lunes, 12 de noviembre de 2012

Universidad Nacional: crisis de autonomía y de democracia



La Universidad está andando a tropezones. La elección del rector fue traumática. La crisis va desde edificios magníficos al borde de la ruina hasta una profunda desmotivación de los estudiantes, pasando por dificultades financieras inéditas.
Un año traumático

Durante las últimas dos semanas, la Universidad Nacional ha sido cerrada varias veces y la Policía ha entrado en dos ocasiones al campus a realizar allanamientos y pesquisas, durante las cuales se han decomisado drogas y alcohol. 



Por su parte, los trabajadores declararon un paro, exigiendo el restablecimiento de la carrera administrativa y un proceso de nivelación salarial. 

Mientras tanto, el edificio de la Facultad de Arquitectura sigue clausurado, ante el peligro inminente que representa para la comunidad universitaria su venerable y maltrecha infraestructura, que requiere urgentemente un reforzamiento estructural, lo mismo que los otros 319.400 m2, tal como ha quedado establecido en el Plan de Acción para la Sede Bogotá [1].
Días difíciles, acompañados del anuncio de que la Universidad deberá enfrentar un embargo de sus cuentas por cerca de 160.000 millones de pesos y de que los recursos de funcionamiento para el año 2013 no cubrirán lo necesario para el pago de docentes y administrativos. 

Estos hechos han suscitado una profunda preocupación en la comunidad universitaria, que motivó a estudiantes, profesores y trabajadores a convocar al rector Ignacio Mantilla a una rendición de cuentas. 

Este evento debió realizarse el pasado miércoles 7 de noviembre en el mítico Auditorio León de Greiff — ahora controlado por una empresa privada — pero fue cancelado y remplazado por una asamblea ante la inasistencia del rector, quien en principio se había comprometido a atender la invitación. La asamblea desembocó en una movilización al edificio de la Rectoría.
La Universidad terminó esta semana cerrada de nuevo. La fuerza pública volvió a ingresar al campus, con el fin de realizar más pesquisas y volvió a encontrar drogas y alcohol. Ambos hechos han sido repudiados por los estamentos universitarios, quienes se han manifestado en contra tanto del uso del campus para el expendio de drogas, como del uso de la fuerza para tramitar los problemas universitarios. 

La Universidad está en crisis, ya no queda lugar a dudas. Parte de la responsabilidad debe atribuirse a la falta de autonomía y de democracia, que se manifiesta en la incapacidad del gobierno universitario para enfrentar los problemas que aquejan a sus estamentos. 

La actual crisis de la Universidad Nacional es sistémica. Y sin temor a incurrir en exageraciones, la peor de su historia: se origina en problemas financieros derivados del proceso paulatino de marchitamiento y de desfinanciación al que el gobierno nacional ha sometido a las universidades públicas. Pero también reviste dimensiones académicas, administrativas y en materia de bienestar, entre otras tantas. 

No obstante, dada la dramática coyuntura en materia de gobierno y de democracia que afronta la Universidad Nacional, me detendré a analizar la situación en términos de la crisis de autonomía que vive el Alma Máter, partiendo de analizar el concepto mismo y su importancia histórica, como garantía para el libre desarrollo del conocimiento. 

Garantía para que fluya la razón
 
La autonomía universitaria es una garantía especial que la sociedad ha otorgado a la universidad para que el debate de ideas se encargue de orientar su destino. Una garantía explícita para el ejercicio de la razón, para la conservación del conocimiento, para la difusión de ideas y para permitir que a través de la investigación se amplíen las fronteras del conocimiento, destruyendo viejos paradigmas y aportando nuevos: en última instancia, es una garantía que confiere el derecho a desafiar la ortodoxia en la academia. 



La autonomía universitaria constituye una conquista histórica frente al oscurantismo y permite blindar democráticamente el debate académico de cualquier tipo de intimidación y de cualquier intento de instrumentalización por parte de poderes políticos o económicos, entre otros [2]

El desarrollo del pensamiento científico, las artes y las humanidades solo es posible bajo condiciones democráticas. Si se pierde de vista este axioma, es inevitable regresar a posiciones oscurantistas que ponen en riesgo el avance y el bienestar social. 

