Dentro de los comentarios que en tiempos de
movilizaciones sociales, los colombianos podríamos llegar a escuchar sin la
necesidad de buscar, está como protagonista el que afirma que las marchas,
paros, asambleas o tomas, no sirven para conseguir lo que se busca; se habla de
estar perdiendo el tiempo, o peor aún, de hacérselo perder a los demás.
Al respecto, los últimos grandes paros en Colombia, han
logrado demostrar, que si bien se ha terminado nuevamente en incumplimientos
por parte del Gobierno nacional, la movilización y el cese de actividades son
las instancias que parecieran ser más eficaces para lograr el reconocimiento de
unas demandas y de la capacidad de negociación de gremios como el de los
campesinos, la salud, los mineros, y por supuesto la educación.
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia por quinto año
consecutivo, dijo en 2014 que sus prioridades como gobernante eran la paz, la
equidad, y la educación. El problema es que ese lema de campaña a la reelección
no decía que la meta era garantizar la paz como muchos sectores sociales la
reclaman; más allá de la dejación de las armas, tampoco garantizaba que en su
gobierno, políticas como la de salud, pensiones o de trabajo disminuirían la
inequidad social, y mucho menos se comprometía a que su cometido sería
brindarle a Colombia una educación democrática, de calidad y en condiciones
dignas.
El problema es que el Plan Nacional de Desarrollo se
organizó bajo un lema de campaña, y nadie se imaginaría que verse recogido en
un slogan para la presidencia, sería más dañino para la educación que el hecho
de que se hubiese dejado todo tal cual estaba y en condiciones ya deplorables e
insostenibles. A este paso sólo queda esperar que ningún presidente tome por
bandera para las elecciones a los que creemos en la bicicleta, a homosexuales, o a consumidores de marihuana,
ya que los resultados podrían ser nefastos por lo menos para las clases bajas y
medias. Ya me imagino a Jerónimo Uribe con su industria monopólica de
bicicletas, tal como cuando el gobierno de su papá se preocupó tan
gallardamente por el reciclaje, por no hablar de las denominadas drogas
ilícitas.
La educación es una batalla que Santos no se ha cansado
de perder incluso antes de empezarla ante la opinión pública y los movimientos
políticos o sociales. Desde María Fernanda Campo hasta Gyna Parody, le han
concedido la victoria a los estudiantes, maestros y por supuesto a los padres
de familia, demostrando su poco o nulo conocimiento del sector de la educación,
sus realidades, y un enfoque mínimo de derechos y de respeto por el debate
público y la democracia. Uno podría decir, sin temor a ser convencidamente
refutado por algún interlocutor del trabajo, la familia o la universidad, que
la ex ministra Campo carecía de las capacidades comunicativas para sostener su
sonada reforma a la Ley 30 o la
efectividad de aquel Plan De Cero a Siempre, es más, se podría decir que lo que
tenía, era un problema con su consciencia y que lo que pasaba en 2011 era que
ni ella se comía las mentiras que su viceministro le dictaba al oído en las
entrevistas y debates.
Por otro lado, el caso de la ministra Parody es la otra
cara de la moneda, de esta moneda de cuero; sus capacidades comunicativas y su
convencimiento son bastante amplios, pero ello no quiere decir que se haya
tomado el trabajo de ver las implicaciones sociales de sus políticas, y de sus
posturas, o que tenga argumentos de peso para sostenerlas más allá de que sea
lo que ha dicho toda su carrera pública, argumentos fuertes como para enfrentar
un debate público sin recurrir a maniobras tan bajas como decir que se le está
violando el derecho a la educación a los niños del país. Por supuesto que ese
derecho se viola en Colombia, pero no es culpa de los maestros que salen a
enseñarle a los muchachos como persistir frente a la injustica, esa falta de
educación para los jóvenes en Colombia es culpa de las políticas de
autofinancian del estado, de favorecer lo privado sobre lo público, y de
mantener clientelas corruptas en los ministros y secretarias.
La primera victoria obtenida, de las muchas que le deseo
al magisterio como estudiante que soy, y docente que planeo ser, es la
demostración de que derechos como la educación o la salud, no pueden ser
administrados solamente bajo los criterios de la competencia, la
sostenibilidad, los subsidios, y la eficiencia en el mercado. Esta derrota no
sólo es para la ministra y su arrogancia sino para todos los supuestos
científicos sociales de Planeación Nacional y del MEN, que ven toda la realidad
tal y como se refleja en las cifras. Ha perdido la tecnocracia por desconocer
la vida real de los colombianos, y ha perdido Santos y la clase política por
demostrar una vez más, que la vida de las personas no se administra como una
empresa en quiebra.
Ya es hora de que las demandas de los gremios dejen de
ser tratadas como residuales para la sociedad; la vida y dignidad de los
campesinos no fue sólo interés de ellos, sino de las familias en las ciudades,
así como los páramos protegidos no son una demanda de los aficionados a la
ecología, sino de gran parte de las generaciones que hoy se forman, igual que
la educación en colegios y universidades, es asunto de los padres de familia, e
incluso de las personas que no tienen hijos.
Ese ha sido otro error de Santos, ignorar la dignidad de
un sector del país, creyendo que la población siempre habrá de permanecer
fragmentada, y si hay algo con lo que los padres de familia llegan a tener
empatía, o cuando menos respeto, es con la profesión de los maestros.
Por supuesto que hay que volver a clases, pero no sin
antes garantizar educación digna para los estudiantes, garantías laborales para
los docentes, y en lo posible con un nuevo Ministerio de Educación Nacional.
Hay un poco de suerte en que la ministra Parody deje ver
que su corazón de administradora no le alcanza para tener conciencia de la
realidad y de las necesidades de quienes no se ganan un sueldo de ministra, ya
que es el momento perfecto para decirle que ha sido inútil su capacidad de
dominar a periodistas incautos, y de evadir a los más feroces con chistes y con
inexactitudes. No sólo hay un magisterio que está cansado de ser ignorado, sino
una educación superior que sigue en crisis financiera, y que ahora, para colmo
de males, ha descarado la crisis de la autonomía y democracia de las
instituciones de educación superior públicas; tenemos a un rector de la
Universidad Nacional que se niega a escuchar a sus estudiantes, estudiantes que
ya en dos consultas le han dicho que no lo quieren en ese cargo, y también
tenemos a una Universidad Industrial de Santander carcomida por la corrupción
de administrativos que entre las diferentes gobernaciones y ministras, se han
encargado de mantener vigentes.
Colombia se ha convertido en una democracia tan antigua
como cerrada y excluyente, en donde los derechos no son reconocidos en la
cotidianidad sino como resultado de paros, bloqueos y confrontaciones. Es
increíble que para hacer valer el derecho al trabajo, al ambiente sano, a la
vivienda digna, la salud o la educación, sea necesario poner en riesgo la vida
misma frente a una fuerza pública que abusa descaradamente del armamento
comprado con los impuestos que pagan colombianas y colombianos.
Miguel Pabon Aguilar
Estudiante U. Nacional
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