Nacional (UN) no es ajena a esta dinámica. Aunque ya existía una
malla que la separaba del resto de la ciudad, los estudiantes estaban en
continuo diálogo con ese país de barrios y veredas; de fábricas, almacenes y
empresas, o desempleado y en lucha por el pan diario. La Universidad era centro
de debate, proposición y lucha, esta última centrada en la defensa de lo
público, que para esta época aún quedaba, pero los estudiantes y profesores de entonces
tenían otra visión. Su compromiso no era exclusivamente la defensa de la
educación y la universidad pública sino con todo un pueblo. Para muchos, su
proyecto de vida era lograr una revolución.
Por
entonces ya asomaba la privatización de la educación por el neo- liberalismo,
que hacía sus primeros pinos aquí y se afianzaba en el Cono Sur. En este marco
el 16 de mayo de 1984 es una fecha culminante. Dolía la pérdida de Jesús
Humberto León Patiño, estudiante de Odontología, poeta, líder y luchador por el
bienestar estudiantil, torturado y asesinado en Cali el 9. Había indignación.
Además de la muerte de “Chucho”, se agregaban las del profesor de economía
Alberto Álava Montenegro (20 de agosto de 1982), la desaparición de los
hermanos García y los hermanos Sanjuán1, y Yesid González (7 de octubre de
1983), entre otros. El rector Fernando Sánchez Torres, quien como el presidente
Belisario Betancur había llegado con tono conciliador, usaría otras tácticas.
Sánchez acudía a cierres preventivos, desalojo de las residencias
estudiantiles, con amenazas de militarización y expulsiones. Asimismo, el
recorte de presupuesto en la UN llevó a disminuir servicios básicos, práctica
docente, investigación, extensión, dotación de bibliotecas, reducción de la
planta de profesores, deterioro de equipos.
Los
estudiantes dieron a conocer su inconformidad con movilizaciones, tomas
pacíficas (iglesia de Lourdes, Cruz Roja…), pidiendo el reintegro de
estudiantes expulsados y libertad de detenidos, la no militarización del campus,
cumplimiento del Acuerdo 046 de 1983 sobre cogobierno en residencias,
reapertura de la U, etcétera. Así llegó el fatídico 16 de mayo de 1984 (ver
recuadro).
Oleada de reformas
Tras
los hechos de mayo de 1984, la UN fue cerrada por casi un año. Reabierta en
abril de 1985, llegaron los estudiantes a culminar el semestre truncado en
1984, pero las cosas eran distintas. Se vio una U ajena, diferente. El silencio
era su dueña. Muchos no volvieron pero otros lo hicieron en silencio. Las
paredes eran totalmente blancas. La cafetería, un polideportivo. No funcionaban
las residencias. Todo era confusión y desconcierto para quienes habían conocido
una U beligerante, con propuestas de cambio social, político y económico en el
país. La Rectoría también había cambiado: estaba Marco Palacios, primer
encargado de ejecutar reformas académicas, administrativas y estructurales que
harían de la UN otra realidad.
Las
principales reformas tuvieron que ver con Bienestar Estudiantil, que funcionó
hasta 1984 con el servicio, aunque deficiente, de cafetería. Se hablaba de
pérdidas económicas y se decidió su cierre definitivo, sumado al de las
residencias desde fines de los 70, retomadas y recuperadas varias veces por los
estudiantes hasta su clausura definitiva en mayo de 1984.
“El
nuevo sistema de bienestar universitario que el Consejo Superior ha
estructurado dentro la concepción del “nuevo orden” contempla: asistencia
económica en forma de préstamos condonables, servicio médico asistencial,
asistencia social (ayudas psicológicas, de sociólogos, etcétera), asistencia
académica (consejerías, comités de carrera, etcétera), programa de actividades
culturales y deportivas”.
