Enrique Santos recuerda cuando la Federación Universitaria Nacional promovía huelgas nacionales.
Nunca antes -dicen- había presenciado Colombia protestas estudiantiles tan grandes y originales. Menuda sorpresa para quienes pensábamos que los universitarios estaban sumidos en un individualismo sin remedio.
Pero resurgieron con igual entusiasmo, menos violencia y mucho más humor que las que me tocaron a mí en los convulsionados 60 y 70, cuando zumbaban los cocteles molotov y ni por las curvas se veía un disfraz o un seno al aire. El universitario rebelde era símbolo de la juventud que se fajaba por un mundo mejor y se sentía vanguardia de una inatajable revolución social.
¿Hace cuánto, preguntaba Semana, no se colmaba la plaza de Bolívar de tantos jóvenes pacíficos? Pues hace 47 años Colombia presenció una formidable movilización estudiantil, tanto o más significativa que las últimas. La iniciaron una mañana de julio de 1964 alumnos de la Universidad Industrial de Santander (UIS), que caminaron quince días de Bucaramanga a Bogotá, para que le pararan bolas a la huelga que hacía semanas realizaban.
No fueron más de treinta los que emprendieron la marcha, con sus buzos blancos, corroscas y mochilas. Cuando llegaron a la capital, exhaustos, se habían convertido en una multitud de miles de personas que colmó la plaza de Bolívar. La imaginativa protesta de los universitarios de la UIS contra el autoritarismo del rector, José Francisco Villarreal, despertó una ola de simpatía que fue creciendo al paso de los caminantes por Santander, Boyacá y Cundinamarca. Al ingresar a Bogotá, la protesta estudiantil era un interminable desfile de inconformidad social.
Yo miraba desde mi oficina en EL TIEMPO ese tropel que venía por la 7a. rumbo a la plaza de Bolívar, y recuerdo el instante cuando, al pasar frente al periódico, el líder del movimiento, un formidable orador y dirigente estudiantil llamado Jaime Arenas Reyes, alzó el brazo y les grito a sus seguidores que continuaran la marcha, mientras él subía a explicarles a las directivas del diario las razones de la huelga.
Yo quedé tan desconcertado como contento. Lo normal era lluvia de piedra y consignas contra EL TIEMPO, lo que me causaba tremenda desazón, tratándose de muchachos de mi edad con cuyas protestas simpatizaba. En este caso, el diario había criticado los excesos del rector Villarreal, y el diálogo relámpago del líder estudiantil con los directivos (Roberto García-Peña y Abdón Espinosa, ambos santandereanos, como Arenas) no solo salvó al periódico de la inevitable pedrea, sino que reforzó su respaldo a la causa de los estudiantes.
La manifestación fue un éxito, el Gobierno echó para atrás las medidas y los estudiantes de la UIS regresaron victoriosos a Bucaramanga, donde fueron recibidos de manera apoteósica por 30.000 personas. El movimiento estudiantil confirmó en esa jornada la dimensión de su influencia política.
Ya la había mostrado la década anterior, cuando los universitarios fueron punta de lanza en el derrocamiento del régimen militar de Rojas Pinilla en 1957. Pero ya en los 60, durante el Frente Nacional, otras fueron las banderas: la revolución cubana, el maoísmo, el antiimperialismo, la guerra de Vietnam.
En 1964, yo estudiaba en la U. de los Andes y ya trabajaba en el periódico, cuyos ventanales, en "la mejor esquina de Colombia", eran blanco fijo de las marchas de estudiantes de la Libre y la Nacional hacia la plaza de Bolívar.
La universidad colombiana vivía una intensa agitación política, y la influyente Federación Universitaria Nacional (FUN), simpatizante del recién fundado Eln, promovía sistemáticas y resonantes huelgas.
En mayo de 1965, un hecho radicalizó aún más el movimiento estudiantil. Fue la muerte a golpes por la Policía de un alumno de la Tadeo, Jorge Enrique Useche, durante una protesta contra la invasión de marines a República Dominicana, que movilizó a más de 20.000 estudiantes en todo el país. Su muerte, en cuyo entierro simbólico en la U. Nacional habló el padre Camilo Torres, produjo otra protesta, que incluyó, por primera vez, a universidades conservadoras como la Javeriana y El Rosario. A los tres meses, Camilo murió en su primer combate en la guerrilla del Eln.
Una encerrona histórica
Yo compartía oficina en el periódico con el javeriano Daniel Samper Pizano y ambos, inquietos por lo que pasaba, propusimos publicar una página dedicada a temas universitarios. La idea fue bien acogida por las directivas, pero pronto se convirtió en motivo de fricciones, pues la 'Página Universitaria' (PU), que salía los miércoles, no pudo, ni quiso, sustraerse del radicalismo que brotaba del movimiento estudiantil. A los pocos meses de fundada, el director García-Peña decidió poner fin al audaz experimento juvenil: la página se había convertido en "un caballo de Troya del comunismo dentro de EL TIEMPO". El puntillazo vino tras una entrevista que publicamos al presidente del Consejo Superior Estudiantil de la U. Nacional, Armando Correa, quien hizo una abierta apología de la guerrilla, que reprodujimos textualmente. A los pocos días, Correa se incorporó al Eln, en cuyas filas murió meses después.
