Hoy, cuando la educación es tema fundamental en la agenda política y de movilización social, resulta bastante triste escuchar tan pocas voces de docentes en el debate sobre el futuro de la misma. Lo anterior no busca desconocer a quienes asumen con ética y compromiso la labor docente, pero por ello no podemos dejar de ejercer la crítica sobre la generalidad del profesorado, indiferencia que también se expresa en parte de los estudiantes colombianos.Resulta peor aún, saber que quienes hablan (y son escuchados), quienes generan “opinión pública”, no son más que la figuración inerte de la tan peleada autonomía universitaria, y “expresión” del gobierno universitario, categoría totalmente ajena (hoy día) a la construcción de un escenario participativo y democrático.
Son los docentes quienes ocupan los principales cargos administrativos y directivos, acompañados también de personas externas a la universidad que son designadas o “propuestas” para ocupar dichos puestos. Ambos son la “cara visible” de la universidad, tanto docentes como tecnócratas, quienes actúan como agentes de una estructura burocrática, como parte de la Empresa que es hoy la Universidad.
Realmente son una clara representación de la Autocracia Universitaria, de lo silenciada que está la universidad, si es en términos de la voz “institucional”. Y como estructura burocrática, solo se escuchen las voces de rectores o vicerrectores (con posiciones bastante blandas); mientras que las palabras de decanos o jefes de departamento son casi inexistentes en lo que refiere a la reforma a la educación superior, es decir, pareciera que este no es un tema para abordar en carreras o facultades, o no es necesario que desde allí se debata y se proponga, o la indiferencia campea tan ampliamente que a nadie le interesa, o más de uno se encuentra silenciado, producto de la participación en la torta, o dicho más “científicamente”, en la Burocracia.
Porque no podemos dejar de decirlo, en muchas universidades colombianas (sin caer en generalidades absolutas) los cargos administrativos son objeto de disputa por cientos de burócratas y clientelistas, que se han ido forjando en medio de grupos y élites “académicas”, y que claro está no se definen por el mérito ni por la producción intelectual. En universidades como la nuestra esto es evidente, así pocos sean capaces de abrir la boca contra quienes ejercen el dominio entre el 0.0 y el 5.0., o en casos peores en la aprobación o rechazo de proyectos de investigación o extensión. Y no solo aquí, en otras universidades del país se puede encontrar desde corrupción y clientelismo por parte de los “representantes legales” hasta nexos con el paramilitarismo.
Y esta burocracia no es gratuita, para nada que lo es, por el contrario esta le cuesta a la universidad: primero porque se ha abandonado el ideal de un espacio de construcción de conocimiento guiado bajo los parámetros de la academia, mientras nos impusieron la tecnocracia como gobierno universitario; y segundo, resulta que hay un gran número de personas (“docentes”) que se jactan de producir, producir y producir, cientos de artículos, libros y demás, pero lo que no siempre se observa es el conocimiento, ni mucho menos la pertinencia del mismo con respecto a una realidad tan compleja y difícil como es la de nuestro país.
Es triste decirlo, y ojala no sea peligroso, pero parte de la crisis que hoy vive la universidad radica en la inexistencia de una buena docencia, del desarrollo de una investigación pertinente (socialmente) y de una efectiva extensión (entendida como dialogo de saberes). Y la cuestión es que bajo el modelo actual, los profesores son el eje de estas tres dimensiones de la actividad académica, a la vez que se presenta una subordinación de los estudiantes en el proceso educativo y en el mismo gobierno universitario. Hoy abundan los profesores que enseñan a repetir, a los que les resulta indiferente el futuro del país, los que no disfrutan enseñar, los que se niegan a aprender, primordialmente estos, los que aman el aprendizaje, han desaparecido de los campus. Hoy, el pensamiento crítico llega a ser señalado por docentes mediocres, mientras se fomenta aquella educación bancaria de la que nos habló el pedagogo Paulo Freire. Puede ser fuerte escucharlo, pero la academia de hoy es decadente. Y se acompaña de una pirámide de poder burocrática.
Camilo Torres (sociólogo fundador de la Facultad de Sociología de la UN-Bogotá), a partir de una lectura crítica y estructural de nuestra sociedad, planteó que los estudiantes eramos (somos) un grupo privilegiado porque accedemos a la educación superior, mientras que la gran mayoría de la población apenas y termina la educación primaria y/o secundaria. Este planteamiento reitera la existencia de una profunda desigualdad social, que se fundamenta en lo que algunos llamarán lucha de clases, y que como planteamiento teórico continua igual de vigente que el pensamiento del que fue un consecuente revolucionario colombiano. Sin embargo, habría que agregar algo más: son “privilegiados” quienes habitan la universidad, pero allí mismo también hay mayores privilegios, élites de poder, burocracias, así de vigente es la lucha de clases, como la lucha en y desde la clases.
Tanto educadores como educandos somos parte fundamental del proceso educativo, y es por ello que es esencial retomar el diálogo como método de trabajo en las clases, la democracia como expresión de autonomía y la construcción de conocimiento como diálogo de saberes, con el pueblo y las comunidades, y no en el ensimismamiento al que casi siempre ha conducido el método cientifista. Paralelo a esto hay una élite burocrática que en casos obtiene un salario hasta mayor. Hay buen número de docentes que se están ganando grandes dineros, en ocasiones a punta del trabajo de estudiantes, y no bastando con esto, hasta existe aquella extraña especie de docentes que son conocidos como vacas sagradas, ¿en qué consistirá lo sagrado?
Es decadente ver reinar la burocracia en nuestros campus, pero este mismo escenario evidencia la necesidad de transformar la universidad existente, y avanzar en la construcción colectiva de un proyecto educativo popular, la organización y acción de los profesores, estudiantes y trabajadores universitarios es una labor ineludible y urgente, como agentes “autónomos e idóneos”, como comunidad universitaria viva.
Universidad Pública Resiste
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