miércoles, 12 de octubre de 2011

Reforma a la ley 30: ¿Universidad pública de garaje?


ANTONIO MORALES RIVEIRA
Más de una vez las principales avenidas de Bogotá y de muchas ciudades del país se han visto ocupadas por miles jóvenes y profesores. No menos de 250.000 estudiantes y maestros de colegios y universidades de la enseñanza pública, han protestado de esta manera contra la reforma a la ley 30. Aun hoy y a pesar de las decisiones aparentes del gobierno de Santos en el sentido de no entregarle el futuro de la educación superior al “perratizante” sector privado para hacer de la U pública una longaniza de universidades de garaje, esa reforma a la ley 30 amenaza con volver neoliberal negocio la educación superior estatal, y abrir el camino de cráteres hacia la privatización de la educación superior.
Nada está ganado. Hay que seguir guarachando, como dice la salsa, es decir no detener ni la reflexión, ni la protesta, ni la movilización. Los interesados en volver el saber negocio y tercerizar el conocimiento, buscarán las fórmulas y los caminos chuecos, para de todas maneras imponer la reforma y entregarle a sectores privados lo que puedan. Lo que les dejemos hacer. Por eso, cada marcha, cada voz puede equivaler a una dosis menos en la privatización, a un palo en la rueda de la financiación privada.
El movimiento estudiantil ha crecido y el país asiste al desfile. Los estudiantes de las universidades que tradicionalmente protestaban de manera violenta, muestran una organización y un control que resiste generalmente a las provocaciones de la policía antimotines. Ya no se trata de las tradicionales pedreas en los campus universitarios, de las bombas de pólvora “papa” y las molotov. Los jóvenes se están tomando las calles, desfilan en medio de un variopinto carnaval, disfrazados, utilizando los más variados recursos festivos, desde la música hasta la pantomima. Y lo más novedoso, protestan contra un gobierno, por motivos específicos que les tocan directo al corazón, como la latente privatización de la educación pública.
Las marchas se repiten, el gobierno (como le ocurrió en su momento al régimen predictatorial de Uribe) se da cuenta que aquello es nuevo y contundente. En efecto, la dinámica continúa y los universitarios profesores y colegiales no cejan en su empeño de aprovechar el movimiento para expandirlo e ir por otras conquistas, aun si la llegada de las vacaciones de fin de año es inminente.
Si bien la calle no ha gobernado, el campanazo está dado. Los jóvenes se han convertido en un nuevo peso en la balanza y un peso que aumenta en la medida en que el movimiento es la base actual de su propia progresión hacia el futuro. Cuando se creía que la juventud estaba despolitizada y ajena a los problemas del país, esta da la sorpresa, se moviliza, protesta y sabe por qué lo hace. Y no solo los jóvenes de las universidades públicas; hasta las privadas aportan su cuota de corriente, de ola para consolidar el combo que se opone al egoísmo visceral de los negociantes.
Es la lucha generosa de los jóvenes de los sectores populares de estratos dos y tres que son la mayoría de los estudiantes, frente a la minoría poderosa de una educación privada elitista y excluyente. Son esa masa futura de colombianos que se convertirán muy pronto en una generación de recambio, que va a nutrir y a ampliar la democracia y que seguramente en poco tiempo tomará decisiones políticas de carácter nacional, que bien probablemente detengan el proyecto del egoísmo en el poder. Son jóvenes que contestan el unanimismo, el fracaso ético y social, y a los manejos de la opinión.
¿Empiezan los jóvenes a pensar libremente y en consecuencia a actuar movidos por la conciencia, por los derechos colectivos y se alejan del marcado individualismo mafioso del poder en Colombia y de los egoísmos propios de una sociedad en crisis donde cada cual hala para su lado? “Sí sabemos por qué salimos a protestar. Estamos en contra de la reforma a la ley 30, tenemos propuestas y soluciones que no pasan por el financiación para el negocio o el negociado”.
Es claro que el nuevo movimiento estudiantil se ubica en la oposición pero milita dentro de sí mismo, sin mostrar disposiciones específicas en el espectro de la política nacional, aun si sus batallas coinciden con las de la izquierda. Quizás en un principio fueron las fuerzas de izquierda las que lanzaron el movimiento, pero este ha sido tan amplio que abarca más una nueva cultura de lo generacional, con intereses específicos y puntuales y no grandes proyectos de cambio de la sociedad. Los jóvenes con sus marchas han puesto pues a Colombia en una inesperada modernidad, más allá de los dinosaurios de la derecha y de la izquierda.
Y esa modernidad no solo se ha expresado de una manera política, sino cultural, en el sentido antropológico del término. Basta ver las marchas para entender que estos adolescentes de los colegios de bachillerato y estos jóvenes de la U pública, viven en la hipermodernidad mental, se conectan a expresiones mundiales en los gestos, la apariencia, la expresión. Están comunicados en el ciber espacio, globalizados en el sentido ecuménico del término y no en el mercantilista, pero al mismo tiempo son profundamente latinoamericanos, herederos de luchas y de etnias, anfibios-culturales. E igualmente, en tanto que estudiantes de la universidad pública, universales y nacionales, parte de esa masa amplia de la nacionalidad multirracial y pluricultural, a diferencia de la universidad privada, blanca, clasista y eternamente en el poder.
Por primera vez, después de un letargo de 20 años, los estudiantes se alzan montados sobre su historia, para cambiarla, y de ello es prueba la condición no violenta de estas protestas. Y es un llamado a la paz y a la solución negociada del conflicto social y armado en este país.
Los jóvenes parecen haber roto la inercia de la despolitización de la sociedad que actúa y vota en pasivo rebaño conducido por los medios de comunicación. Ojalá esas voces se conviertan en votos que cambien la correlación de fuerzas frente a un uribismo aun vivo y que se siente intocable y en pleno ejercicio de todas sus fuerzas, legítimas o no. La apatía parece ser desplazada por la alegría juvenil en torno a su derecho a la educación pública. De seguir así las cosas, llegará un momento en que el gobierno no podrá seguir sordo a los ruidos de la calle y ni el temido Esmad podrá controlar con violencia la no violencia de la inteligencia.
Radicado el 3 de octubre el proyecto de reforma a la ley 30, queda claro que dentro del articulado los elementos y micos propios de la privatización de la universidad pública y del lucro y del negocio privado, no fueron borrados sino “encaletados”.
Por eso nada más sensato ahora que la lucha sigue, que la calle se convierta en idea, determinación y destino, para que entiendan que la Educación, toda, es un derecho constitucional antes que un servicio o un negocio.

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