A continuación se
reproducen los escritos de dos profesores de la Universidad de Antioquia que
confrontan sus ideas sobre el quehacer de la universidad, concretamente frente
a la situación de que comunidades afectadas por Hidroituango se encuentran en
la UdeA desde hace varias semanas.
Universidad sagrada
Danny García Callejas - Profesor Departamento de
Economía, Facultad de Ciencias Económicas UdeA
dgceudea@gmail.com
Como académicos es nuestro deber conmovernos con la
realidad social, económica, política y cultural del país y nuestras regiones,
al igual que es un imperativo estudiar sus problemáticas y avanzar en la
creación de conocimiento práctico y teórico para la solución de los diversos
problemas de la humanidad; pero la universidad debe estar invicta en su
fecundidad.
La Universidad de Antioquia continúa creciendo al igual
que su impacto regional y local. Nuestra Alma Máter tendrá ciudadela en
Apartadó gracias a donaciones del sector privado y recursos públicos por
$24.000 millones.
Además, la construcción de la Ciudadela de Oriente con
una inversión de $150.000 millones, más $6.200 millones para repotenciar la
antigua sede, fortalece la presencia de la universidad en las regionesque
promoverá el estudio de sus problemáticas y construcción de soluciones con la
comunidad.
Sin embargo, la sociedad y la misma universidad deben
entender que el Alma Máter estudia los problemas con la comunidad pero no puede
albergarlos. Imagínese cualquiera de las sedes de la universidad como un campo
de enfrentamiento de grupos al margen de la ley o como refugio para todo tipo
de poblaciones, protestas, actividades económicas o labores que sean ajenas a
su misión y naturaleza.
Por supuesto que como académicos es nuestro deber
conmovernos con la realidad social, económica, política y cultural del país y
nuestras regiones, al igual que es un imperativo estudiar sus problemáticas y
avanzar en la creación de conocimiento práctico y teórico para la solución de
los diversos problemas de la humanidad; pero la universidad debe estar invicta
en su fecundidad.
Los académicos somos pensadores que buscamos encender la
llama del saber y compartirla con toda la sociedad. Por ello, el campus universitario
debe ser un espacio libre de violencia y conflictos y que le dé la bienvenida a
quienes quieren investigar, aprender, enseñar y compartir sus conocimientos.
Nuestra labor es ayudar a las comunidades pero en sus
contextos; la universidad no tiene la capacidad ni está diseñada ni es su
misión albergar a ciudadanos y niños que protestan, así sea de forma pacífica,
contra el Proyecto Hidroeléctrico Pescadero Ituango. La Universidad de
Antioquia es un hogar para el conocimiento en todas sus sedes y no un albergue.
Es evidente que la Universidad puede ofrecer asesoría
jurídica, por ejemplo; pero estas actividades deben realizarse en su municipio
de origen y con los trámites respectivos ante las autoridades competentes. Es
más, no puede ser que hasta nuestras clases se vean interrumpidas por
solicitudes de apoyo económico o la misma protesta.
¿Será que nuestras sedes regionales también tendrán que
soportar todo tipo de manifestaciones y reivindicaciones? Si es así, nuestro
proyecto educativo de 210 años estaría en riesgo porque ignoraríamos el
principio de que la universidad es sagrada.
Hidroituango,
profesor responde a falacias de un economista
Medellín, 24 de abril de 2013
Prof. Dr. Danny García Callejas
Departamento de Economía
Facultad de Ciencias Económicas UdeA
dgceudea@gmail.com
Respetado colega,
Como filósofo, no puedo más que reaccionar ante la
falacia de su columna “Universidad sagrada”, que muy seguramente incurre cuando
menos en lo que los lógicos llaman petición de principio (petitio principii).
Tanto más obligado me veo como hombre a reaccionar ante las consecuencias que
usted deriva de ella.
En primer lugar, y para llamar al uso razonable de los
términos, creo que es su deber aclarar de dónde saca usted –cito– “el principio
de que la universidad es sagrada”. ¿A qué principio se refiere? ¿Dónde y cuándo
fue establecido? Hasta donde yo sé, sagrado es el Papa Francisco, o los
misterios de la resurrección de Jesús y la Inmaculada Concepción. Sagrada es la
Ciudad de Dios, tan bien descrita por San Agustín desde el año 413; pero la
Universidad, y propiamente, la pública, pertenece a la ciudad terrena, no a la
de Dios. Por tanto no es sagrada, ni inmaculada –o “invicta”, si usted
prefiere–; la aquejan los males de la
ciudad de los hombres, y hace parte de esa historia humana que es la del sufrimiento
causado por la ambición y el poder. Por esa razón, la universidad no es ajena a
los conflictos, ni constituye una esfera separada de la vida pública o
política; por ella pasan las contradicciones y agitaciones propias de la vida
social, a la cual por otra parte la universidad pública se debe
incondicionalmente –y hasta donde le es posible– como agente de cambio o de
transformación.
Dicho esto, permítame que le inquiera, en segundo lugar,
por lo que usted considera el deber de la Universidad: “Como académicos es
nuestro deber conmovernos con la realidad social, económica, política y
cultural del país y nuestras regiones, al igual que es un imperativo estudiar
sus problemáticas y avanzar en la creación de conocimiento práctico y teórico
para la solución de los diversos problemas de la humanidad”. ¿Nuestro deber es
conmovernos ante las realidades y de paso estudiarlas como fenómenos objetivos
para publicar al respecto sendas investigaciones científicas que nos pongan en
la cima del ranking? ¿O nuestro deber es el de una reapropiación del
conocimiento y un uso público de la razón en función de la transformación de
realidades sociales inaplazables, insoslayables e ineludibles como las de esta
Colombia, en muchos de sus rincones marchita y doliente? Me parece inaudito
que, ante la evidencia del problema campesino asociado al proyecto
HidroItuango, ante el problema minero, y ante muchos otros problemas, considere
usted que “la sociedad y la misma universidad deben entender que el Alma Máter
estudia los problemas con la comunidad pero no puede albergarlos”. La
universidad pública no sólo estudia los problemas sociales, lo cual va de suyo,
sino que incluso, cuando la circunstancia obliga, tiene que albergarlos, como
lo hizo orgullosamente la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá con los
miles de indígenas que caminaron desde los rincones del sur la Minga de 2008.
Albergarlos y encararlos, acompañarlos, y ello como deber ciudadano, como deber
de servidores públicos, como deber humano, y ante todo, como deber ante la
vida, la que sí puede presumirse sagrada, pero a menudo ultrajada y mancillada,
rebajada a la condición sobrevivencialista de los que se autorizan como sus
opresores y dueños.
Perdóneme que no tenga la ocasión ni la intención de
esgrimir aquí extensos y lustrosos argumentos, para los que los apremios de las
circunstancias a menudo no dan tregua. Excúseme también alguna impertinencia o
los eventuales malentendidos que siempre se filtran en la escritura. Pero, para
volver al quid de mi desacuerdo, una última consideración: ¿No le parece que en
el tema agrario, minero, y en muchísimos otros problemas sociales que hoy nos
confrontan en la propia casa, somos más bien nosotros los académicos de la
Universidad de Antioquia quienes estamos faltando a nuestro deber haciéndonos
los de la vista gorda, secundados por un silencio institucional que, una vez
más, deja justamente los problemas a su propia suerte, cuando no es que
responde a ellos con “soluciones” unilaterales en las que es desoído sistemáticamente
el clamor de los estamentos?
Fraternalmente,
Carlos Enrique
Restrepo
Filósofo
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