Antes de clausurarse, la PU protagonizó un insólito episodio, que denotó la virginidad política de sus directores y que casi termina en el linchamiento del candidato presidencial Carlos Lleras Restrepo en la Universidad Nacional. Engatusados por el presidente de la FUN, Julio César Cortés (estudiante de Medicina, luego fusilado en el Eln), patrocinamos en forma conjunta un encuentro del candidato Lleras con la juventud universitaria en el aula máxima de la Nacional. La UN era un hervidero revolucionario, pero hicimos caso omiso de las advertencias de la campaña de Lleras e insistimos en que sería inexplicable que el candidato del Frente Nacional no se atreviera a hablar en la primera universidad del país.
El día de la conferencia, todo pintaba bien: el aula máxima estaba repleta de eufóricos estudiantes que portaban pancartas a favor del candidato. A las 5 de la tarde, Carlos Lleras hizo su ingreso al atestado recinto y apenas subió al podio, tras una displicente presentación de Cortés, en el momento de iniciar su intervención se desencadenó la más inverosímil lluvia de huevos y naranjas, en medio de un ensordecedor coro de consignas contra Lleras y la oligarquía liberal-conservadora. Las pancartas que alababan al Frente Nacional se convirtieron por arte de magia en banderas rojinegras a favor de la lucha armada: de "Viva Lleras y el FN" a "¡Ni un paso atrás: liberación o muerte!".
De nada valieron las súplicas del rector, José Félix Patiño, para que se permitiera escuchar a Lleras. Fueron eternos minutos de angustia. Yo sentí que me consumía la vergüenza. ¿Cómo fuimos tan inocentes e irresponsables? Habíamos llevado a Lleras a una increíble encerrona, que hablaba tanto del refinado nivel de organización de la FUN como de nuestra ingenuidad de niños bien metidos en la boca del lobo.
La situación se deterioró peligrosamente. La enardecida masa estudiantil, aupada por líderes de la Juco (Juventud Comunista) y del Eln, comenzó a rodear la tarima, donde Lleras era protegido por su séquito de crecientes intentos de agresión física. Un estudiante mulato de Sociología, el 'Negro' Castillo, intentaba darle coscorrones en la calva al candidato, mientras este era empujado en medio de un cordón de sus seguidores hasta la decanatura de Derecho, donde logró refugiarse.
Ahí comenzó un largo sitio. Los acompañantes de Lleras se colocaron frente a la puerta de la decanatura para impedir que fuera derribada por el embravecido tumulto que pedía canjear a Lleras por presos de la guerrilla.
La tensión se prolongó dos horas, hasta que el presidente Guillermo León Valencia ordenó a la Guardia Presidencial rescatar al asediado candidato. Hacia las 7 de la noche, en medio de gritos marciales y repartiendo culata, unidades de la Guardia irrumpieron en la facultad de Derecho y se llevaron a Lleras. Detrás quedaron vidrios rotos, pupitres destrozados y varios estudiantes contusos. Entre ellos, el 'Negro' Castillo, al que alcancé a ver con el rostro ensangrentado tras recibir tremendo culatazo cuando pretendió oponerse al avance de los soldados.
Ese día también voló en pedazos la sagrada norma de la autonomía universitaria. El mito de que la universidad era territorio vedado para la Fuerza Pública desapareció tras esa asonada de junio de 1966 contra Lleras, quien no olvidó el amargo episodio. Luego, como presidente de la República (1966-1970), ordenó más de una vez el ingreso de la tropa a la universidad cuando las protestas se salían de madre. No hay fuero para el desafuero, fue su norma.
Pueblo unido o pueblo armado
Si una marcha como la de la UIS fue tan masiva como exitosa y pacífica, no puede decirse lo mismo de las que sacudieron al país en los años siguientes. El movimiento estudiantil vivía una politización extrema. La figura del Che, los movimientos de liberación nacional, la influencia intelectual del marxismo, la revolución cultural china y la oposición a la guerra de Vietnam movilizaban a jóvenes de todo el mundo.
La gran revuelta estudiantil de mayo del 68 en París fue el punto culminante de esa protesta generacional. Estudiaba entonces con una beca del gobierno alemán en la Universidad de Múnich, pero no logré acercarme al histórico acontecimiento. Francia había cerrado sus fronteras y prohibido el ingreso de estudiantes de otros países. Sobre todo de Alemania, de donde provenía uno de los líderes de la rebelión: Daniel Cohn-Bendit, sindicado de "provocador judío-alemán". La respuesta de miles de jóvenes parisinos fue desfilar con letreros que decían: "¡Somos todos judíos alemanes!". Luis Carlos Galán, quien pasaba por París, recibió bolillazos debajo de una mesa en un café del bulevar St. Michel. Fue una de las víctimas anónimas de la Revolución de Mayo.
