martes, 5 de junio de 2012

Educación para qué



En su libro Pedagogía del Oprimido, el investigador Pablo Freire hace un especial énfasis en lo que él llama la educación bancaria. Dice Freire, “En lugar de comunicarse el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias u objetos, reciben pacientemente, memorizan y repiten. He aquí la concepción bancaria de la educación, en la que el único margen que se ofrece a los educados es el de percibir los depósitos, guardarlos y archivarlos”.

Repetir y repetir, todo lo que dice el profesor, en eso se nos va la vida. Que las tablas de multiplicar, que las capitales de países que ni siquiera sabemos dónde están, cuáles son sus problemas económicos, políticos, sociales. Llegamos a la universidad, donde se supone, convergen todos los elementos para que empecemos a pensar por cabeza propia y no. Repetimos discursos de uno y otro lado, del que más nos convenza o nos convenga.
Lo que nos hace falta es una educación que realmente transforme, que nos lleve a los confines filosóficos del pensamiento y nos enseñe a resolver las cosas por medio del método científico, ese que asegura que la realidad se puede conocer y que al conocerse, se puede transformar.

Es apenas normal entonces que, en cada texto que hagamos repitamos las mismas cosas que han depositado en nosotros, con ciertas rabias acumuladas, ciertos lugares comunes y ciertas historias contadas con un mismo ritmo (en la mayoría de ocasiones lastimero o de autoayuda). Los profesores en su mayoría, no dicen nada, nos lanzan a la práctica como si esta fuera la panacea de la educación y sí, es cierto que sin práctica no hay teoría, pero también funciona en sentido contrario, sin teoría la práctica se nos convierte en algo banal, sin sentido. Terminamos entonces endiosando a ciertos personajes que, probablemente escriban bien pero que se les ve y se les lee siempre repitiendo el mismo discurso. Y por el otro lado, endiosando con igual o mayor énfasis a ciertos profesores que escriben con una prosa elocuente y tienen muchos postgrados pero que no saben cómo enseñar sin que esto se les convierta en una transacción bancaria.

No es que no haya profesores buenos o comprometidos o estudiantes que realmente quieran empezar a pensar con cabeza propia y a transformar, los hay, pero es muy difícil nadar contra la corriente, pretender pensar de manera diferente en una sociedad que no solo mata al que lo hace sino que lo suprime socialmente, lo hace a un lado y pone a todos a marchar contra este individuo. Una sociedad en la que la educación así sea bancaria no está asegurada para todos, sino para los que tienen dinero por lo menos para costear comida y pasajes.
Erich Fromm en su libro Ser y Tener plantea algo parecido sobre la educación: “En el modo de existencia de tener los estudiantes asisten a clases, escuchan las palabras del maestro y comprenden su estructura lógica y su significado. De la mejor manera posible, escriben en sus cuadernos de apuntes todas las palabras que escuchan; así más tarde podrán aprender de memoria sus notas y ser aprobados en el examen; pero el contenido no pasa a ser parte de su sistema individual de pensamiento, ni lo enriquece ni lo amplía”.

Le da la razón entonces a Freire al plantear que los contenidos no están enriqueciendo a las nuevas generaciones y que por más que nos llenemos la cabeza de discursos sobre la ciencia, la investigación y la práctica universitaria, lo que hacemos es repetir lo que otros quieren que repitamos, continuar con la secuencia en la que ya al nacer estamos incluidos y rechazar a los que piensan y actúan diferente. No es que no se deba utilizar la ciencia, la tecnología y la práctica pero sí es empezarse a preguntar para qué esa ciencia, esa tecnología y esa práctica, a favor de quién la estamos haciendo y a favor de quiénes la deberíamos realizar.

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