Carl Sagan trae a la memoria el ejemplo de Hipatia — matemática, astrónoma, físicay filosofa — quien vivió en Alejandría a principios del siglo V, cuando la ciudad comenzaba a perder su vitalidad a causa de la persistencia de la esclavitud y de la influencia creciente del cristianismo fanático en cabeza de Cirilo, arzobispo de Alejandría. Este despreciaba a Hipatia, símbolo de ciencia, cultura y racionalidad. Esta mujer era consciente del riesgo que corría, pero “continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo” [3]

La autonomía “comprende la facultad reglada de autodeterminación académica, administrativa y presupuestal de las Instituciones de Educación Superior (IES); por consiguiente, incluye la independencia social y política para la producción (…) del conocimiento”[4]

Por autodeterminación se entiende que la autonomía reside en quienes componen la comunidad universitaria: para el caso de la universidad pública son sus estudiantes, profesores y trabajadores. Es decir, no es posible hablar de autonomía sin democracia. Este es el quid del asunto. 

Ni autonomía, ni democracia
 
Durante el primer semestre de 2012 se llevó a cabo el complejo proceso de designación del rector de la Universidad Nacional, un proceso compuesto por etapas: una consulta a la comunidad universitaria sin carácter vinculante, seguido por su designación y nombramiento en el seno del Consejo Superior Universitario (CSU). 

Fue designado rector el profesor Ignacio Mantilla, pese a que el profesor Leopoldo Múnera obtuvo el 16,8 por ciento de la votación, tres veces más que el profesor Mantilla (6,3 por ciento). 



Esta decisión provocó malestar y dio pie a la protesta de los estudiantes: se planteó de nuevo el debate acerca de la autonomía y la democracia en las universidades públicas, pues en dicha designación se desconoció por completo la voluntad de las mayorías por parte del CSU, pero se impuso al candidato del gobierno nacional. El caso de la Universidad Nacional — lejos de ser atípico — constituye un ejemplo de lo que sucede en gran parte de nuestras universidades públicas. Para el caso del Alma Máter, la composición del Consejo Superior Universitario otorga un margen de maniobra mucho mayor al gobierno nacional que a la comunidad universitaria, tal como se observa en el cuadro siguiente:



Al concentrar el gobierno nacional el 37,5 por ciento de los votos y los miembros externos otro 25 por ciento, es evidente que el control de la Universidad Nacional es ejercido por los miembros del Consejo Superior Universitario ajenos a la comunidad universitaria. Los miembros elegidos democráticamente tan solo representan un 25 por ciento de los votos.
Procedimientos viciados enturbiaron la elección del rector de la Universidad Nacional, mediante mecanismos que el profesor Leopoldo Múnera expuso en su estudio comparado acerca de los gobiernos universitarios en América Latina: la Universidad Nacional de Colombia es una de las más antidemocráticas y con menos autonomía frente al gobierno nacional [5]

Esta realidad fáctica explica el desdén del rector de la Universidad Nacional frente a procesos de rendición de cuentas ante la comunidad universitaria, pues solo rinde cuentas a su verdadero superior jerárquico: el gobierno nacional. Esto también explica el conflicto permanente entre el Proyecto de Universidad que reclaman los estamentos y la política pública que en realidad se está aplicando. 

Modelo privatizador, debate necesario
 
Nadie puede servir a dos señores. El modelo que se ha ido imponiendo durante los últimos años en las universidades públicas se caracteriza por:
  • una oferta académica volcada a la extensión remunerada,
  • la flexibilización de los contenidos y el recorte en los tiempos de duración de las carreras,
  • la supresión de programas de bienestar,
  • el congelamiento o recorte de la planta docente,
  • la primacía de la contratación de docentes ocasionales,
  • la eliminación de garantías democráticas para la organización gremial de los estudiantes,
  • la ausencia de escenarios de deliberación vinculante,
  • la merma en las garantías laborales,
  • la entrega en concesión de aspectos medulares de la vida universitaria,
  • la desnaturalización del quehacer académico volcado a un modelo de gestión que asemeja las universidades a empresas.
Resulta innegable el avance de la privatización de la universidad pública, agenciada desde administraciones tuteladas por el gobierno nacional y desvinculadas políticamente de los estamentos que componen la comunidad universitaria. Esta situación ha tendido a agravarse bajo el gobierno actual, como se expresa en la evaluación de la ministra María Fernanda Campo, quien en el IV panel de opinión de Cifras & Conceptos no superó el 49`por ciento de aprobación [6], y es la segunda peor calificada entre todos los ministros.
Las salidas a la crisis universitaria solo se encontrarán debatiendo de veras los problemas de gobierno universitario, o lo que es lo mismo, abriendo el debate sobre la autonomía y la democracia, un debate que intenta impulsar la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE) mediante la nueva ley de educación superior, cuyo proyecto presentará al país el próximo año.

Sergio Fernández
* Representante Estudiantil ante el Consejo Académico de la Universidad Nacional de Colombia, vocero Nacional de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE).

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