Poco después participé, en Múnich, en una caótica marcha multitudinaria contra la guerra de Vietnam, y recuerdo la ambivalencia que sentía gritando "¡Ho, Ho, Ho-Chi Minh!", al lado de barbudos teutones empeñados en enfrentar en cada esquina a la Policía. Adiós a mi beca, pensaba, si caía en una redada como la que se desató al final.
De regreso a Colombia, estaban al rojo vivo las manifestaciones de los grupos de izquierda que se disputaban el liderazgo del movimiento estudiantil. Comunistas, trotskistas, 'elenos', maoístas del Epl o del Moir competían con ferocidad ideológica y antagónicas consignas. "Pueblo unido jamás será vencido", gritaban unos. "Pueblo armado jamás será aplastado", respondían otros. La pugna chino-soviética estaba en su apogeo y La Habana era el faro de la guerrilla latinoamericana.
Entre los líderes estudiantiles de entonces, tengo presentes a Moris Ackerman, de la Juco, y a Marcelo Torres, del Moir (Jaime Arenas fue 'ejecutado' en 1971 por el Eln), ambos fogosos oradores de las enfrentadas líneas de Moscú y Pekín. Cuarenta años después, Torres sigue en el Moir y en octubre fue elegido alcalde de Magangué. Habrá que ver cómo el maoísmo extirpa el perverso legado de la 'Gata'.
Manifestaciones tal vez comparables a las del presente se dieron a comienzos de los 70, aunque pesaba mucho más la política y nunca faltaban piedra, molotovs ni choques con la Fuerza Pública. Eran la euforia revolucionaria y la utopía ideológica, en búsqueda de la 'unión obrero-estudiantil-campesina' para el asalto al poder.
En medio del crónico debate en la universidad sobre lucha legal o armada, se produjo en Chile, en 1973, el golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende, el primer presidente socialista democráticamente elegido de América, lo que fortaleció el ala más radical del movimiento estudiantil.
Ya cada manifestación era choque violento cantado, y tengo presente un episodio singular, casi surrealista, tras una dura tanda de piedra contra EL TIEMPO, símbolo por excelencia del establecimiento. Molesto por la virulencia y vociferaciones contra el periódico ("¡Ahí están, esos son, los que venden la Nación!"), mi tío Hernando Santos, jefe de redacción, decidió bajar a la 7a. para discutir personalmente con los manifestantes. Acto más torpe que heroico. Se salvó de milagro. Apenas pisó la calle, entró en un pugilato del que fue milagrosamente rescatado por redactores del periódico. Qué épocas...
Las protestas del presente
Mirando las movilizaciones de hoy, es inevitable pensar en las de esos años, cuando la indignación se expresaba en consignas y métodos que las protestas de hoy procuran evitar.
Estas disponen, a diferencia de aquellas, de la más formidable arma imaginable: las redes sociales de la era digital. Bastante más poderosas que el panfleto mimeografiado de nuestra época.
La protesta de hoy es por eso global y simultánea. En cada país tiene motivos específicos, pero abundan coincidencias: rechazo a jerarquía o ideologías personales, a aberraciones económicas y corrupciones políticas que desvirtúan la noción de democracia, a un futuro de austeridad y desempleo...
En Estados Unidos, donde he vivido el último año, es notoria la amarga decepción con el sistema político. Poco antes de que fuera desalojada por la Policía, logré visitar la sede simbólica del movimiento 'Ocupar Wall Street' en el parque Zuccotti, de Nueva York. Se respiraba un ambiente casi irreal, entre anárquico, rabioso y festivo, en medio de centenares de carpas, incesantes tambores, cordones de hostiles policías, fervorosos oradores espontáneos de todos los pelambres y decenas de pancartas que rezaban: "¡Somos el 99%!", "Los banqueros nos robaron el futuro", "Otro mundo es posible". Había ingenuidad, pero también convicción y compromiso, en una muestra de inconformidad que allí, y en todo lado, trasciende esquemas de derecha e izquierda.
A los jóvenes que hoy se movilizan en Bogotá o en Santiago, en Madrid, Londres o El Cairo, parece unirlos una toma de conciencia común sobre las desigualdades del planeta y la ineficacia de las instituciones políticas para mejorar las cosas. Están cada vez más conectados, cortesía de la era digital, con mayor capacidad de intercambiar experiencias y de aprender los unos de los otros. Y, por lo visto, con iguales ganas de marchar y marchar.
Sin saber bien hasta dónde llegar, ni qué hay después, más allá de la rabia, la indignación y de sentirse muchos y muy motivados. Pero mientras el mundo siga como va, con sus inequidades crecientes, que sigan marchando. Si tuviera 20 años...
ENRIQUE SANTOS CALDERÓN
Especial para EL TIEMPO
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