jueves, 1 de septiembre de 2011

Chile. Educación para el lucro



Chile despierta después de treinta años de sueño y una nueva generación, que no vivió los terrores del pinochetismo, se atreve a enfrentar a los temibles carabineros –no para construir el socialismo sino sólo para exigir la democratización de la educación, con la revolucionaria exigencia de que la educación no sea tratada como mercancía–. Las protestas se están extendiendo y ya abarcan otros grupos sociales y otras exigencias, como la derogación de la Constitución de Pinochet, que aún encorseta a la democracia chilena. Los disturbios que se están produciendo en Chile empezaron hace mucho con las revueltas de los "pingüinos" y suscitan la atención por su carácter pacífico y la brutalidad con que se las reprime. "¡Que vivan los estudiantes!", cantaba Violeta Parra hace 45 años.
¿Es la educación un derecho básico de la población o, por el contrario, es una mercancía como un electrodoméstico, que compra sólo quien lo puede pagar? Ése es el primer cuestionamiento que hace la juventud chilena y ese cuestionamiento no está muy lejos de algunas discusiones que se plantearon en nuestro país en el apogeo del neoliberalismo menemista.
¿Qué es un derecho humano? Los organismos de las Naciones Unidas lo definen pero rara vez logran cumplir con su satisfacción, porque el mundo está lleno de regímenes que ignoran el concepto o lo desdeñan.
Entre nosotros, el término se asocia con una referencia al derecho a la vida y a la condena de la tortura y la "desaparición forzada" de personas. Pero esa asociación a veces nos impide ver muchos otros derechos: el del acceso al agua, a la salud, a la educación…
Todo eso cuesta dinero y Sebastián Piñera dice: "Alguien lo tiene que pagar". Es cierto, pero los servicios son sociales y no individuales, por lo tanto la sociedad debe ser quien pague, cada cual según sus posibilidades. Piñera lo reconoció explícitamente en una frase que se citó menos que la anterior pero que es aún mucho más sincera y explícita: "¿Cuál es el objeto de que todos reciban la misma educación, para colmo si es gratuita?". Él no responde a esa pregunta, pero la respuesta es obvia: perpetuar la desigualdad –justamente en una sociedad como la chilena, cuyo valeroso intento de construir una sociedad solidaria fue ahogado en sangre–. La sociedad que aspiraba a esa igualdad ha cambiado tanto en una generación que ahora elige, aún bajo reglas fijadas por el pinochetismo, a quien procura perpetuar todo aquello que la pocas veces recordada Unidad Popular de 1971 quiso cambiar pacíficamente. Se ha reivindicado la figura de Salvador Allende, pero sus propósitos aún son tabú.
El que no trabaja, ¿no come? El que debe buscar su comida en los tachos de basura, ¿roba? No son preguntas irónicas: en un sistema como el dominante neoliberal no hay nada que no sea una mercancía. Se llegó al extremo de hacer del aire mismo una mercancía, cuando en Tokio la contaminación atmosférica llegó al extremo en el que muchos debían detenerse cada tanto a respirar aire limpio con máscaras. Más cerca de nosotros, alguien también pretendió que la basura le pertenecía y entabló una especie de guerra contra los cartoneros.
Se trata de una cuestión de vida o muerte, de modo totalmente literal: derechos humanos básicos vs. mercado. Dinero o muerte.
Hay lugares en el mundo donde esto se toma tan literalmente que nadie –ni las tropas de la OTAN– puede hacer nada; a los señores de la guerra en muchos países les importa poco o nada la vida de sus conciudadanos. Por nuestra zona, no hemos llegado a tanto.
Sin embargo, el individualismo extremo, directamente el egoísmo, que según el maestro de Adam Smith era la base del bienestar común, está conduciendo al mundo a su autodestrucción, como lo demuestran las crisis de todos los regímenes neoliberales. Reagan bajó los impuestos a los más ricos: un ciudadano común paga 36% de impuestos a las Ganancias; un ultramillonario, un 17%. Hay algunos de éstos que empiezan a escandalizarse de lo poco que deben pagar ellos mismos. Esto muestra el carácter regresivo, antihumanista, mentiroso y egoísta del sistema neoliberal. Y demuestra que ese sistema conduce al desastre, pasando antes por el fascismo, como lo está demostrando el Tea Party y el avance de la extrema derecha en Europa.
¿Qué enseña la escuela paga, mercantilista y diferenciada a sus alumnos, sin decirlo? Se trata de perpetuar ese modelo egoísta. Destruir todo resto de solidaridad. Jugar con el bienestar de los demás. Juntar mucho más dinero del que se puede gastar jamás. Asfixiar a la sociedad en beneficio de una quimera egoísta –en franca oposición a las tesis de Adam Smith y todos los "Chicago Boys" del mundo–. Adorar al único dios verdadero de un sistema inhumano: el dinero.

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