Hernán Montecinos
Soy de la generación de la décadas del 50-60, que completé mis estudios de enseñanza básica, media y superior (en ese entonces, primaria, secundaria y universitaria), bajo los sucesivos gobiernos de Carlos Ibañez del Campo, Jorge Alessandri Rodríguez y Eduardo Frei Montalva. En los 17 años que duró mi educación jamás nunca pagué un peso de arancel, por la sencilla razón que acudí a establecimientos educacionales públicos de enseñanza gratuitos en todos sus niveles. Si mal no recuerdo, sólo pagaba un derecho por matricula, pero bajo un valor más bien simbólico que efectivo. Nunca supe de pagar una mensualidad como se exige ahora, y eso que no me encontraba viviendo en un país comunista o socialista. Así y todo, eran tiempos en que todos éramos estudiantes y no como ahora que han dejado de ser tales para convertirse en meros clientes de consorcios educacionales privados que obtienen pingues negocios que les ofrece un cada vez mayor mercado de nuevos clientes. Muy orgulloso de nuestros colegios y universidades públicas de antaño, educados por una camada de profesores de excelencia con verdadera vocación pedagógica, formados en las prestigiosas escuelas normales e institutos pedagógicos respectivamente.
Por eso no puedo dejar de tener rabia cuando observo la triste realidad de los estudiantes-clientes de hoy, todos ellos obligados a endeudar a sus padres para acceder a la enseñanza básica y media, y endeudarse ellos mismos (enseñanza superior) para poder sacar un cartón que, por una parte, muchas veces de poco o nada le sirven, y por otra, pasar a formar parte de un ejército conformado por ilustres cesantes (ejército de reserva a que aludía Carlos Marx). Y más rabia me da cuando pienso que en la época en que la enseñanza pública era gratuita Chile era un país pobre y subdesarrollado, en cambio, ahora siendo un país más rico y cuando la elite gobernante se pavonea por los foros internacionales presumiendo estar saliendo del subdesarrollo, ad portas de entrar al exclusivo club de los países desarrollados, los estudiantes-clientes tienen que endeudarse hasta el cogote .en favor de los que usufructúan del lucro, un reducido grupo de mercachifles y mercaderes, que de negocios y especulación pueden saber mucho, pero de educación apenas si saben que es una palabra que se escribe sin la letra Hache (H).
Ahora bien, Piñera, en discurso por cadena nacional anunció una supuesta nueva revolución (¿) en la educación chilena. Ya sabemos que, poco antes, la Concertación había pretendido hacernos creer (según sus pregoneros) que se había efectuado una monumental revolución en la educación con la transformación de la LOCE en la LGE que, a la postre, significó una pura cosmética, dejando a sus estructuras basales ahí donde mismo. Piñera, para no ser menos tenía que anunciar una nueva revolución, ahora más potente que la anterior, siendo ese el máximo slogan de los nuevos charlatanes políticos que sientan sus posaderas en los mullidos sillones de La Moneda.
En efecto, en política hoy todo parece ser un juego de póker haciendo valer aquella máxima de sus “sus cien y cien más”. Para el caso, Piñera, anunció poner sobre la mesa cuatro mil millones de dólares, como si el problema de la educación, -por todas las complejidades que la atraviesan y que la ha llevado a una profunda crisis-, se pudiera resolver pesos más o pesos menos. Recordemos a este propósito que los gobiernos de la Concertación lograron más que triplicar los presupuestos para la educación, y el problema sigue igual, o peor a como lo dejó la dictadura de Pinochet.
Esto quiere decir que la solución al problema de la educación en Chile, si bien meter más plata puede aliviar en parte el problema, su solución tiene que ver con razones más profundas que afectan a las estructuras que la sostienen y conforman. Sin el cambio de esas estructuras, que dicen relación, por una parte, con el lucro, y por otra con la municipalización, por más miles de millones de dólares que se pongan el problema basal seguirá estacionado ahí donde mismo. Si no se soluciona este nudo gordiano, las nuevas generaciones de estudiantes seguirán quedando endeudados por años después de titularse, y lo que es peor, los cesantes, o los que logran alcanzar un trabajo precario, verán hipotecadas sus vidas por interminables años, prisioneros de sus abultadas deudas y respectivos intereses, sin perjuicio de quedar enredados en las fatídicas redes del DICOM. Un destino nada de estimulante para los futuros estudiantes que aspiren a obtener un título universitario en nuestro país.
