Afuera de la UdeA el 31 de Marzo de 2011
Hegel decía que la historia siempre ocurre dos veces, y Marx añadía: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Pero a partir de lo acontecido este jueves 31 de marzo en la Universidad de Antioquia, los temores de que a la tragedia pasada (15 de septiembre de 2010) la replique otra de igual o mayor magnitud, es cada vez más un sombrío pero factible pronóstico. La responsabilidad de un acto futuro de semejante calibre es primordialmente del consejo académico del Alma Mater, que aplica de manera sostenida la política de tirar la piedra y esconder la mano.
Capuchos y rebeldes
Los sucesos del 31 de marzo ocurrieron, aparentemente, luego de que el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) reaccionara a una operación relámpago de un grupo de encapuchados, que se allegó a la entrada de la portería principal, en la calle Barranquilla, y les tirara algunas papas bombas. La respuesta del ESMAD fue, en este como en todos los anteriores casos, desproporcionada, arbitraria, y una verdadera salvajada.
En primer lugar, asumiendo que esa versión sea la correcta (pues en río de agua revuelta…), lo cierto es que la fuerza policial no diferencia entre los encapuchados y el conjunto del estudiantado y de la comunidad universitaria: de los estudiantes que a dichas horas departían entre tintos y chanzas en las cafeterías, los que se sentaban apaciblemente en las jardineras, los que marchaban pacíficamente en mitin hacia el bloque administrativo, además de los profesores, trabajadores y visitantes que se encontraban en el campus en el momento de la irrupción violenta de la fuerza pública represiva. No se puede hacer una generalización inductiva del tipo “todos son capuchos, ergo, todos son terroristas”, para luego reprimir a mansalva dentro del campus, como lo hace la fuerza policial, que primero pega, y luego se excusa, ya que nunca pregunta: ese tipo de acciones no son propias de las fuerzas de coacción y represión, hechas para golpear, no para preguntar, mucho menos para dudar. Y puesto que el consejo académico tampoco hace la diferencia, al permitir el ingreso del ESMAD al campus universitario, es corresponsable de las agresiones físicas, verbales y psicológicas a la comunidad universitaria.
En segundo lugar, parece que nunca va a estar lo suficientemente claro algo que es casi un axioma matemático: la policía, ESMAD incluido, es la institución estatal más repudiada y odiada del país, por ser la más corrupta y criminal. Ese repudio generalizado convoca espontáneamente a la rebelión masiva. Pueden estar en el mismo espacio dos estudiantes, uno hincha del Medellín y otro del Nacional, que por sus gustos fraccionales no hagan buenas migas, pero a la hora de entrar un policía a su común espacio, la división de hinchas se convierte en mutua y espontánea unión contra el policía que irrumpe, siempre salvajemente, en el lugar en que se hallan. Lo mismo vale en la universidad: existen pacifistas, indiferentes, críticos, asambleístas, hinchas, estudiosos, y aún cuando no exista consenso sobre los encapuchados, contra la policía la rabia es una y la única, y de ella emerge necesariamente la respuesta común y unificada. De ahí a entender que siempre que el ESMAD ingrese al campus lo que generará es una confrontación abierta y en progresiva radicalidad no hay dos pasos…salvo para el consejo académico, que deliberadamente se ciega ante lo que es a ojos vistos, una cosa clara y distinta.
En tercer lugar, se dice que hubo capuchos en la confrontación, más aún, que muchos estudiantes se pusieron la capucha. Y bien, en ello no existe nada de extrañar ni mucho menos repudiar. Es preciso diferenciar claramente entre los capuchos que confrontan a la policía en virtud de sus idearios políticos, independientemente de si se está o no de acuerdo con ellos, de los estudiantes que, una vez entrado el ESMAD al campus, se cubren el rostro para confrontar la invasión ilegítima de la fuerza pública represiva. El taparse el rostro es sólo una consecuencia surgida del miedo que el propio consejo académico fomenta o permite (o más bien cohonesta) con la instalación de cámaras de vigilancia en el campus, la penetración de agentes de inteligencia dentro del mismo, las cámaras con que los policías graban e intimidan a la comunidad universitaria etc. Todas estas acciones configuran un virtual régimen de colonia penitenciaria de tipo kafkiano, que difícilmente se aviene con esa supuesta “casa del saber y la deliberación” que es la universidad pública, la UdeA incluida. Y es que no se puede deliberar cuando cámaras, infiltrados, policías, difamadores y demás configuran una política de cebo y azote que cristaliza en un estado de apartheid universitario. De todo ello es responsable, en primera instancia, el consejo académico, por acción u omisión (=incompetencia). Repetimos, unos son los capuchos de los grupos, que según sus principios confrontan a la policía; otros los que responden a la brutalidad policial. Y el ESMAD nunca diferencia a unos de otros: a todos intenta arrinconar. De lo que son responsables ellos y también el consejo académico de la universidad, que permite semejante andanada.
