Por Francisco Cabrera
Desde hace varios años la educación colombiana viene siendo sometida a una profunda reforma que está degradando el nivel de la enseñanza. Su papel ya no es la transmisión del conocimiento, sino la formación en competencias. El último episodio de este proceso es la reforma académica en la Universidad Nacional, contra la cual los estudiantes y parte del profesorado han levantado un fuerte movimiento. Por otro lado, con la Ley 909 de 2004, en el sector estatal se vive una reforma laboral que acaba con la poca estabilidad que existía en los empleos y, a mediados del presente año, 120.000 funcionarios provisionales tendrán que enfrentarse a concursos abiertos de los cuales depende su permanencia en los cargos. Aunque no lo parezca, los dos fenómenos guardan una estrecha relación y analizarlos en conjunto permite ver el asunto de las competencias con mayor claridad.
En la educación se viene evaluando por competencias desde 1991. A los estudiantes de tercero, quinto, séptimo y noveno del ciclo básico se les aplican las pruebas SABER; luego viene, en el grado once, el examen de Estado para el ingreso a la educación superior, y a los estudiantes de último semestre en las universidades se les practican los Exámenes de Calidad de la Educación Superior, ECAES. El Icfes es la entidad encargada de todas estas evaluaciones. En el Estado, a medida que fueron conociéndose las normas reglamentarias de la Ley 909, fue quedando clara la importancia que en adelante tendrán las llamadas competencias laborales para el ingreso a los puestos públicos, para la permanencia en ellos, y para los ascensos. En resumidas cuentas, las personas serán evaluadas por competencias de la cuna a la tumba. El Ministerio de Educación agrupa las competencias en tres categorías: básicas, ciudadanas y laborales, y las resume como «saber hacer en contexto». Según la posición oficial, en el mundo globalizado la gente está obligada a cambiar con frecuencia de trabajo y lo importante es que sepa adaptarse con facilidad, para lo cual no necesita grandes cantidades de conocimientos, sino competencias.
Como parte de la reglamentación de la Ley 909 el gobierno nacional expidió el decreto 2539 de 2005 en el que definió así las competencias laborales:
«...capacidad de una persona para desempeñar, en diferentes contextos y con base en los requerimientos de calidad y resultados esperados en el sector público, las funciones inherentes a un empleo; capacidad que está determinada por los conocimientos, destrezas, habilidades, valores, actitudes y aptitudes que debe poseer y demostrar el empleado público». Según el Decreto deben incluir los siguientes aspectos: «Requisitos de estudio y experiencia del empleo...», «...las competencias funcionales del empleo...» y «las competencias comportamentales.»
De lo dicho hasta aquí ya se pueden derivar algunas conclusiones. La primera es que se ha pasado de una formación basada en conocimientos, a otra basada en competencias, centrada en que el estudiante aprenda a «hacer en contexto», lo cual significa que sólo deben proporcionársele los conocimientos que le serán útiles en la vida práctica, considerándose todo lo demás como «sobreeducación», según el término que ya se encuentra por doquier en los documentos del gobierno. Por ello en los programas de estudio se está rebajando la enseñanza de la cultura universal, de la historia, del arte y de la ciencia, elementos claves que le permiten al individuo comprender críticamente el mundo que lo rodea.
Las competencias básicas proporcionan apenas lo elemental en lectoescritura y matemáticas para que el estudiante pueda entender un texto, comunicarse y aplicar las cuatro operaciones a la solución de problemas; las ciudadanas lo amansan, enseñándole la obediencia, el respeto a la ley, la tolerancia, y las laborales lo capacitan para ser productivo en el lugar que le toque. La criatura que resulta de este tipo de formación es el esclavo moderno requerido por las empresas en los tiempos de la «globalización». Pero esto no es todo. A los esclavos no basta con adiestrarlos y someterlos a la ignorancia. Se requiere de un mecanismo de premio y de castigo que los mantenga a raya: la inestabilidad en los puestos de trabajo —en donde conservar el puesto es el premio y perderlo el castigo—, sumada a la existencia de un ejército de desocupados hambrientos, constituyen el látigo de la nueva era. En Colombia la legislación consagra la inestabilidad con las leyes 50 de 1990 (sector privado) y 909 de 2004 (sector público).
El decreto 2539 de 2005, que en los artículos 7 y 8 especifica las competencias laborales generales y «comportamentales» exigidas a los funcionarios del Estado, les dice a cada uno, desde el que ocupa un cargo asistencial, hasta los gerentes, cuál es la conducta que se espera de ellos. Tal conducta se resume en ser sumiso y adaptable, lo cual supone la renuncia a la propia individualidad en aras de las metas institucionales. Veamos algunos botones de muestra. La competencia «Compromiso con la Organización» se define como «Alinear el propio comportamiento a las necesidades, prioridades y metas organizacionales» y se le asocian las siguientes conductas: «Promueve las metas de la organización y respeta sus normas; antepone las necesidades de la organización a sus propias necesidades; apoya a la organización en situaciones difíciles; demuestra sentido de pertenencia en todas sus actuaciones».