Ahora bien, ¿se han fijado que la palabra revolución se ha transformado en el nuevo prurito de la elite gobernante? Una senda llena de falsa retórica iniciada por Lagos y Bachelet, retomada ahora por Piñera para lucir sus discursos vacíos y huecos dejándolo al descubierto como el político más mentiroso de todos los mentirosos. Según este presidente lenguaraz, la anunciada reforma a la educación es una nueva revolución, así como también la reforma a la pensión de los jubilados, o la política social con sus miserables bonos o aumento de beneficios en algunos quintiles o tramos, y así sucesivamente. Toda nueva reforma se anuncia ahora como una nueva revolución. Con tantas revoluciones que nos está ofreciendo el gobierno, pareciera ser que Fidel, el Che, Mao Tse Tung y Lenin juntos, serían espectros de revolucionarios, frente a las nuevas revoluciones que nos ofrece el gobierno de Piñera.
Una palabra (revolución) que fue borrada de nuestro léxico por la dictadura de Pinochet ahora es reflotada por el gobierno de derecha con más fuerza aún que como lo hizo la Concertación. Pero, es el caso, que hasta donde se sepa las meras reformas que se pretenden hacer recaer sobre aquello que se quiere cambiar, nunca han sido y nunca serán hechos revolucionarios en sentido estricto, en tanto las estructuras basamentales de aquello que se pretenda cambiar sigan vivas e incólumes, y menos aún si éstas estructuras siguen reafirmándose y haciéndose más firmes.
A este propósito, me recuerdo en una oportunidad, en casa de un amigo nos trabamos en un fraternal cambio de opiniones con el embajador de Cuba de entonces y algunos asesores que lo acompañaban. La discusión se centró a si el gobierno de Pinochet había logrado hacer una revolución o no. Los amigos cubanos opinaban que no, en cambio yo y mi amigo opinábamos que sí, que Pinochet había logrado hacer cambios revolucionarios ante el sólo mérito de que había logrado cambiar de raíz todos los basamentos de las estructuras institucionales que hasta ese entonces nos regían, tanto económicas como políticas y sociales. Claro está, una revolución que a nosotros para nada nos gustaba en tanto hombres de izquierda que teníamos al socialismo como nuestro horizonte político e ideológico. Tuvimos que recurrir a la ayuda de los diccionarios para avalar nuestras opiniones. Nada más propicio para ello que el diccionario de La real Lengua Española, que define a la palabra revolución como: “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”.
En efecto, a nuestro juicio Pinochet había logrado hacer una revolución, para nuestro gusto al revés, pero revolución al fin y al cabo. Se cumplían las dos premisas básicas explícitas en el concepto: un cambio, pero no un mero cambio, sino un cambio violento, radical, que no puede ser tal si no se afectan las estructuras a que dichos cambios apuntan. Así de simple.
Por cierto, si todos aquellos pregones de cambios revolucionarios que logró vocear la Concertación no fueron tales, menos aún los son los voceados por los pregoneros de la derecha enquistada ahora en La Moneda. Ni en uno ni en otro caso, los cambios lograron afectar las estructuras de aquello que se pretendía cambiar. Todos esos cambios fueron puras cosméticas, puras reformas, y nada más que eso. Las reformas de por sí, y valga la redundancia, nunca serán cambios revolucionarios como se ha pretendido hacernos creer, en tanto no se han afectado las estructuras políticas, económicas y sociales dejadas por el régimen de Pinochet. Peor aún, en mi opinión, la Concertación no sólo logró ser un buen administrador del modelo neoliberal implantado bajo la dictadura, sino que logró enraizar y profundizar más aún dicho modelo, aún pese a toda aquella cosmética con la que pretendió engañarnos por casi 20 años. Para que decir del gobierno de Piñera, nadando como pez en el agua por aquel camino que le dejó perfectamente pavimentado la Concertación, y en la cual se desliza a todas sus anchas.