Por último, el ESMAD no se contenta con entrar, hacer y deshacer a su antojo, provocando el pánico, golpeando e hiriendo indistintamente a tirios y troyanos. Luego de crear dispersión y zozobra, va de caza por las calles adyacentes a la universidad, usando dispositivos tales como unas bolas que instalan en los mofles de las motos de tal suerte que suene el mismo como si se tratase de fuego real, lo que genera terror entre los estudiantes y transeúntes; usa balas de goma, y en uno o dos casos, hasta existe sospecha sobre el posible uso de fuego real; se golpea indiscriminadamente a los detenidos, una vez capturados, dentro de las tanquetas y hasta en las estaciones de policía; se maltrata a menores de edad que transitan del colegio a su casa. Todas estas cosas, en proporciones descomunales, apuntaladas en la supuesta lucha contra los “encapuchados”, que ni son tales, ni son tantos, ni constituyen argumento válido para la andanada represiva.
Es así como actúa esta fuerza que, de “disuasiva” no tiene nada, y de represiva y brutal, todo, bajo el amparo ideológico, político, propagandístico y disciplinario del consejo académico de la UdeA, que luego de los hechos emite comunicados hiperabstractos rechazando violencias etéreas, y omitiendo pronunciarse sobre las concretas, las de la policía contra estudiantes, comunidad universitaria y transeúntes, por una simple razón: reconocer el hecho supone admitir su corresponsabilidad en el mismo, y el consejo académico no quiere mostrarse como el aparato intelectual de la represión, aunque de facto lo sea.
Hacia la próxima tragedia
Con los elementos ya señalados, no es de adivinos entender que lo sucedido este jueves 31 de marzo, que replica en versión tragedia, la igualmente macabra situación del 15 de septiembre de 2010, volverá a ocurrir, una y cuantas veces sea necesario, hasta que el consejo académico logre lo que quiere pero no dice: una masacre al interior de la UdeA, con varios estudiantes muertos como saldo. Si la fuerza pública no se retira de las porterías de la universidad, o cuando menos (que no es mucho pero es algo), se limita drásticamente su capacidad de intervención, el caldo de cultivo para una tragedia está servido por los chefs del consejo académico de la UdeA.
De presentarse lo que ya puede barruntarse, dicha institución administrativa sería, a nuestro parecer, la primera responsable de los sucesos, puesto que, con sus acciones y omisiones, pone a la comunidad universitaria como carne de cañón de la intervención policial.
El consejo académico puede pretender excusarse en que ellos no son los responsables de la fuerza pública represiva, que se trata de una decisión del gobernador. Pero si resulta que son tan incompetentes para poner un dique de contención a la arbitrariedad del gobierno departamental, deberían dar un paso al costado y renunciar a sus cargos de decanos y directores de escuelas e institutos, para ceder el puesto a gente más capacitada, que defienda realmente los intereses de los y las universitarios y del conjunto de la comunidad académica del Alma Mater. La inutilidad propia no es un argumento válido para apuntalar la agresión de la policía.
Es realmente increíble que una entidad compuesta por personas con cualificación intelectual lo suficientemente amplia como para entender estas cuestiones no vea lo que está sucediendo. Más bien, con su obcecada omisión se nos parecen mucho a esos “asesinos de escritorio” de que hablaba Theodor Adorno.
Esto se hace más claro aún cuando se conoce de la respuesta de las directivas universitarias a las reclamaciones de la personería, única entidad estatal que está actuando responsablemente en esta trama, y que desafortunadamente se retirará de la escena. En efecto, el mismo jueves por la noche se pronunció el personero municipal, profundamente preocupado por la actuación de la fuerza pública, pero también por la actitud seguida por las directivas de la UdeA, que ¡ni siquiera se dignan a atender las llamadas de la personería! Sabiendo, como sin duda sabe la administración de la universidad, que la personería es la única entidad que puede amortiguar la acción represiva de la fuerza pública, al rechazar sus llamadas y hacer caso omiso de sus pronunciamientos no hace más que extender carta blanca al ESMAD para que actúe impunemente, con lo que las directivas fungen como segunda fuerza represiva frente a la comunidad universitaria. Este es un hecho que no puede silenciarse por más tiempo.
Lo que se está cocinando es una espiral de acción-represión-reacción en que la comunidad universitaria aparece como el trofeo de una pugna entre las directivas, empeñadas en pasar sus reformas a como dé lugar, y quienes se oponen a ellas, encerradas todas en el mismo saco de los “vándalos” por el discurso administrativo y mediático con el fin de ganar consenso para la bárbara represión.
Mientras esta escena trágica no haga aún su aparición, nuestro deber es impugnar sin concesiones a quienes están fomentando esta nueva tragedia universitaria, no sólo al gobernador y sus fuerzas policiales, sino también a quienes, tras el manto de legitimidad de puestos burocráticos al interior de la universidad y de discursos hiperabstractos, cohonestan con la barbarie que está a punto de desencadenar un nuevo capítulo sangriento en el Alma Mater de los antioqueños.
0 comentarios:
Publicar un comentario