Con
esas políticas se dio comienzo a una universidad en que los de menos recursos o
de provincia debían buscar sus medios de vivienda y alimentación, lo que limitó
sus posibilidades de estudio. Lo conocido como bienestar estudiantil –a partir
de ahora Bienestar Universitario– fue reemplazado por “préstamo-beca de un
salario mínimo para los más necesitados, y de medio salario mínimo para los
menos”. La represión tomó forma: ya no sólo la fuerza pública entraba a ejercer
acciones; se había dispuesto una reforzada vigilancia, motorizada, con mayor
presencia, y equipos de comunicación y armas de fuego “para preservar el orden
y la normalidad”.
El
discurso de las directivas cambió: ahora se hablaba de “excelencia académica”,
lo que llevó a una reestructuración estatutaria para cumplir con las reformas
en el mayor centro de educación superior del país. Bajo este discurso se
acomodó el lenguaje empresarial a la institución académica; partiendo de la
‘excelencia’, se hablaría de “eficiencia”, como una empresa privada, para
conseguir el paso a particulares de la UN, hecho que hoy, 25 años después, es
cada vez más claro y cercano.
Contradictoriamente,
mientras se hablaba de criterios de “excelencia académica” por la
administración universitaria, en la práctica este concepto era cada vez más lo
contrario: deficiencia docente; problemas de laboratorios, bibliotecas y salones;
reducción de prácticas académicas y salidas de campo. Asimismo, el
autoritarismo del rector y su administración se caracterizó (1985-1988 y
2004-2005) por el modo como se tomaban decisiones en lo concerniente a la vida
universitaria, sin consultar con la comunidad, utilizando lo que fuera para
reprimir y acallar la protesta o la simple inquietud de los estamentos.
También, en dar tratamiento de orden público a la inconformidad, y en decretar
decisiones, además de destinar recursos a obras inoperantes, como el puente
vehicular en la entrada de la Calle 45 o prometer la construcción de un salón
de esgrima, una pista de patinaje y un hospital, que hoy después de 25 años no
se ven y no se verán.
Reformas,
unas y otras, asentadas en las políticas de reacomodación económica global, que
superan las fronteras y se dictaminan por organismos multilaterales (FMI, BM,
OMC) y los países que los controlan, propias del neoliberalismo planteado desde
mediados del siglo XX y puestas en práctica desde finales de los 70. Políticas
que llevan al dominio de la “mano invisible” del mercado sobre los aspectos de
la vida social, en cuya visión desaparece teóricamente la concepción de
sociedad y pasa a cumplir un papel mucho más importante el individuo; allí se
plantea la competitividad basada en la promoción de incentivos personales, para
que cada uno dispute con fiereza las ‘oportunidades’ del establecimiento o los
sectores dominantes del capital. Bajo criterios de costo-beneficio para
justificar las políticas públicas en lo económico, lo social y lo cultural, que
le quitan la responsabilidad social al Estado, dejándolo como simple árbitro de
las relaciones de mercado, bajo la premisa de que aquél es ineficiente y
corrupto.
La
política privatizadora pretenderá acaparar instituciones y entidades, la
universidad entre ellas: entra en el juego del mercado, poniendo en discusión
conceptos como el de autonomía, confundida con el de autofinanciación, ligado a
recortes presupuestales y que conllevan políticas de autosostenibilidad económico-financiera
de la U, optando por vender bienes y servicios para cubrir gastos, de la mano
de otras políticas: flexibilización laboral, pago por horas, desmantelamiento
de la seguridad social, no pago de horas extras. También tiene un objetivo, el
mismo del capital: acumular y generar riqueza, ¿para quién y bajo qué costo?
Para ello se requiere mano de obra medianamente calificada, y
superespecialización del conocimiento. Por eso se privilegia el posgrado, en
detrimento del pregrado, filtrando así el número de quienes tienen acceso al
conocimiento y la calidad, por un lado, y por otro la masificación de la
formación técnico-tecnológica, al servicio de la empresa privada, nacional o
transnacional, y no de la población que lo necesita: la mayoría excluida y
empobrecida, limitada a un precario acceso al conocimiento, al servicio de
terceros, mientras sólo deben propender por su simple subsistencia y su
reproducción como mano de obra barata.