Pero, más allá del problema de la educación propiamente tal, que las organizaciones estudiantiles han sabido poner con fuerza sobre la mesa, lo lamentable y triste está, que nuestro país se ha logrado posicionar, hoy por hoy, como el país más neoliberal del mundo, más allá aún que los propios países centrales que lograron imponer a través de la dictadura de Pinochet la implantación de tan depredador e inhumano sistema. En efecto, hemos logrado saber que existen universidades públicas gratuitas en todos los países del mundo, tales como Argentina, México, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Islandia, Bélgica, Francia, etc. Lo mismo sucede con el equivalente a los colegios de nuestra enseñanza básica y Media. De otra parte, mientras el gobierno de Piñera anunciaba la venta del 95% de las acciones de Corfo en Aguas Andinas, en Italia se aprobaba un referéndum de cuatro puntos, entre los cuales se consideraba a las aguas como un bien social, y como tal, su explotación y administración se dejaba en manos del Estado. No olvidemos también, que la presidenta Bachelet, a pocos días de dejar su cargo, dejó todo amarrado para privatizar las aguas de las costas de nuestros océanos dejándolas en concesión de manos privados. En fin, los ejemplos sobran a montones para demostrar el cómo nuestro país ostenta el triste record de ser campeón del neoliberalismo. Todo ello gracias a que la Concertación y la Alianza unidos jamás serán vencidos.
Estoy convencido, y ojalá me equivoque, que pese al 81% de aprobación que suscita en la opinión pública el movimiento de los estudiantes, los poderes económicos, políticos y fácticos de turno, que tienen amordazada a la democracia y la institucionalidad de nuestro país, intentarán hacer prevalecer al lucro como leí motiv conductor de la educación en Chile. Ya asoman las primeras pruebas. Los rectores de Universidades que, en un principio, habían reprobado el proyecto del gobierno, ahora lo aprueban, según señalan por consideran positivo los mayores aportes de recursos y la creación de una nueva Superintendencia de Educación que fiscalice el lucro. O sea, el endeudamiento de los estudiantes y sus padres seguirán imperturbable su curso. Y lo que es peor, los representantes de la más alta intelectualidad de Chile, terminan por naturalizar en nuestra sociedad el lucro en la educación, dejando en la más completa indefensión la justa lucha de los estudiantes y pasándose por el trasero la gran mayoría que logró suscitar en la ciudadanía tan loable lucha.
De otra parte, en el campo político, el senador demócrata cristiano Andrés Zaldivar, ha declarado que es imposible pensar en estatizar la educación en Chile. Palabras sibilinas que esconden todo un propósito escondido de dejar a firma el lucro en la educación. A decir verdad, en forma premeditada este senador omite el hecho que el luchar por el establecimiento de una educación pública gratuita, de ningún modo contempla la eliminación de colegios y universidades privados. El verdadero sentido que tiene esta lucha es lograr instalar, -como siempre existió antes de la dictadura-, una educación pública gratuita para aquellos que no tienen los recursos económicos para pagarla.
Bueno, en fin, tal como están las cosas, creo que es el momento propicio para que en torno a la plataforma de lucha de los estudiantes, -que apuntan al meollo de la cuestión que tiene en crisis a la educación chilena-, se conforme un amplio movimiento ciudadano para exigir los reales cambios en las estructuras políticas, económicas y sociales insertadas en el corazón de la sociedad chilena. Este punto de mira es lo que hay que tener presente si es que queremos salir del estado de injusticia social que impera en todas las actividades que se desarrollan en nuestra sociedad, en donde los ricos cada vez son más ricos, los pobres viven pendientes de las migajas que le entrega el poder mediante mezquinos bonos, y la gran masa social de la clase media sigue haciendo el papel de sándwich, precarizando cada vez más su nivel de vida, viviendo a puras tarjetas de créditos, endeudándose cada vez más en todos los frentes.
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