Ya más de dos meses llevan los estudiantes chilenos en una movilización que lejos de perder sus bríos, sigue acumulando fuerza y sumando a más actores, al punto que bien puede ocasionar una crisis que finalmente fuerce a buscar un nuevo orden constitucional en el país.
¿Cuánto aprende uno de sus estudiantes? Como profesor que he sido ya por treinta años aquí en Canadá, bien puedo decir que mucho. En efecto, eso es algo que cualquiera en una posición de educador y que sea un real y agudo observador podrá corroborar: dado que la educación es un proceso de interacción, dialéctico por definición, así como el maestro imparte conocimientos y transfiere a sus alumnos algunas habilidades que se consideran valiosas, como el pensamiento crítico por ejemplo, a su vez él aprende de cómo sus educandos reaccionan frente a determinados contenidos, de cómo ellos los asimilan o rechazan, pero por sobre todo, de cómo una nueva generación va instrumentalizando y poniendo en práctica aquello que aprende. Esto por lo demás que veo con mis estudiantes que tienen edades entre 17 y 20 años, creo que vale también para colegas que trabajan con estudiantes más jóvenes, incluso con niños. Y en esto me refiero no sólo a lo que se aprende en la sala de clases, sino también—y en algunos casos mayoritariamente—de lo que se va aprendiendo de las propias experiencias vitales de ambos, maestros y discípulos.
Los recientes hechos en Chile, vistos desde aquí con mi metafórico telescopio, no dejan por un lado de sorprender aunque por otro reafirman lo que acabo de decir, con un agregado: no sólo el accionar de esos jóvenes estos días deben haber hecho aprender muchas cosas a sus maestros, sino también a sus padres, a muchos de la clase política, y por último a la sociedad chilena en su conjunto.
Alguien me comentaba hace unos días con cierto escepticismo, “sí pero esa misma sociedad que vive toda esa efervescencia después va y vota por la derecha” y agregaba, “¿y cómo que después de todo este tiempo la gente en Chile no se da cuenta que vive bajo una constitución fascista?” y terminaba con cierta amargura dando a entender—de manera más bien negativa—su visión poco esperanzadora que de todo esto salga algo nuevo.
Sin embargo, y aun poniéndome en el caso más negativo que la presente movilización no alcanzara sus objetivos mayores, cosa que dudo, tengo en este sentido una visión más bien optimista de sus posibilidades, lo obrado hasta ahora por esta masiva demostración de indignación y protesta habría tenido un enorme valor, y si me preguntan en qué sentido, yo diría que tiene un enorme valor educativo.
En efecto, si uno se hubiera puesto a gritar en medio de la Alameda en Santiago o en cualquier otro sitio hace unos meses: “¡Chile tiene una constitución fascista! (o al menos heredada de un régimen fascista”) muy pocos hubieran puesto atención. Algunos se hubieran encogido de hombros y dicho: “sí, ya lo sabemos ¿y qué?” otros simplemente hubieran ignorado al manifestante.
He aquí que entonces se produce la movilización estudiantil, con demandas más o menos conocidas: mejoramientos en la educación, más recursos, fin a la municipalización, fin al lucro, y súbitamente esto va tomando más cuerpo e incorporando a más actores. Volviendo al ejemplo anterior, si alguien se pone a gritar que la constitución es un legado del fascismo, la mayoría de los transeúntes no serán mayormente conmovidos por ese hecho. La constitución (¿cuánta gente siquiera la conoce?) es una noción abstracta, alejada de las inquietudes cotidianas de la gente. En otras palabras, no los toca, sino muy indirectamente y no muy visiblemente.
En cambio cuando se plantea la necesidad de cambios en la educación, y cuando esta necesidad se hace patente al punto que ni siquiera el propio presidente de la república desconoce que hay que hacer cambios, entonces la población entra a preguntarse: bueno ¿y si hay que hacer cambios por qué no se hacen? Entonces surge el problema de que la presente institucionalidad del país no lo permite, no sólo las leyes, sino la constitución misma. La constitución es un escollo. Y súbitamente no sólo son los estudiantes y los profesores los que están pidiendo el cambio, sino también los padres y apoderados de los estudiantes (cosa inusual, todo aquel que haya participado en huelgas estudiantiles en el pasado, y yo era uno de ellos por allá por los años 60, recordará que incluso en hogares con padres progresistas a veces era complicado explicar la pérdida de clases, los padres al final—y no sin razón—no querían que sus hijos fueran a sufrir deterioro en su educación, mucho menos perder el año). Ahora las amenazas del gobierno o de algunos alcaldes de que se va a cerrar el año escolar no han asustado a nadie: lo que está en juego es mucho más importante que la pérdida de un año, es el futuro mismo de la educación de cada uno de los muchachos y muchachas que en estos momentos está en la calle, alejado de la sala de clases, pero no por ello dejando de aprender y de enseñar.