Para
tal efecto, es decir, la consecución de recursos propios por la universidad,
además de la venta de bienes y servicios y la tercerización laboral, la UN
empieza a filtrar, no tan evidentemente, la admisión de nuevos estudiantes,
escogiendo a quienes puedan cubrir un mayor costo en la matrícula y desechando
a los venidos de clases populares y de provincia que necesiten, en una u otra
forma, ayuda para subsistir. Esto tiene una relación directa con el nivel
académico de los bachilleres, con más egresados de colegios públicos quizá,
mientras los de colegios privados ofrecen, además de notables diferencias
económicas, una diferencia en el nivel formativo. Así se apunta a dos aspectos:
por un lado, se logra la autofinanciación mediante las matrículas, y por otro,
y debido a las evidentes diferencias de formación de quienes ingresan en la UN,
se hacen, sin caer en generalizaciones, a estudiantes más obedientes, menos
críticos y que no se manifiesten ni alteren el orden y la normalidad del centro
educativo (que tal vez no lo necesitan), que vayan simplemente a estudiar,
cumplan con lo necesario en términos académicos, y no pongan problemas en lo
disciplinario, además de que embellezcan el campus.
¿Y ahora, qué?
No
debemos perder de vista los hechos que atraviesan la historia de la UN, que,
así presente desaciertos del movimiento estudiantil, es evidente que detrás de
toda política que se implanta hay intereses de grupos económicos y clases
sociales que tienen sus propias finalidades y no ahorran esfuerzos para
lograrlas.
Es
hora, 25 años después, de volver a preguntarnos dónde estamos, hacia dónde nos
está llevando este sistema y si somos capaces, hoy como estudiantes y mañana
trabajadores (los que tengan suerte), o desempleados con título (si pueden
pagar los semestres), de darle un giro a la historia de la U y del país y la
sociedad, y desde allí volver a constituir, si alguna vez existió, esa
universidad crítica con el sistema, con preguntas y cuestionamientos pero
también con propuestas y ganas de luchar por nuestros sueños, seguro de lo que
la sociedad necesita. Para que la memoria de quienes entregaron su vida no
quede en el olvido, y sus muertes no queden impunes.
Recuadro
La
verdad de una masacre
La
muerte de Chucho no podía quedar impune como tantas [...] En este país a la
gente no sólo la matan en las universidades; también en un callejón oscuro; la
dinamitan amarrada a un poste en un barrio popular, o amanece tirada,
amordazada, en cualquier potrero. Alberto Álava fue asesinado en la puerta de
su casa; los hermanos García y los hermanos Sanjuán no se sabe dónde [...].
Algunos decidieron realizar un acto político para reivindicar su lucha, su
vida.
Ese
16 amaneció triste, en los ojos llanto, en los pechos ira, al llegar a
desayunar en cada mesa un poema y una flor, el uno por la ira, el otro por el
llanto, y unos ojos que nos miran, nos vigilan, son muchos ojos que allanan
nuestra cotidianidad; al salir de la cafetería, una compañera me abraza y
llora: era su mejor amigo, hacía tan poco que habían hablado, cuántas cosas
construyeron, cuántas discusiones, cuántas sonrisas.
10
a.m.: Plaza Che Guevara. Algunas pancartas con la imagen del compañero, del
amigo, del hermano, y un poema que intenta recoger sus luchas; el acto político
de homenaje se desenvuelve entre poemas, música y recuerdos; cada estudiante se
pregunta por qué ante estos crímenes nadie dice nada, alguien dice no saber
nada, por qué la prensa calla, por qué la muerte de un obrero, de un campesino,
de un maestro, de un estudiante, no son importantes para los jueces,
procuradores, ministros, presidentes? Y el acto no era suficiente; para otros,
la reivindicación se daba en otros términos, en la calle, para que la gente
supiera que sus ojos no quieren seguir viendo que corre la sangre del pueblo.
