“...nos mean encima, y los diarios dicen llueve..."
Eduardo Galeano.
Universidad de Antioquia: verbo y cuchillo
Por: Jaime Rafael Nieto López.
Profesor Titular, aún sin TIP.
Mostró los dientes el Consejo Académico, pero mordió donde no debía. Para empezar, es discutible la imagen maniquea que nos presenta de las dos universidades en la Universidad de Antioquia1. No sólo es discutible esa imagen maniquea, sino también médica de la misma. La imagen maniquea de las dos universidades, es la imagen de una universidad escindida moral y jurídicamente. Por un lado, la universidad de la legalidad y el compromiso académico, y por el otro, la universidad ilegal, la del crimen y la de lo informal. En términos médicos, la universidad sana por un lado y la universidad gangrenada, por el otro. Esta imagen dual de la universidad es atractiva y desafiante, y, sin embargo, peligrosa y simplista al mismo tiempo. Por no decir mediocre. No se sabe si más peligrosa en cuanto más simplista, o al revés. En todo caso, en vez de la reflexión crítica desde la que se yergue el espíritu universitario, invita a que se le entre con verbo y cuchillo. Con verbo, como es de suponerse, para “cerrar filas” y producir los unanimismos necesarios. El mismo que nos hace evocar los estribillos de tiempos muy próximos: “los buenos somos más”. Y con cuchillo, para cortar lo que haya que cortar. La parte gangrenada, por supuesto, pero también, si se puede, un poco más, “cortar por lo sano”.
Mucha gente habla, dentro y fuera de la universidad, de los fantasmas setentudos que rondan sus patios interiores. Sin embargo, parece que las cruces esvásticas con sus espectros ceremoniales no faltan entre sus sombras.
En la Universidad de Antioquia, quizás sea más plausible hablar de una sola universidad, ceñida a su significado literal más cercano: unidad de lo diverso. Sólo que este “diverso” se nos ha hecho cada vez más espurio e inasible. No tenemos dos, ni tres universidades, por lo menos no tantas separadas unas de otras, escindidas, paralelas; sino una, preñada de múltiples lógicas, no sólo académicas, que son las propias de la universidad, sino también políticas, sociales, culturales y económicas. No sólo legales, sino también ilegales. No sólo formales, sino también informales. No unas al lado de las otras, sino unas y otras en interacción permanente, en flujos y reflujos continuos. No unas provenientes de fuera, como los bárbaros de Roma, sino unas que recrean su propio infierno, que no es distinto al infierno de país en el que está emplazada.
El pensamiento simple es eso, simplificador, mutilante. No se deja seducir por lo complejo, sino reducir lo complejo. No es vital sino mortal. En vez de discernir las formas y lógicas intrínsecas de lo complejo, para develar su riqueza y potencialidades, sus posibilidades de vida y muerte, lo simplifica: blanco o negro, nada de arco iris. Y la Universidad, por lo menos la universidad pública, quiérase o no, es un organismo social, vivo y complejo. Emplazada, además, en un organismo social vivo, quizás más complejo que ella, aunque más joven: el país republicano de doscientos años. El pensamiento simple es la raíz de todo maniqueísmo, que es la forma corriente de todo tipo de fundamentalismo, tanto religioso como político. En vez de develar cómo lo legal se compenetra con lo ilegal y lo alimenta y viceversa; en vez de esforzarse por discernir los múltiples vasos comunicantes entre esas plurales y contradictorias lógicas dentro de la universidad, el pensamiento simple y maniqueo los separa..