Así de manera inesperada los estudiantes le han enseñado a toda una sociedad que al final si se ha de cambiar el actual modelo educativo en Chile, este cambio, para ser efectivo, tiene que ser profundo y para ello tiene que haber un cambio constitucional. De pronto el tema de una nueva constitución, hasta ahora limitado a foros de expertos y políticos de ideas radicalizadas, ha sido puesto en el tapete y si se lo sigue empujando, no podrá ser eludido por el propio gobierno, la clase política y hasta la propia derecha, si es que no quiere que el país se torne efectivamente ingobernable. Y todo esto ha ocurrido a partir de una movilización masiva de estudiantes.
¿Dónde estaba la clase política en esto? Si por clase política se entiende a la variada gama de dirigentes y actores políticos tanto en las esferas de gobierno como del parlamento, uno tendrá que reconocer que hasta el momento sus integrantes (con algunas pocas excepciones, para ser justos) han sido incapaces de sintonizar con el momento político. El presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, llamó a los sectores opositores de esa clase política “inútiles subversivos” y aunque la expresión causó indignación en algunos, no deja de tener algo de verdad, no en lo de “subversivos” porque muchos en la izquierda hace ya tiempo que se han incorporado al establishment, sino más bien en lo de “inútiles” porque muchos de ellos todavía no saben qué hacer respecto del actual movimiento estudiantil, algunos—los más temerosos de que de todo esto surja un nuevo liderazgo que les arrebate sus posiciones—incluso deben hasta andar buscando una manera de “apagar este incendio social”, por cierto no veo a ninguno de esos próceres de la oposición en ningún rol ni directivo, ni siquiera inspirador de este proceso. Y es bueno que así sea porque de alguna manera ello significa a su vez separar aguas con un modo de hacer política que se demostró ineficaz y que lamentablemente no nos llevó a parte alguna.
El liderazgo que muestran Camila Vallejo de la FECH, Giorgio Jackson de la FEUC, o Freddy Fuentes de los estudiantes secundarios, y me disculpo si omito a algunos porque aquí a la distancia son los nombres que han aparecido incluso en la prensa local, es además un indicador muy interesante de un real cambio generacional, de la irrupción en la arena política de gente que viene sin las ataduras ni los “atados” que han afectado a generaciones anteriores. Nótese que tampoco quiero hacer de esto un asunto generacional, yo mismo soy un veterano de las luchas estudiantiles de los años 60 lo que da una idea de mi edad y sin embargo me siento plenamente identificado con estos muchachos y no sólo ahora, sino también con la chica que hace unos años empapó con un jarro de agua a la entonces ministra de educación del gobierno concertacionista, porque este tema de la educación se viene arrastrando desde hace tiempo. El asunto no es pues generacional y por favor no se vaya a creer que todos los viejos que alguna vez estuvimos en las calles como los muchachos de hoy, estamos gagá o derechamente entregados a descansar en el acomodamiento que fue la transición pactada. No es asunto generacional, de eso estoy seguro, pero evidentemente que también es necesario cambiar de métodos y posiblemente de protagonistas, porque aquellos que han ocupado el escenario hasta este momento ya nos tienen aburridos con su sainete repetitivo.
