domingo, 28 de abril de 2013

¿Está bien que las U Públicas alberguen en sus campus protestas sociales?

A raíz de la toma que campesinos han hecho, desde hace varios días, del coliseo de la U. de Antioquia, en protesta por el proyecto de HidroItuango, dos profesores de esa institución se han enfrentado, con ideas, en torno a si la IES debe o no patrocinar estas actividades.
Mientras que Danny García Callejas, considera que la Universidad es lugar de ideas pero no para albergar estos movimientos, para Carlos Enrique Restrepo la Universidad debe ser orgullosa de albergar estos problemas, como lo ha hecho la U. Nacional con la Minga Indígena o el Congreso de Los Pueblos.

Universidad sagrada, por Danny García Callejass (prof. de Economía)
Como académicos es nuestro deber conmovernos con la realidad social, económica, política y cultural del país y nuestras regiones, al igual que es un imperativo estudiar sus problemáticas y avanzar en la creación de conocimiento práctico y teórico para la solución de los diversos problemas de la humanidad; pero la universidad debe estar invicta en su fecundidad.
La Universidad de Antioquia continúa creciendo al igual que su impacto regional y local. Nuestra Alma Máter tendrá ciudadela en Apartadó gracias a donaciones del sector privado y recursos públicos por $24.000 millones.
Además, la construcción de la Ciudadela de Oriente con una inversión de $150.000 millones, más $6.200 millones para repotenciar la antigua sede, fortalece la presencia de la universidad en las regionesque promoveráel estudio de sus problemáticas y construcción de soluciones con la comunidad.
Sin embargo, la sociedad y la misma universidad deben entender que el Alma Máter estudia los problemas con la comunidad pero no puede albergarlos. Imagínese cualquiera de las sedes de la universidad como un campo de enfrentamiento de grupos al margen de la ley o como refugio para todo tipo de poblaciones, protestas, actividades económicas o labores que sean ajenas a su misión y naturaleza.
Por supuesto que como académicos es nuestro deber conmovernos con la realidad social, económica, política y cultural del país y nuestras regiones, al igual que es un imperativo estudiar sus problemáticas y avanzar en la creación de conocimiento práctico y teórico para la solución de los diversos problemas de la humanidad; pero la universidad debe estar invicta en su fecundidad.
Los académicos somos pensadores que buscamos encender la llama del saber y compartirla con toda la sociedad. Por ello, el campus universitario debe ser un espacio libre de violencia y conflictos y que le dé la bienvenida a quienes quieren investigar, aprender, enseñar y compartir sus conocimientos.
Nuestra labor es ayudar a las comunidades pero en sus contextos; la universidad no tiene la capacidad ni está diseñada ni es su misión albergar a ciudadanos y niños que protestan, así sea de forma pacífica, contra el Proyecto Hidroeléctrico Pescadero Ituango.La Universidad de Antioquia es un hogar para el conocimiento en todas sus sedes y no un albergue.
Es evidente que la Universidad puede ofrecer asesoría jurídica, por ejemplo; pero estas actividades deben realizarse en su municipio de origen y con los trámites respectivos ante las autoridades competentes. Es más, no puede ser que hasta nuestras clases se vean interrumpidas por solicitudes de apoyo económico o la misma protesta.
¿Será que nuestras sedes regionales también tendrán que soportar todo tipo de manifestaciones y reivindicaciones? Si es así, nuestro proyecto educativo de 210 años estaría en riesgo porque ignoraríamos el principio de que la universidad es sagrada

Contra-argumentación del profesor Carlos Enrique Restrepo (prof. de Filosofía)
Respetado colega,
Como filósofo, no puedo más que reaccionar ante la falacia de su columna “Universidad sagrada”, que muy seguramente incurre cuando menos en lo que los lógicos llaman petición de principio (petitio principii). Tanto más obligado me veo como hombre a reaccionar ante las consecuencias que usted deriva de ella.
En primer lugar, y para llamar al uso razonable de los términos, creo que es su deber aclarar de dónde saca usted –cito– “el principio de que la universidad es sagrada”. ¿A qué principio se refiere? ¿Dónde y cuándo fue establecido? Hasta donde yo sé, sagrado es el Papa Francisco, o los misterios de la resurrección de Jesús y la Inmaculada Concepción. Sagrada es la Ciudad de Dios, tan bien descrita por San Agustín desde el año 413; pero la Universidad, y propiamente, la pública, pertenece a la ciudad terrena, no a la de Dios. Por tanto no es sagrada, ni inmaculada –o “invicta”, si usted prefiere–;  la aquejan los males de la ciudad de los hombres, y hace parte de esa historia humana que es la del sufrimiento causado por la ambición y el poder. Por esa razón, la universidad no es ajena a los conflictos, ni constituye una esfera separada de la vida pública o política; por ella pasan las contradicciones y agitaciones propias de la vida social, a la cual por otra parte la universidad pública se debe incondicionalmente –y hasta donde le es posible– como agente de cambio o de transformación.
Dicho esto, permítame que le inquiera, en segundo lugar, por lo que usted considera el deber de la Universidad: “Como académicos es nuestro deber conmovernos con la realidad social, económica, política y cultural del país y nuestras regiones, al igual que es un imperativo estudiar sus problemáticas y avanzar en la creación de conocimiento práctico y teórico para la solución de los diversos problemas de la humanidad”. ¿Nuestro deber es conmovernos ante las realidades y de paso estudiarlas como fenómenos objetivos para publicar al respecto sendas investigaciones científicas que nos pongan en la cima del ranking? ¿O nuestro deber es el de una reapropiación del conocimiento y un uso público de la razón en función de la transformación de realidades sociales inaplazables, insoslayables e ineludibles como las de esta Colombia, en muchos de sus rincones marchita y doliente? Me parece inaudito que, ante la evidencia del problema campesino asociado al proyecto HidroItuango, ante el problema minero, y ante muchos otros problemas, considere usted que “la sociedad y la misma universidad deben entender que el Alma Máter estudia los problemas con la comunidad pero no puede albergarlos”. La universidad pública no sólo estudia los problemas sociales, lo cual va de suyo, sino que incluso, cuando la circunstancia obliga, tiene que albergarlos, como lo hizo orgullosamente la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá con los miles de indígenas que caminaron desde los rincones del sur la Minga de 2008. Albergarlos y encararlos, acompañarlos, y ello como deber ciudadano, como deber de servidores públicos, como deber humano, y ante todo, como deber ante la vida, la que sí puede presumirse sagrada, pero a menudo ultrajada y mancillada, rebajada a la condición sobrevivencialista de los que se autorizan como sus opresores y dueños.
Perdóneme que no tenga la ocasión ni la intención de esgrimir aquí extensos y lustrosos argumentos, para los que los apremios de las circunstancias a menudo no dan tregua. Excúseme también alguna impertinencia o los eventuales malentendidos que siempre se filtran en la escritura. Pero, para volver al quid de mi desacuerdo, una última consideración: ¿No le parece que en el tema agrario, minero, y en muchísimos otros problemas sociales que hoy nos confrontan en la propia casa, somos más bien nostros los académicos de la Universidad de Antioquia quienes estamos faltando a nuestro deber haciéndonos los de la vista gorda, secundados por un silencio institucional que, una vez más, deja justamente los problemas a su propia suerte, cuando no es que responde a ellos con “soluciones” unilaterales en las que es desoído sistematicamente el clamor de los estamentos?

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