Habrá que reinventar el país, sin duda, pero por el momento el que tenemos históricamente está hecho de legalidades e ilegalidades, de crímenes y castigos, de guerras y de paces, de órdenes y violencias. País real y país formal no son dos países, sino uno mismo. Sin embargo, la universidad, emplazada en el país, también vive los emplazamientos en ella del país. Los vive a su manera, por supuesto, sin colapsar en su misión y naturaleza. Pero los vive. Quizás hace falta enunciar más crímenes contra la universidad que los que se enuncian, quizás no es sólo la venta de alucinógenos, ni los “tropeles” de los encapuchados, ni las ventas informales. La lista podría extenderse. Pero no es el caso ser exhaustivos. Porque, por ejemplo, ¿Por qué no considerar criminal, en un país formalmente democrático, que su universidad pública no lo sea? ¿Por qué no juzgar criminal que a la universidad no se le atienda presupuestalmente como debería ser atendida, tal y como lo autoriza la Constitución y la ley, o que su misión se disloque cada vez más en función del mercado (grande y pequeño, formal e informal), o que cada vez más jóvenes queden excluidos de su acceso o que los muchos que ya están adentro deban dedicarse al azaroso rebusque menor para sobrevivir en la universidad? O, ¿por qué no considerar criminal que sobre la universidad penda la amenaza permanente de invasión de la fuerza pública en sus predios cada vez que el Presidente del CSU, pretextando cualquier “perturbación del orden público”, así lo determine? Esto para no hablar de menudencias. Como, por ejemplo, las otras posibles criminalidades contra la ética de lo público asociadas a la corrupción y el clientelismo que imperan en algunas de sus dependencias.
La universidad no tiene que ser como el país, por supuesto. Pero parece esforzarse cada vez más en parecérsele. El desafío universitario verdaderamente académico consiste en develar la manera en que estas múltiples lógicas que la habitan y la recorren interactúan, se compenetran, se coadyuvan o conflictúan. Que intente responder por qué y cómo la universidad formal ha secretado la universidad informal, la ilegal, la de la violencia. Por qué y cómo la secreción que produce esta universidad formal ha terminado por producir cuerpos y prácticas extraños que la desdibujan. Por qué y cómo, hoy, tenemos la universidad que tenemos. Mientras ese desafío no sea asumido con firmeza, inteligencia e imaginación, difícilmente se podrá afrontar exitosamente el otro, el de cómo superar las lógicas espurias, no universitarias en la universidad.
Desde luego, no se trata de hacer alarde de la ilegalidad, ni que estas ilegalidades no deban ser erradicadas de la universidad. Pero tampoco se trata, como en el país, de convertir ciertas ilegalidades en pretexto para estigmatizar movimientos y suprimir derechos. Quizás hace falta imaginación reflexiva y, por supuesto, más tropeles. Aunque pensándolo mejor, no sólo más, sino mejores tropeles. No esas caricaturas de tropeles a los que rutinariamente nos tienen acostumbrados los “encapuchados”. Sino aquellos movilizados por la reflexión crítica, la deliberación y el compromiso ético y político con la universidad pública.
A la pregunta retadora, “¿Cuál Universidad vamos a abrir después de este cierre, la primera o la segunda?”. La respuesta no es difícil. La Universidad no debe ser cerrada, porque sólo abierta, con su público deliberando, activa y responsablemente, encontraremos las respuestas. Y solo así evitaremos también, que verbo y cuchillo se fundan en un solo ritual: la muerte del pensamiento crítico, que es pensamiento creador, la vida misma de la universidad.
1 Cfr. Pronunciamiento del Consejo Académico de la Universidad de Antioquia. Septiembre 17 de 2010.
3 comentarios:
me encanta :) ... tolerancia y reflexión en un camino hacia el conocimiento :D ... y por favor quiten esa burla de cuestionario .... esta el si, esta el no ... pero no esta el porque ?? .....
definitivamente el problema es de firmeza, inteligencia e imaginacion, cualidades que no poseen los directivos, no se quien les enseño a administrar una universidad. pareciera que que no tienen idea de lo que hacen.
30.000 jovenes en la calle, la mafia apoderada de la U y este pseudointelectual justificando al presencia de capuchos, petardos y atropellos a quien desee dictar o recibir una clase a nombre de la democracia.
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