Por cierto, como todo fenómeno social, este proceso de las movilizaciones estudiantiles en Chile no ha estado exento de aspectos controvertidos que en todo caso es bueno abordar de manera franca y honesta. Mientras el liderazgo de gente como Camila Vallejo ha de resaltarse, al mismo tiempo hay que admitir que la polémica declaración de Jaime Gajardo, presidente del Colegio de Profesores en que aludió al carácter de judío del Ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter fue una soberana estupidez. Contrastó aquí el buen manejo de los dirigentes estudiantiles con el descriterio mostrado por Gajardo, quien a decir verdad vino a subrayar con ese exabrupto que es el eslabón débil en el conjunto de dirigentes y voceros de este importante proceso. A la distancia a uno le saltan dudas incluso si Gajardo estaba bien en sus cabales cuando dijo lo que dijo o si a lo mejor había tomado algún trago de más (algunos solían decir que una copa de vino ayudaba a contrarrestar los efectos de las lacrimógenas, pero—habiéndolo constatado ya en ese tiempo—creo que se trata de una leyenda urbana). Sea como sea, con su desafortunado exabrupto el presidente del Colegio de Profesores terminó ayudando al gobierno, a la derecha y al propio ministro Hinzpeter. Fue lo que se llama dispararse en el pie. Obviamente a Hinzpeter hay que criticarlo en su desempeño como Ministro del Interior y no por su condición de judío, pues en esa represión ordenada por él ¿cuántos de los muchachos y muchachas apaleados ese día han sido también judíos? Después de todo, esa es una comunidad bien incorporada al quehacer social y político de Chile por más de un siglo. Gajardo debió haberlo pensado antes de lanzar su inoportuno y divisivo exabrupto. Por lo demás—y en esto expreso lo que me parece mi propia percepción por lo visto en las pantallas televisivas—este personaje muestra un desmedido afán de aparecer en cuanta cámara o hablar ante cuanto micrófono se le pone por delante. Si Gajardo se acuerda de sus tiempos cuando ha hecho clases bien le vale recordar lo que decía al comienzo de esta nota: cuánto el profesor también aprende de los estudiantes. En este caso, antes de tratar de abrirse a codazos para ponerse al lado de los líderes estudiantiles, mi colega Gajardo, ya que me imagino que alguna vez él habrá hecho clases, debería estar más atento a lo que dicen esos líderes y aprender de ellos.
El otro tema controvertido en todo esto es el de la violencia que se ha visto en la mayor parte de las manifestaciones estudiantiles ¿es ella algo que ayuda o perjudica al movimiento? ¿es ella inevitable? ¿es ella causada por elementos ajenos al estudiantado, incluso agentes provocadores infiltrados por la propia policía como se ha denunciando, o es ella, al menos en parte, producto de la frustración acumulada por años en muchos sectores de la sociedad chilena?
Hace algún tiempo en una previa columna desarrollé este tema recalcando que una manifestación callejera es al fin de cuentas un medio de comunicación, esto es una instancia en que se va a tener la atención de la ciudadanía y en la cual se pasará un mensaje. Como toda forma de comunicación, lo importante es que ella sea efectiva en traspasar ese mensaje. Por efectividad se entiende que el receptor del mensaje primero esté dispuesto a escucharlo, luego que en lo posible lo acepte y responda con un cierto grado de simpatía o apoyo, y por último—idealmente—que se sume de palabra o de hecho al contenido de ese mensaje.
Los estudiantes en esta oportunidad, al ensayar nuevas formas de manifestarse (disfrazados, presentando alegorías humorísticas, dando fin a sus mítines con actos artísticos) captaron muy bien esa necesidad de mandar un mensaje de manera efectiva, original y que despierte la simpatía del público. Más aun si se tiene en cuenta que los medios de comunicación de masas en general no muestran gran simpatía por los estudiantes.
Por lo demás si se acepta la premisa de Marshall McLuhan de que “el medio es el mensaje” es a todas luces evidente que un desfile relativamente ordenado, con discursos concisos y bien articulados, que por su dosis de ironía y humor además entretiene, tiene muchas más posibilidades de ser bien recibido por el público y de motivar su adhesión, que uno marcado por un clima de carreras sorpresivas, bombas lacrimógenas, embotellamientos de tránsito y actos de vandalismo. Lo que de inmediato lleva a la “pregunta del millón”: ¿a quién le conviene más que haya violencia en las movilizaciones estudiantiles? Obviamente no a los estudiantes. Al menos no en su proyección estratégica. Pero desafortunadamente el tema es un poco más complejo.