2
p.m.: Plaza Che. Un bus quemado, testimonio de la lucha contra el TSS, el IVA,
la tortura, el asesinato. En la Calle 26 se escuchan tiros dirigidos a
compañeros que paraban un bus. Los tiros se siguen escuchando. En la entrada,
unos estudiantes lanzan piedras contra el piquete que había disparado. Vuelven
a disparar. La gente se tira al piso. “Veo un policía guardando un revólver
plateado en la cintura. Ellos ganan la malla y siguen disparando
indiscriminadamente, al lado izquierdo un compañero se acerca a la malla, se
escucha un disparo, el compa cae al piso. No puedo creer que le hayan disparado
a quemarropa, el compañero se retuerce en el piso, al voltearse veo que emana
sangre de su estómago, unos muchachos lo alzan de pies y manos, lo llevan a
Bienestar” (ver fotos de El Bogotano, 17 de mayo).
¿Quién
dio la orden de llegar disparando y tirar a matar? Le dan a otro compañero en
la pierna. Los testimonios se repiten, la Procuraduría sabe pero... nada. Una
persona con capucha dispara desde el interior de la U, cosa que nos sorprende.
Suena una explosión cerca de la policía y ésta entra disparando […] Los
estudiantes corren.
El
tipo que había disparado desde la U se quita la capucha y empieza a disparar
hacía los estudiantes (elementos extraños a la Universidad) mientras los
estudiantes corren a refugiarse. Cae un compañero, otro; los compañeros van
cayendo. “Un compañero de camiseta verde corre, un policía le dispara una, otra
vez, no le da, vuelve a dispararle una y otra vez, como tirando al blanco,
hasta que el compañero cae. No sé qué pasará con él, pues tuve que salir
corriendo, pues los policías y algunos civiles (policías de civil) ya estaban
muy cerca de nosotros”. Peor que entrar disparando, entrar como en una cacería
hasta que la presa caiga. Es la policía ‘profesional’ con que cuenta esta
adolorida patria. Detrás de la ‘disponible’ entra la patrulla motorizada (y si
mi general Delgado Mallarino y mi general Vargas Villegas no lo creen, ahí
están las fotos) en un número aproximadamente de 10. Por la Calle 45 entra otro
grupo, impidiendo la salida de estudiantes. Es de anotar que dichos motorizados
venían sin su acostumbrado chaleco naranja, tal vez para evitar que fuera
reconocido su número, pero algunos compas alcanzan a ver el 00 (cero cero) en
el casco de algunos, y, como si esto fuera poco, luego mandan entrar al GOES,
con su característico uniforme oscuro, siendo esto lo único que reconoce mi
general.
Como
si fuera un safari, la policía entra a llevarse los cuerpos de los compañeros
asesinados por la espalda, a sangre fría (si es que la tienen), a rematar a los
heridos. “Vi caer estudiantes heridos cuando corrían hacia residencias
femeninas. Cerca de Agronomía, la policía apaleó a alguien y luego de golpearla
durante casi un minuto le dieron un tiro” (El Socialista, mayo 24, p. 2) (...).
“Hacia
las tres de la tarde de ayer corrían dos estudiantes en medio del pánico
general que cundía en la U. Buscaban un sitio de protección y detrás de ellos
un piquete de uniformados y tres civiles dispararon a quemarropa a un
estudiante que huía. El acompañante de éste, ante tal escena, se detuvo con las
manos en alto. Fue aprehendido de inmediato por los mismos policías y golpeado
brutalmente. Luego lo obligaron a cargar el cuerpo de su compañero abaleado y
lo guiaron hacia la jaula a punta de bolillo. La policía, al levantar el cuerpo
del abaleado, le puso en el rostro una capucha del M-19 que la propia policía
portaba. Esto fue presenciado por aproximadamente unas 50 personas que a esa
hora se escondían en Sociología” (Del comunicado de Odontología, firmado por un
grupo de estudiantes)3.
