Por Juan Guillermo Gómez García, profesor de la Facultad de Comunicaciones
El golpe de astucia, de la más tradicional factura clientelista, de Alberto Uribe Correa en la inscripción de su candidatura, en último día permitido por la ley, no ha hecho sino reavivar la suspicacia, el malestar general e incluso la indiferencia por el resultado final en la comunidad profesoral y estudiantil. El mismo con las mismas, se dice. El fatalismo-ambiente por la fuerza de los hechos consumados, porque fuera de Consejo Superior Universitario –en cuatro o cinco votos de representantes extra-universitarios está el destino de la Universidad– se dice melancólico: “Nada haya qué hacer”; “Esta decisión está ya cantada”. Al paso el rector-candidato ha dicho que no hay que tener desconfianza en la reelección: es natural discutir la reelección para cargos políticos, pero que en este caso –en su caso– se trata de un asunto académico. Casi técnico, pues el “tiene todavía mucho que aportar” y que su experiencia y sus conocimientos de la educación regional, nacional e internacional son garantía de la alta calidad de su próxima rectoría.
Sus años como decano de la facultad de Medicina y sus tres períodos como rector, desde el año 2002, son, antes que un impedimento, la carta de garantía mayor para continuar con las realizaciones emprendidas. Cobertura, regionalización, investigación, internacionalización y modernización administrativa son, en suma, los resultados que él puede mostrar en su balance halagüeño y que, gracias a él y al clamor de diversos sectores y estamentos, debe continuar. Sectores de la sociedad y estamentos universitarios lo han llevado a persuadirse de su destino manifiesto: seguir siendo el rector por perpetuidad de la Universidad.
El tono sereno, de sello piasa inconfundible, sin atropellar las palabras, con la seguridad de que va a ganar, curtido en mil lides y marrullas, ofrecen sin duda los aplastantes argumentos para seguir allí, eludiendo responsabilidades, capeando las críticas, esperando sin sobresaltos que los demás se desgasten en detalles y discusiones pueriles –como “la reelección de la reelección de la reelección” o el llamado de algunos al “voto en blanco” – porque en su mundo de intrigas, encuentros claves y aceitamiento de maquinarias, las palabras sobran. A palabras necias oídos sordos.
El rector-candidato ofrece lo mismo que ha dado como rector. Nada diferente. Nada diferente o diverso ni en el contenido, ni en la forma. No hay cambio de matiz, no hay cambio de lenguaje; como petrificado o momificado mental, con argumentos convencionales, ideas anacrónicas y retórica desteñida, tiene la seguridad y confianza en sí y sobre todo en quienes los han sostenido en quince años –o más– para dar fe de que las cosas no deben cambiar; que no han de cambiar y que, sobre todo, esta terca continuidad, a costa del cambio profundo, es la fórmula mágica para obtener la reelección.
Hablar de ideas y de campaña de rector, es como juntar el agua y el aceite. Hablar de ideas profundas, de debates serios, de contenidos académicos, intelectuales es tanto como pedir peras dulces al mango tropical. El folclore del no folclore es la nota que caracteriza sus ademanes, su exposición –en el lenguaje de informe ejecutivo– como candidato rectoral. Este empobrecimiento del planteamiento universitario es el lenguaje de los que deciden, la expresión de la estructura del atraso regional; es el lenguaje del atraso al servicio de una segura reelección de la reelección de la reelección… Por eso el rector-candidato no hace campaña; no precisa hacer campaña. La campaña –las fuerzas regionales más atrasadas– hablan por él. Simplemente Uribe Correa es el ventrílocuo de otros. No hace campaña: la campaña lo hace a él.
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