Señalaba anteriormente que una manifestación callejera es esencialmente un medio de comunicación, una instancia para transmitir un mensaje. Al revés de una instancia comunicativa más convencional sin embargo, la manifestación callejera es por lo general una acción menos estructurada, sus actores (los manifestantes), más susceptibles de dejarse llevar a veces por motivaciones circunstanciales que pueden hacerlos “salirse del libreto”. No cabe dudas, en las manifestaciones hay también aparte del aspecto comunicacional, un aspecto psicológico, una posibilidad de dar rienda suelta a un desahogo explicable y a veces proporcional a la rabia que el propio contexto social ha creado (en este caso todo el ignominioso estado de la educación chilena). Ello puede explicar—aunque no justificar—el hecho que en efecto, algunos de quienes desatan las acciones de violencia lo hacen como expresión de un desahogo. La adrenalina estimulada en estos jóvenes sirve bien a su vez al propósito de otros: los agentes provocadores, que han sido abundantemente documentados en las redes sociales, infiltrados de carabineros o de la policía de investigaciones, de apariencia joven y que son utilizados para provocar o incitar a la provocación de incidentes que luego justifiquen la acción represiva. Otros posibles causantes de estas acciones son simplemente elemento lumpen (algunos a su vez estudiantes) que ven en estas acciones la posibilidad de cometer delitos como el saqueo de tiendas por ejemplo. Por último, está también la motivación destructiva de grupos que en teoría asumen un discurso izquierdista, ultraizquierdista o anarquista, pero que en el fondo denotan con su arrolladora obsesión por la acción, más una conducta inspirada en las películas de Rambo que en el pensamiento de los clásicos del anarquismo o de otros movimientos radicales. Aunque puedan estar motivados de buena fe, al mismo tiempo están aguijoneados por profunda rabia (para ellos todos son “chanchos burgueses”, desde quienes van o vienen de sus trabajos a bordo de buses y quedan atascados en los embotellamientos que causan el corte de calles, hasta objetos como semáforos y bancos de parques) estos exponentes de la indignación en última instancia no contribuyen a hacer conciencia al resto de la población sobre el tema educacional o cualquier otro. Lamentablemente su presencia es un subproducto del presente contexto social, del propio estado de le educación y de un modelo económico que ha “lumpenizado” a vastos sectores de la población o los ha sumido en tal estado de impotencia que sólo pueden reaccionar de modo irracional.
En principio los organizadores de las movilizaciones no pueden ser sindicados como responsables de desmanes efectuados por esta gente e intentar hacerlo, como lo ha hecho el alcalde de Santiago en más de una ocasión, es absurdo. Simplemente se trata de una marejada de gente que no es fácil controlar, aun cuando según se veía en las pantallas televisivas, ha habido esfuerzos de parte de grupos de estudiantes que tienen más claro sus objetivos, de tratar de parar la realización de desmanes.
Por lo demás a veces también saltan sospechas de por qué la policía pareciera dejar actuar a algunos grupos. Se vio este martes cuando pese a estar a poca distancia, los carabineros tardaron bastante antes de llegar a un edificio de departamentos que inexplicablemente estaba siendo atacado por algunos de esos elementos que pueden ser lumpen, agentes provocadores o simplemente muchachos que adhieren a una vaga visión de izquierda, pero dominados más por la rabia y el afán destructivo que por una clara conciencia política.
En este aspecto, el de la seguridad en sus manifestaciones y el de evitar caer en provocaciones, la organización de la movilización estudiantil tiene aun que mejorar, entendiendo que en todo caso si respondemos la anterior “pregunta del millón” es evidente que proyectar una imagen de caos en la ciudad, favorece en este instante a las fuerzas derechistas y al gobierno. Aun más, en la medida que el apoyo a las demandas de los estudiantes se amplifica y por ende se debilita la posición del gobierno, la derecha intentará cualquier cosa con tal de desacreditar la causa del movimiento estudiantil, por lo que es importante estar muy vigilantes.
Al final, haciendo un balance preliminar, no tengo sino que reafirmar mis primeras aseveraciones: los estudiantes nos han enseñado a todos estos días, incluso a los que estamos lejos; por cierto en lo que es también un proceso de aprendizaje para ellos mismos, proceso que junto con cristalizar sus logros y éxitos, debe hacerlos reparar también sus errores. Lo que no me cabe duda que sabrán hacer.
No por nada Violeta Parra les cantó con admiración: “Que vivan los estudiantes,/ Jardín de nuestra alegría, / Son aves que no se asustan / De animal ni policía…” (Violeta Parra,
Me gustan los estudiantes), y otro de nuestros cantautores Osvaldo “Gitano” Rodríguez exhortaba: “A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo / demostrar que pues vivimos y anunciamos algo nuevo…” (Osvaldo Rodríguez, Marcha de los estudiantes)
Y si indagamos aun más atrás encontramos estos versos de otra canción emblemática: “Adelante confiados y alegres / con el alma de escudo y pendón; / la sonrisa entre los labios / es el gesto vencedor…” (Gustavo Campaña y Javier Rengifo, Los estudiantes pasan).
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