“En
vista de mi impotencia para salir corriendo, por una enfermedad que me postró
en muletas hace muchos años, opté por tirarme al piso para huir de las balas y
logré arrastrarme por el suelo hasta ampararme detrás de una banca de cemento.
Quedé como a tres metros de la puerta de acceso a la residencia y fue cuando
pude escuchar la forma tan violenta como la policía atacaba a los residentes
que allí se encontraban. Entraron, según el estruendo que se oían, destruyendo
todo, puertas, objetos, y sacando a bolillazos a quienes encontraron a su paso
en aquellas piezas. Pude escuchar cuando un militar ordenaba que sacaran ‘a
todos esos H.P.’ de allí, y también pude oír cómo al poco tiempo ordenaron que
desalojaran la U... Pero la calma no reinó porque momentos después penetraron
personas que supongo pertenezcan a organismos secretos del Estado portando
pistolas pequeñas, agarrando estudiantes y entregándolos a la fuerza disponible
que estaba a la entrada de la 26” (...).
“Recibí
el puesto de vigilancia de residencias femeninas a Luis R. sin novedad [...] A
las 2:30 la fuerza pública destruyó los vidrios... Luego de los acontecimientos
hice un recorrido minucioso en todos los pisos, encontrando las siguientes
habitaciones, donde rompieron las chapas: 2069-2067-2018-3038-2034-2033. Las
rompió la policía de civil que entró rompiendo la puerta principal con las
motos”.
“Vimos
cuando unos hombres, casi todos de negro y vestidos deportivamente, entraban
armados a residencias femeninas y oímos que golpeaban las puertas y rompían las
chapas. Tumbamos las camas y trancamos la puerta, nos encerramos en los
armarios. Cuando dejamos de oír ruidos nos asomamos, vimos cuando sacaban
encañonadas a varias compañeras”./ “Reconocimos a uno con buzo azul que en la
pedrea estaba entre los estudiantes y ahora llevaba un arma apuntándole a una
compañera” [...]./ “Un compañero no pudo correr más, lo cogieron y lo tiraron
al suelo, le daban patada y bolillo, se le paraban encima y llegó un negro de amarillo
y negro (camiseta de rayas) y le dio dos disparos. Gritamos que no lo mataran.
Lo llevaron a rastras. No volvimos a verlo” (...).
Otros
testimonios
Los
abajo firmantes, trabajadores del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, a
continuación relatamos los hechos ocurridos el miércoles 16 de los corrientes a
eso de las 2:30 a 3:30 p.m.
“En
vista de que se oían disparos en el interior de la UN, desde las ventanas del
Instituto vimos a un grupo de estudiantes desprovistos de capuchas que se
disponían a abandonar los predios por la Calle 47. Cuando ya ganaban la puerta,
fueron arremetidos a bala por un grupo de uniformados de negro y policías
antimotín que golpeaban indiscriminadamente a los presentes. Se les condujo a
unos carros por los uniformados de negro. La policía antimotín penetró en la U”
(...).
“Pude
ver cómo entraron a la U unos civiles que más tarde volvieron a salir con seis
estudiantes, mujeres, quienes iban plenamente identificables, sin ninguna clase
de capucha, y las metieron en una jaula. También metían a otros de los que
estaban allí mirando, diciéndoles: ¿Usted es de la Nacional? ¡Camine! y los
encañonaban”.
“Lo
agarraron a bolillazos y patadas. Luego lo cogieron por la parte trasera de la
pretina del pantalón y lo levantaron sin que el muchacho reaccionara. Mientras
tanto, por la avenida venía un civil negro que vestía chaqueta terracota y
bluyín junto con otros uniformados. Sacó un revólver o pistola y se acercó al
muchacho que estaba caído en el césped y le disparó” (...).
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