Hace poco, en una conferencia sobre economía, un alto directivo del sector financiero ponía a Chile como ejemplo de tranquilidad política, cuando se trataba de defender la tesis de que era más eficiente bajar pobreza que tratar de reducir desigualdad. Es cierto que en ese país la pobreza descendió en 20 años del 40 al 13 por ciento, pero sigue siendo uno de los países más inequitativos de América Latina, un poco menos que Colombia, el rey de la desigualdad.
Esa tesis no solo está en entredicho sino que Chile está prendido y su Presidente, contra las cuerdas. No solo sorprendió el orgullo con el que este se identificó con el neoliberalismo, que para algunos defiende esa postura, sino por su ignorancia sobre lo que pasa en términos de orden público y de gobernabilidad en el resto del continente. Típico de Colombia, seguimos mirándonos fijamente el ombligo.
Todavía en nuestro país, y sin duda en Chile, hay sectores de opinión que defienden a Pinochet porque impuso el modelo de la primacía del mercado y aducen que, gracias a que ese modelo se mantuvo en esencia, hoy ese país austral es un líder en términos de crecimiento en América Latina.
Algo de eso es verdad, pero no puede ignorarse que desde que llegó la democracia, en 1990, se empezó un viraje lento pero seguro hacia un desarrollo más preocupado por la gente y su situación. Muchas de esas políticas permitieron la reducción tan significativa de la pobreza, pero, como lo reconocen sus mejores analistas, en esos años se les dio mucho a los pobres pero los ricos recibieron más.
Cuando vuelve la derecha y se acaban los gobiernos de la Concertación, el presidente Piñera ha llegado a un nivel de aprobación más bajo que el que obtuvo en su momento Pinochet, 31 por ciento, y Santiago, su capital, vive lo que EL TIEMPO califica de "efervescencia social y de protesta ciudadana, encabezado por sectores estudiantiles que tienen en vilo al gobierno (...)
Esta situación preocupante deben analizarla seriamente el gobierno de Juan Manuel Santos, muy empeñado en bajar pobreza, pero que poco habla de desigualdad, y esta élite financiera que cree que Colombia encontró el camino de la felicidad.
Dos lecciones, para empezar: si se mejora a los pobres pero los ricos ganan más, se siembra la semilla de la inconformidad entre una población mejor preparada y menos resignada, que identifica claramente las diferencias sociales y económicas y no las acepta. Segunda, la "rebelión chilena" la empiezan los estudiantes por las razones que se quieren proponer en Colombia: el debilitamiento de la educación pública y la entrada del sector privado a crear universidades con ánimo de lucro.
Es decir, Chile protesta por lo que después de los años se considera una experiencia negativa, mientras Colombia la propone.
Una sociedad que vio que la educación universitaria no era privilegio de ricos se enfrenta ahora, por el modelo privatizador, a un endeudamiento por el que no puede responder. O sea, no basta con aumentar la financiación para pagar las altas matrículas de universidades privadas.
Ni siquiera la promesa de becas los ha calmado, quieren nuevamente que el Estado fortalezca la universidad y la educación pública porque la identifican correctamente como elemento fundamental para la equidad. Ministra Campo, no cometa el grave error de ignorar lo que pasa en Chile. Sería imperdonable.
Quien lidera esta rebelión es una mujer, con los requisitos de una sociedad machista, es bella, y los de una sociedad moderna, es brillante, con claro liderazgo y, como dicen en Chile, muy articulada. Se trata de Camila Vallejo, presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Ojo, señores, las mujeres tienen las botas puestas y Colombia está llena de mujeres inteligentes, así ustedes lo traten de ignorar y las frenen.
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