Lo anterior significa el cumplimiento de unas metas de productividad previamente establecidas. El Ministerio de Educación dice que las competencias deben ser «observables y medibles y, por tanto, evaluables». Aquí es donde entran a jugar un papel las evaluaciones de desempeño, que se hacen «en función de estándares», definidos. Está probado por la experiencia que tales «estándares» desconocen las desigualdades naturales entre los seres humanos y que, ligados a la productividad, se convierten en un azote para el trabajador, dando origen a una suerte de «selección de los más aptos» en los sitios de trabajo de la que depende la supervivencia en el empleo. Ahora veamos en qué consiste el «compromiso con la organización». Nuevamente se conmina al funcionario a anteponer «las necesidades de la organización a sus propias necesidades». En el régimen prevaleciente, mientras la actividad del trabajador queda regulada hasta en sus últimos detalles, llegándose al extremo de anular su vida individual, las normas y los tratados comerciales barren todas las trabas a los movimientos del capital, así la consecuencia sea la ruina de millones de personas. Ahora bien, ¿cuáles son esas «necesidades de la organización» de las que se habla? Si tomamos como ejemplo las instituciones de salud, todo el sistema de la Ley 100 está montado para garantizar las utilidades de las EPS y las ARS, al tiempo que la calidad de la atención queda sujeta a la capacidad de pago de los usuarios. ¿Es esta una buena causa para renunciar a las «propias necesidades»?
Para culminar miremos estas dos «competencias comportamentales» que se les exigen a los funcionarios del nivel asistencial: La «adaptación al cambio» se define como la capacidad para «enfrentarse con flexibilidad y versatilidad a situaciones nuevas para aceptar los cambios positiva y constructivamente» y se le asocian las siguientes conductas: «acepta y se adapta fácilmente a los cambios; responde al cambio con flexibilidad; promueve el cambio».
Y la «Disciplina» se define como la capacidad para «adaptarse a las políticas institucionales y buscar información de los cambios en la autoridad competente» y se le asocian las siguientes conductas: «acepta instrucciones aunque se difiera de ellas; realiza los cometidos y tareas del puesto de trabajo; acepta la supervisión constante; realiza funciones orientadas a apoyar la acción de otros miembros de la organización».
En la era de la globalización la pugna entre las empresas se torna encarnizada; esto, y el afán por acrecentar las utilidades, las lleva a constantes reestructuraciones que por lo general se traducen en despidos, aumento de la carga de trabajo y rebaja en las remuneraciones para la masa laboriosa, a la que se le exige obediencia y flexibilidad para «adaptarse». En el Estado estas prácticas se originan en que cada vez mayores porcentajes del presupuesto se destinan al pago de los compromisos con los especuladores financieros, lo que obliga a recortes en la inversión y a reestructuraciones similares a las del sector privado, con sus consecuencias funestas para los salarios, la seguridad social y la estabilidad de los empleados. En tales circunstancias la flexibilidad para adaptarse al cambio y la obediencia son consideradas por los empresarios y por el gobierno las mayores virtudes que se pueden encontrar en los trabajadores. Hasta le han dado aliento a una escuela de la psicología que hace abierta apología de ellas calificándolas como parte de lo que bautizaron como «inteligencia emocional».
A finales del Siglo XIX, el fisiólogo ruso Ivan Petrovich Pávlov, realizó una serie de experimentos con perros que lo llevaron a concluir que además de la conducta instintiva, existía otra que era el resultado de la adaptación del organismo a cierto medio ambiente, a la que llamó «reflejos condicionados», de importancia en la forma como los organismos preservan su existencia. Pávlov obtuvo el Novel de fisiología y medicina en 1904, y aunque se esforzó por quitarle a su investigación cualquier connotación psicológica, sus trabajos fueron tomados como base por John Broadus Watson y Burrhus Frederic Skinner, exponentes de la escuela conductista de la psicología. Esta escuela y la de la inteligencia emocional ejercen una fuerte influencia en el manejo que se está haciendo de las competencias como mecanismo para una especie de selección social de los «más aptos», y para la manipulación de los trabajadores sobre la base de colocar sobre ellos la permanente amenaza del despido. En todo esto se observa un evidente interés en reducir el papel de la conciencia. Los burgueses sueñan con una masa trabajadora limitada a responder a unos estímulos de premio y de castigo y sin ninguna capacidad para cuestionar el estado de cosas existente. Con absoluta seguridad, de ese sueño los despertarán el estruendo de las revoluciones contra el sistema de esclavitud que han tratado de imponer en los últimos tiempos.
Publicado en el periódico Leonardo da Vinci N° 14, de abril -mayo de 2006
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